La Catedral ha acogido la celebración de la Vigilia Pascual en la Noche Santa de este 30 de marzo, presidida por el obispo de Huelva, Mons. Santiago Gómez Sierra.
Numerosos fieles se han acercado al primer templo onubense para participar en esta celebración que se iniciaba con la liturgia de la luz, a las puertas de la Catedral, con la bendición del fuego y la bendición del cirio y encendido del fuego nuevo para simbolizar la nube luminosa del Éxodo y el Cuerpo Glorioso de Cristo.
La Luz de Cristo del Cirio Pascual, en la procesión de entrada, se abrió paso en la oscuridad del templo, disipando las tinieblas del corazón y el espíritu, y guiando al gran acontecimiento de la historia proclamado en el pregón pascual.
Posteriormente, fueron proclamadas las nueve lecturas que recorren la historia de la salvación, siete del Antiguo Testamento y dos del Nuevo: la Creación, pasando por el sacrificio de Abrahán, el paso del Mar Rojo, la nueva Jerusalén, la salvación gratuita y universal, la fuente de la sabiduría, el corazón y el espíritu nuevos, el Bautismo como sacramento pascual donde se nos comunica la salvación obrada por Dios en Cristo y el Evangelio con el relato pascual, precedido del canto solemne del aleluya, por primera vez desde el inicio de la Cuaresma, que resonó con una especial belleza en las voces del Coro de la Catedral.
El Pastor de la diócesis empezó su homilía destacando la Resurrección de Cristo. “Las “piadosas mujeres”, que no habían abandonado a Jesús en su Pasión, movidas por el amor, acuden al sepulcro a prestar el último servicio a su Maestro muerto, “compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús”. No muestran ninguna esperanza, sólo recuerdo y gratitud hacia el que ya no está. Y se encuentran con la sorpresa del sepulcro abierto y vacío, y el ángel les anuncia que Jesús el Nazareno, no un espíritu puro, sino el mismo a quien habían seguido y servido, vive, va delante de ellos a Galilea y allí lo verán”, señaló.
Enfatizó monseñor Gómez Sierra en la “práctica de la Resurrección” pues afirmó que no basta con “creer” sólo en la resurrección del Señor con una “fe teórica y nominal, sino de vivirla en la práctica y de hacer una profunda experiencia de ella en nuestra vida de todos los días: en nuestra manera de celebrar los sacramentos, particularmente, la Eucaristía, en nuestra forma de rezar, en la caridad, en nuestro trato con las demás personas.”
Este tercer momento se iniciaba con las letanías de los santos, que daba paso a la bendición del agua, un bellísimo resumen de la teología bautismal, y la renovación de las promesas bautismales, centro de nuestra vida cristiana. Finalmente, la celebración culminó con la liturgia Eucarística, elemento central de esta Vigilia y máxima expresión del Misterio Pascual, pues en ella se renueva la Muerte y Resurrección de Jesucristo.
Homilía de Monseñor Santiago Gómez Sierra en la Vigilia Pascual
¡Ha resucitado! En esta noche santa toda la celebración de esta solemne vigilia habla de la Resurrección de Cristo: las lecturas, las oraciones, la luz en medio de la oscuridad de la noche, el canto, las flores, hasta el mismo sonido festivo de las campanas. ¡Ha resucitado! No está en el sepulcro donde lo pusieron. Dejemos que el anuncio del ángel impregne todo nuestro ser e ilumine nuestra existencia.
A las mujeres que acudieron al sepulcro, la mañana de Pascua, el ángel les dijo: «No temáis. Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado. ¡Ha resucitado!». Sí, verdaderamente ha resucitado Jesús. No se trata de una invención o de una sugestión, es un hecho real, acontecido. En el momento de la muerte de Jesús los discípulos se dispersaron, su caso se da por cerrado, ya no lo esperan.
Las “piadosas mujeres”, que no habían abandonado a Jesús en su Pasión, movidas por el amor, acuden al sepulcro a prestar el último servicio a su Maestro muerto, “compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús”. No muestran ninguna esperanza, sólo recuerdo y gratitud hacia el que ya no está. Y se encuentran con la sorpresa del sepulcro abierto y vacío, y el ángel les anuncia que Jesús el Nazareno, no un espíritu puro, sino el mismo a quien habían seguido y servido, vive, va delante de ellos a Galilea y allí lo verán.
