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El sacerdote y profesor de los centros teológicos Miguel Ángel Criado invita a profundizar en el Evangelio de este domingo, VI del Tiempo Ordinario. (Lc 6, 17, 21-26).
La incertidumbre y la incerteza anidan en muchos de nuestros corazones. Los profesionales de la ilusión proliferan cada vez más en las redes y en los mass media. Los vendedores de felicidad sofistican sus propuestas. Muchas de ellas basadas en un egoísmo que infla y luego deja un vacío en el corazón en forma de tristeza y acedia; consecuencia de un placer efímero y pasajero. Nos hacen creer que feliz es quien está lleno de bienes y tareas, quien recibe aplausos y es admirado por muchos, quien recibe muchos likes, quien sube y no baja, quien vive rodeado de comodidades y seguridades, donde el ego engorda y no deja espacio para amar y servir a los hermanos y a Dios. El Evangelio de hoy nos presenta las Bienaventuranzas. Su propuesta pone en crisis la lógica cultural que sostienen los vendedores de felicidad. Jesús habla a sus discípulos y declara bienaventurados a los pobres, a los hambrientos, a los afligidos, a los perseguidos. Para Jesús el discipulado es sinónimo de una vida dichosa. Pero una felicidad que le viene de Jesús. Su propuesta parte de la invitación a ser pobre como actitud fundamental en la vida. ¡Sí, pobre! Pobre y feliz es aquel cuya riqueza consiste en confiar en Dios y confiar a Dios la totalidad de la vida. Pobre es aquel que ha aprendido a vivir en la gratuidad y encuentra su alegría en los dones que recibe cada día de Dios. Pobre es aquel que sabe que debe aprender cada día y ha descubierto que la vida se gana cuando se pierde amando y sirviendo en lo pequeño y ordinario. ¿Te animas a seguir a Jesús pobre para ser feliz?