Carta a los profesores de religión católica

Del Obispo de Jaén, D. Ramón del Hoyo López. El próximo día 18 saben que celebraremos en el Seminario diocesano de Jaén el primer encuentro de profesores en este curso apenas iniciado. Sigo muy de cerca sus inquietudes y problemática tan compleja por lo que, más que nunca, deseo estar muy cerca de todos y prestarles mi apoyo incondicional a través de nuestra Delegación Diocesana de Enseñanza.

Haré todo lo posible por acompañarles en su próxima reunión, con el fin, sobre todo, de orar juntos y salir fortalecidos desde nuestra mutua comunión y cercanía a nuestro Señor. Su misión eclesial es muy importante y de máxima actualidad, por lo que les animo a ser:

1.    Instrumentos en manos de Dios

La vida entera del profesor de religión, en su estilo, en sus proyectos, en su manera de ser y estar en todas partes, en su interés por sus alumnos, en la búsqueda y defensa de la verdad y del bien, en su interés por construir y aportar todo lo posible a la convivencia escolar, debe ser testimonio de su vocación de creyente, de quien ama a Dios y habla con Dios y de Dios.

El profesor de religión no sólo comunica conocimientos, sino, sobre todo, vida de Dios que antes ha hecho suya. A nadie se le obliga a ser profesor de religión católica, pero quien asume esta encomienda, debe saber que acepta un trabajo y una misión muy singular.

El mismo legislador canónico pide al Obispo diocesano que procure cuidar de que los enseñantes de religión destaquen por su recta doctrina, por su actitud pedagógica y por el testimonio de vida cristiana (cf. C.I.C. cn. 804). Así se marcan frentes fundamentales sobre la necesidad de apoyo y formación permanente de todo el profesorado.

2.    Sentir con la Iglesia

El enseñante de religión católica apuesta por la fe de la Iglesia en que cree y por eso enseña. En realidad no es que enseñe una materia propia, sino unos contenidos que pertenecen al Pueblo de Dios. Por eso no sólo responde de sus clases y dedicación ante la Administración sino también y en más alto grado ante la comunidad cristiana que tiene derecho a exigir que el tesoro de la fe sea transmitido con ejemplaridad, eficacia y en su integridad.

El profesor católico vive su vocación bautismal en el ámbito de la escuela y, en ese foro, despliega el testimonio de su vida y la capacidad de su servicio al Evangelio. Forma parte integrante de la comunidad educativa y, desde su confesión explícita de su fe en Jesucristo, es el primero en ofrecerse a los demás, alumnos, profesorado y personal no docente, como colaborador a través de su docencia específica.

En el supuesto de que la Administración pública intentara no reconocer esos derechos o infravalorara la dimensión religiosa en nombre de la aconfesionalidad del Estado, incurriría en una actitud antidemocrática y vulneraría el derecho básico a la libertad religiosa, coartando asimismo el derecho inalienable de los padres en favor de la educación de sus hijos.

3.    Impulsores de la verdad, al servicio de la sociedad

En la sociedad actual la Iglesia católica deberá moverse entre dos pilares irrenunciables: su identidad genuinamente católica – universal al servicio del hombre e insertarse en el corazón de cada cultura en el tiempo y en el espacio. Debe procurarlo así el Profesor de Religión.

Como escribió Pablo VI en la encíclica Ecclesiam suam: “Todo lo humano tiene que ver con nosotros. Tenemos en común con toda la humanidad la naturaleza, es decir, la vida con todos sus dones, con todos sus problemas, y debemos estar dispuestos -los cristianos- a compartir con todos esa primera universalidad.”

Siendo el amor al hombre el camino de la Iglesia, el cristiano, el profesor de religión, no puede quedar indiferente ante cualquier concepción del hombre y de la cultura, por el contrario, debe ser su primer defensor de su dignidad y vocación de eternidad.

La Iglesia pide a los cristianos que nos insertemos con creatividad y respeto en todos los foros de la cultura y la escuela es uno de ellos. Por eso el profesorado de religión debe esforzarse con su presencia y desde la docencia no sólo purificar aquellos elementos culturales que atenten a la verdad del hombre, sino también aportar y apoyar los valores del Evangelio que elevan y dignifican las culturas. De esta forma, su actividad como docentes es un servicio muy eficaz en favor de la sociedad en que viven y promotores de diálogo entre fe y cultura.

Con todo mi afecto y apoyo en el Señor.

+ Ramón del Hoyo López

Obispo de Jaén

Jaén, 7 de octubre de 2008

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