Carta pastoral de Cuaresma 2022: Por la Cruz a la luz

«Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
Devuélveme la alegría de tu salvación».

Sal 50,12.14a

Queridos fieles diocesanos:

Cada año volvemos a celebrar solemnemente este acontecimiento central de la vida de Cristo y de nuestra fe: su pasión, muerte y resurrección. Cincuenta días para celebrarlo, en el tiempo pascual; y cuarenta días para prepararse, en el tiempo cuaresmal.

En este momento en el que la Iglesia nos ha pedido que caminemos en sinodalidad, quiero que esta Carta Pastoral de Cuaresma sirva como una invitación a emprender juntos el camino común para que encontremos, a través del misterio pascual, y ayudados por la piedad popular, la senda que nos conduce al corazón mismo de Cristo, que nos muestra su luz a través de la Cruz, y así renazcamos a la nueva vida del Resucitado.

Camino de conversión y alegría

Iniciamos este tiempo santo con la imposición de la ceniza sobre nuestras cabezas. Lejos de ser un gesto puramente exterior tiene una gran densidad teológica que hemos de descubrir cada año.

«Conviértete y cree en el Evangelio», estas palabras las escucharemos el Miércoles de Ceniza, dirigidas a cada uno de nosotros. Sí, necesitamos constantemente esa exhortación porque nunca estaremos convertidos del todo. Hay aspectos de nuestra vida que necesitan ser revisados, purificados, renovados. Siempre necesitamos volver a Dios, cambiar de rumbo, darle la cara y no la espalda, porque de manera casi imperceptible nuestra mentalidad se deja seducir por comportamientos que nos alejan del Evangelio. Al imponérsenos la ceniza, la Iglesia suplica ante el Señor que nos fortalezca con su auxilio «para que nos mantengamos en espíritu de conversión y que, la austeridad penitencial de estos días, nos ayude en el combate cristiano contra las fuerzas del mal».

Recibir la ceniza significa reconocer que somos criaturas, hechas de tierra y destinadas a la tierra (cf. Gn 3,19); al mismo tiempo, significa proclamarse pecadores, necesitados del perdón de Dios para poder vivir de acuerdo con el Evangelio (cf. Mc 1,15); y significa, por último, reavivar la esperanza del encuentro definitivo con Cristo en la paz del cielo. «Si morimos con él, resucitaremos con él» (cf. 2Tim 2,11). No podremos participar del gozo de la nueva vida que Él nos da en el bautismo, si no morimos a nosotros mismos para resucitar con Él a una vida nueva.

La Iglesia, como madre y maestra, se preocupa de proponernos algunos compromisos específicos que nos puedan ayudar en este itinerario de renovación interior que: ha de estar marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual.

Se trata de un tiempo de gracia para profundizar en nuestra identidad de cristianos, y que nos estimula a descubrir de nuevo la misericordia de Dios para que, también nosotros, lleguemos a ser más misericordiosos con los demás, porque la conversión debe traducirse en obras concretas de acogida y solidaridad. Al respecto, exclama el profeta: «El ayuno que yo quiero es este:  abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos» (Is 58, 6).

Durante estos cuarenta días, Jesús nos invita a purificar nuestra vida y a recomenzar de nuevo. La Cuaresma es un tiempo para resituarnos, para detenernos y revisar cómo estamos viviendo, para actualizar nuestra fe dándole autenticidad, para dejarnos llevar sobre los hombros que nos devuelven la alegría de la salvación. «Cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos. ¡Nos hace tanto bien volver a él cuando nos hemos perdido! Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. Aquel que nos invitó a perdonar setenta veces siete nos da ejemplo: él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría» (EG 3).

Camino de evangelización y piedad

Además, tenemos un tesoro que nos ayuda a vivir los misterios centrales de nuestra fe. En nuestro ambiente andaluz, es imposible que la Semana Santa pase desapercibida. Lo que aconteció una vez, y para siempre en la historia: la muerte y la resurrección de Cristo, grabada a fuego en la conciencia de un pueblo, cuyas raíces son cristianas, y que se estremece al ver de nuevo por las calles la imagen de Cristo o de su bendita Madre.

Queridos hermanos cofrades, os animo a que desde nuestras cofradías y hermandades seáis cauce del verdadero encuentro con el Misterio de Jesús de Nazaret.

Os invito a que vitalicéis lo que está en la base de una cofradía: sed lugar de evangelización. Como nos dice el Papa Francisco: «En la piedad popular, por ser fruto del Evangelio inculturado, subyace una fuerza activamente evangelizadora que no podemos menospreciar: sería desconocer la obra del Espíritu Santo. Más bien estamos llamados a alentarla y fortalecerla para profundizar el proceso de inculturación que es una realidad nunca acabada. Las expresiones de la piedad popular tienen mucho que enseñarnos y, para quien sabe leerlas, son un lugar teológico al que debemos prestar atención, particularmente a la hora de pensar la nueva evangelización» (EG 126). La piedad popular, de la que sois una manifestación importante, es un tesoro que tiene la Iglesia. Sois un “espacio de encuentro con Jesucristo”, donde muchos han vivido y viven con sencillez su vida de fe, su santidad. Por ello, acudid siempre a Cristo, fuente inagotable. Reforzad vuestra fe, cuidando la formación espiritual, la oración personal y comunitaria, la liturgia. ¡Huid de la mediocridad!

Sois Iglesia: sentíos presencia viva de la misma. La piedad popular es una senda que lleva a lo esencial, si se vive desde dentro. Vivid vuestra comunión con vuestros Pastores, con una presencia activa en la comunidad cristiana como verdaderas piedras vivas de la Iglesia. Amadla y dejaos guiar por ella.

Y, por último, sois misioneros: transmitiendo a la gente, especialmente a los sencillos, el amor de Cristo por todos. La religiosidad popular recuerda, de modo evidente, que el ser humano es naturalmente religioso, que tiene sed de Dios y necesita creer, aspira a comunicarse con lo trascendente. Esto tiene un valor especial en el contexto de la secularización y de la pérdida del sentido de Dios en las sociedades contemporáneas. Por tanto, sed auténticos evangelizadores. Que vuestras iniciativas sean puentes, senderos para llevar a Cristo, para caminar con Él, siendo la caridad la virtud que brilla en vuestras Cofradías y Hermandades.

Después de dos años en los que hemos vivido nuestra Semana Mayor marcada por la pandemia, deseo que éste sea un año en el que hagáis vibrar los corazones de todos aquellos que van a encontrarse con Jesús y su Madre en nuestros desfiles procesionales.

Queridos fieles, planteemos una Cuaresma diferente, vivida en el interior y manifestada en lo exterior, «No echemos en saco roto la gracia de Dios» (cf. 2Cor 6,1). Que María, la Madre de Cristo Redentor, nos ayude a no aparatarnos jamás de su Hijo caminando siempre a su luz.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Sebastián Chico Martínez
Obispo de Jaén

 

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