Este título puede sonar a un chalet, a una urbanización o a un hotel. Nada de eso. Corresponde a una asociación de mujeres cristianas, que tuvo su origen en Pamplona, el año 1942. Su promotora fue Isabel Garbayo, perteneciente a una familia acomodada, que, renunciando a su bienestar, decidió acercarse al mundo de las mujeres más proscritas de la sociedad: las prostitutas. Para ello formó una comunidad de señoras que, inspiradas por el mismo espíritu y deseosas de liberar de su triste situación a las citadas mujeres, crearon una casa de acogida, sentándolas a su misma mesa y ayudándoles a redimirse de su condición y a encontrar un trabajo digno para vivir honradamente. Esta iniciativa causó un gran escándalo en aquella época hasta el punto de que llegaron a tildar a la fundadora de estar loca.
Sin embargo, su propuesta triunfó y hoy está expandida por varias capitales de España (Madrid, Sevilla, Las Palmas, Pamplona, Valencia…) en las que realizan una labor social y apostólica nada fácil y de enorme importancia. ¿Quiénes son y qué principios las inspiran? Para contestar a esta pregunta, nada mejor que transcribir sus propias palabras: “Somos una comunidad de mujeres consagradas que siguen a Jesús de Nazaret, intentando vivir con radicalidad el Evangelio entre los pobres y excluidos, especialmente con mujeres procedentes de contextos de prostitución y víctimas de trata con fines de explotación sexual”. En esta delicada tarea no está solas, sino que cuentan con ayuda de otras personas, como ellas mismas lo declaran: “Junto con amigos laicos y otros voluntarios, formamos la familia Villa Teresita, creando redes de apoyo y amistad, acompañando procesos de liberación y crecimiento, alentando la vida que emerge en medio del sufrimiento, compartiendo luchas y defendiendo derechos, celebrando la vida y la presencia del amor de Dios en medio de tales personas”.
Lo que no dicen en esta información (que se puede ampliar recurriendo a Internet-Google) es cómo se costea toda esta labor. Y es, seguramente, porque ellas no están subvencionadas por ninguna institución oficial, sino que la mantienen con sus propios medios. Y su fruto es la liberación de numerosas mujeres, cuyos testimonios son impresionantes porque han recuperado la dignidad gracias a la entrega de estas “consagradas”, que no dudan en mezclarse en los ambientes más pútridos de las grandes ciudades, impulsadas por su vocación evangélica.
Leovigildo Gómez Amezcua
Canónigo emérito
(Publicado en “Guadix a mano”: 16.07.2016)