Corpus Christi, el Cuerpo y la Sangre de Cristo

Corpus Christi, el Cuerpo y la Sangre de Cristo

Celebramos la fiesta del Corpus Christi, fiesta de mucho arraigo en nuestros pueblos,
pero también es el Día de la Caridad. Tanto su celebración como las procesiones son
manifestaciones de lo más profundo de la fe cristiana: Jesús nos da todo. Nos da su
enseñanza mostrada a lo largo del caminar por la tierra. Nos da su ser al subir a la cruz.
Nos da la vida con su Resurrección. Todo ello lo expresamos en la fiesta de hoy, y lo
hacemos público con nuestras tradiciones.
Lo que celebramos en este día, lo vivimos cada día en la Eucaristía. Ella es la base de
nuestra relación con Dios, con la humanidad y con toda la Creación. La Eucaristía es
condición de vida espiritual, lo mismo que el pan es condición de la vida del cuerpo.
La Eucaristía es el pan de vida que nutre y desarrolla la semilla divina depositada en el
bautismo. Por ella somos asimilados a Cristo; vivimos espiritualmente y damos gloria a
Dios.
La Eucaristía no es sentimiento, es fuerza. Cristo viene a darse, pero también a
tomarnos. Es un don y una exigencia. No es solo un rato al día, sino el momento inicial
al que deben seguir todas las demás horas.
De aquí que podamos definir la Eucaristía como misterio de unidad. Dios busca
establecer con el ser humano una unión íntima, mucho mayor que la que podemos
realizar nosotros con nuestra familia, comunidad o amigos. Cristo establece así una
unión total: Él se da con su Cuerpo y su Sangre. Ofrecernos a comer su cuerpo y a
beber su sangre es una manera de hacernos “Él”. Nos lo enseñó San Pablo cuando
dice: “Es Cristo quien vive en mí”.
También es misterio de unidad con los hermanos. A los que Cristo une consigo los une
además entre sí. No podemos hacer auténtica comunión con Cristo si entre nosotros
estamos divididos, si nos rechazamos, si no estamos dispuestos a reconciliarnos ante
las mil discrepancias que tenemos, si, en definitiva, no le consideramos al otro como
hermano. Ahora bien, con el hermano no basta con “no tener discordia”, o con “no
llevarnos mal”. La Eucaristía nos enseña a hacer algo mucho más grande: a dar
también nosotros el cuerpo y la sangre por los hermanos, como ha hecho el mismo
Jesús con nosotros.
De este modo, nosotros no sólo celebramos la Eucaristía, sino que llegamos a ser
eucaristía, pan partido y regalo los unos para los otros. Así, por ejemplo, una simple
sonrisa regalada a los demás adquiere un significado distinto: transmitimos nuestro
ser, nuestro espíritu; nos abrimos al otro y el otro recibe nuestra alegría.
Hoy celebramos el Día de la Caridad. Si Jesús se nos parte y reparte en la Eucaristía es
para que, imitándole, sepamos partir y compartir con los demás lo que somos y lo que
tenemos, especialmente con las personas más necesitadas y vulnerables.

José Antonio Sosa, sacerdote diocesano y Delegado Diocesano para la Pastoral Social y Promoción Humana

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