El modo más seguro de que la resurrección del Señor fuera poco creíble para sus contemporáneos era poner a unas mujeres como testigos del acontecimiento, teniendo en cuenta que el testimonio de una mujer no era válido en un juicio. Los mismos Apóstoles, al inicio, tomaron las palabras de las mujeres como “un desatino” y no las creyeron (cf. Lc 24, 11). Sin embargo, el evangelista no lo puede decir de otra manera, porque así ocurrió. Las mujeres, que habían sido las últimas en abandonarlo muerto, e incluso después de la muerte acudían a llevar aromas a su sepulcro (cf. Mc 16, 1), fueron las primeras en recibir la noticia de la Resurrección.
La resurrección de Jesucristo es la piedra fundamental sobre la que se asienta todo el edificio de nuestra fe cristiana y de la Iglesia. El que no acepta la resurrección no puede llamarse cristiano.
Sin embargo, no basta con “creer” sólo en la resurrección del Señor con una fe teórica y nominal, sino de vivirla en la práctica y de hacer una profunda experiencia de ella en nuestra vida de todos los días: en nuestra manera de celebrar los sacramentos, particularmente, la Eucaristía, en nuestra forma de rezar, en la caridad, en nuestro trato con las demás personas.
Nuestros hermanos ortodoxos son ejemplares en su modo de expresar su vivencia espiritual de la resurrección de Cristo. El carisma propio de la Iglesia ortodoxa es el sentimiento fuertísimo que tiene de la resurrección. El puesto central que ocupa el Crucifijo en las iglesias católicas, lo ocupa en las iglesias ortodoxas la imagen del Cristo Resucitado, el llamado Pantocrátor, el Señor Todopoderoso. Ellos tienen esta costumbre durante el tiempo pascual, cuando alguien encuentra a otro amigo por la calle, lo saluda diciendo: “¡Cristo ha resucitado!”, y el otro responde: “¡En verdad ha resucitado!”
No se trata sólo de creer que Cristo resucitó de entre los muertos, sino que tenemos que conocer y experimentar el poder de la resurrección del Señor en nuestra vida. San Pablo nos ha explicado nuestra implicación en la muerte y resurrección de Cristo desde el rito bautismal, entendiendo la inmersión en la muerte del Señor como muerte al pecado, y la incorporación a la resurrección como un nuevo nacimiento a la vida nueva de hijos de Dios.
En el Evangelio, las mujeres son enviadas: “Id a decir a sus discípulos y a Pedro”. Esta misión las constituía primeras testigos de la resurrección, «maestras de los maestros», como las llama San Gregorio de Antioquía (Cf. Homilía sobre las mujeres miróforas).Hermanos, continuemos llevando a todos -hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos- el gozoso anuncio: Jesús vive. Ha resucitado. Os precede en Galilea, o sea, dondequiera que vayáis. No tengáis miedo. Cristo, vencedor de la muerte para siempre, nos has traído la paz, la alegría, el gozo, la vida eterna. Éste es el mensaje del Evangelio de esta noche y de siempre: ¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya!
Domingo de Pascua
Por otro lado, Mons. Gómez Sierra ha presidido esta mañana de domingo, 31 de marzo, la solemne Misa Estacional del Domingo de Pascua en la Santa Iglesia Catedral. En su homilía refutó el sentido propio de la Resurrección. “Sí, verdaderamente ha resucitado Jesús. No se trata de una invención o de una sugestión, es un hecho real, acontecido. Después de la muerte de Jesús sus discípulos se dispersaron, su caso se da por cerrado; los apóstoles, después de los sucesos del Viernes Santo, ya no esperaban nada.”
El obispo Santiago Gómez Sierra quiso explicar las palabras del apóstol San Pablo sobre la propia Resurrección y celebrar la Pascua, no con levadura vieja (levadura de corrupción y de maldad), sino con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad. “El Apóstol se refiere a una antigua costumbre judía, según la cual en la Pascua había que limpiar la casa hasta de las migajas de pan fermentado. Eso formaba parte del recuerdo de lo que había pasado con los antepasados en el momento de su huída de Egipto: teniendo que salir a toda prisa del país, llevaron consigo solamente panes sin levadura. Pero, al mismo tiempo, “los ázimos” eran un símbolo de purificación: eliminar lo viejo para dejar espacio a lo nuevo.”
La celebración ha concluido con la Bendición Papal impartida por el Obispo. Se trata de un privilegio concedido por el Santo Padre y que cumplidos los requisitos acostumbrados lucra la indulgencia plenaria al que la recibe.
Homilía íntegra del obispo de Huelva, monseñor Santiago Gómez Sierra, en la celebración del Domingo de Pascua
“Lucharon vida y muerte/ en singular batalla, / y, muerto el que es la Vida,/ triunfante se levanta” Así proclama la Resurrección del Señor la Secuencia de esta mañana de Pascua. Y en un diálogo hermoso con María Magdalena, también nosotros les preguntamos: “¿Qué has visto de camino,/ María, en la mañana?” Y su respuesta llena de gozo entonces, ahora y siempre, es: “A mi Señor glorioso,/ la tumba abandonada,/ los ángeles testigos, sudarios y mortaja./ ¡Resucitó de veras/ mi amor y mi esperanza!/ Venid a Galilea,/ allí el Señor aguarda; allí veréis los suyos/ la gloria de la Pascua./.
¡Ha resucitado!». Sí, verdaderamente ha resucitado Jesús. No se trata de una invención o de una sugestión, es un hecho real, acontecido. Después de la muerte de Jesús sus discípulos se dispersaron, su caso se da por cerrado; los apóstoles, después de los sucesos del Viernes Santo, ya no esperaban nada. Y he aquí que, de improviso, escuchamos a estos mismos hombres, a Pedro, que lo negó tres veces, diciendo que “resucitó al tercer día” y “dando solemne testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos”. Este testimonio que Jesús está vivo, lo realizan unánimes los Once, sin ninguna ventaja personal, sino afrontando, por este testimonio, procesos, persecuciones y finalmente, uno tras otro, el martirio y la muerte.
Lo único que puede explicar un cambio tan radical es la certeza de que Jesús de Nazaret, su Maestro y Señor, verdaderamente ha resucitado. No pueden estar engañados, porque han hablado y comido con El después de su resurrección; y además eran hombres prácticos, ajenos a exaltarse fácilmente. Ellos mismos dudan de primeras noticias y oponen no poca resistencia a creer. Ni siquiera pueden haber engañado a los demás, porque si Jesús no hubiera resucitado, los primeros en salir perdiendo ¡la propia vida! eran precisamente ellos. Estaban atónitos, pasmados, y Jesús resucitado va abriendo su entendimiento para que puedan comprender las Escrituras, todo lo que él había anunciado.
Para los primeros discípulos, como para nosotros, hoy, Cristo ha resucitado ¡está vivo! Vivo, no porque nosotros le mantengamos con vida hablando de Él, sino porque Él nos ofrece su vida, nos comunica el sentido de su presencia, nos hace esperar en la vida eterna.
La resurrección de Jesucristo es la piedra fundamental sobre la que se asienta todo el edificio de nuestra fe cristiana y de la Iglesia. Si la Iglesia olvida la fe en la resurrección, todo se apaga, como cuando en una casa se va la luz. “La fe de los cristianos es la resurrección de Cristo”, decía san Agustín. Y no se es cristiano si no se cree esto. Resucitándole de la muerte, es como Dios ha confirmado la persona y la obra de Jesús, le ha imprimido su sello. Dios ha dado a todos una garantía sobre Jesús, al resucitarlo de entre los muertos (Cf. Hch.17,31).
Pero, ¿qué significa celebrar la Resurrección? En la segunda lectura hemos escuchado estas palabras de san Pablo: “Así, pues, celebremos la Pascua, no con levadura vieja (levadura de corrupción y de maldad), sino con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad”.
El Apóstol se refiere a una antigua costumbre judía, según la cual en la Pascua había que limpiar la casa hasta de las migajas de pan fermentado. Eso formaba parte del recuerdo de lo que había pasado con los antepasados en el momento de su huída de Egipto: teniendo que salir a toda prisa del país, llevaron consigo solamente panes sin levadura. Pero, al mismo tiempo, “los ázimos” eran un símbolo de purificación: eliminar lo viejo para dejar espacio a lo nuevo. Ahora, como explica san Pablo, también esta antigua tradición adquiere un nuevo sentido, precisamente a partir del nuevo «éxodo» que es el paso de Jesús de la muerte a la vida eterna, también nosotros, sus discípulos —gracias a Él y por medio de Él— podemos y debemos ser “masa nueva”, “ázimos”, liberados de todo residuo del viejo fermento del pecado: ya no más malicia y perversidad en nuestro corazón.
“Así, pues, celebremos la Pascua… con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad”.
Queridos hermanos y hermanas, acojamos la invitación del Apóstol; abramos el corazón a Cristo muerto y resucitado para que nos renueve, para que nos limpie del pecado y de la muerte y nos infunda con la efusión de su Espíritu Santo la vida divina y eterna.
¡Jesús ha resucitado! Propaguemos este anuncio con la boca, con el corazón y con la vida, con un estilo de vida fecundo de buenas obras. El Resucitado nos precede y nos acompaña en el camino de la vida. Él es nuestra esperanza. Amén.
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