Ordenación Episcopal. Alocución al final de la celebración eucarística

Diócesis de Guadix
Diócesis de Guadixhttps://www.diocesisdeguadix.es/
La diócesis de Guadix es una sede episcopal sufragánea de la archidiócesis de Granada, erigida en 1492 y, según la tradición, procedente de la diócesis de Acci, fundada por San Torcuato en el siglo I. Su sede es la catedral de Guadix.

«Mihi vivire Christus est» «Para mí la vida es Cristo» (Flip. 1,21)

1. Al finalizar la celebración de la Eucaristía en la que, por la imposición de las manos, he recibido la plenitud del sacerdocio, quiero dirigiros mis primeras palabras como Pastor de esta grey que el Señor pone en mis manos para que sea Sacramento de su presencia amorosa, queridos hermanos.

Las iglesias hispanas de Guadix y Baza, configuraron después de la Restauración de la vida eclesial, lo que hoy es la diócesis de Guadix, en ella perviven las importantes comunidades que nos llevan hasta los orígenes mismos del cristianismo, a la misma época apostólica. Somos una Iglesia Apostólica. ¡A ti Iglesia de Guadix, a Ti iglesia de Baza te saludo en el nombre del Señor!.

Os invito a contemplar a Cristo, el Buen Pastor de nuestras almas, el Señor de la Iglesia y de la historia. Así de sencillo y así de esencial: mirar a Cristo, porque Él es el único Señor y el único fundamento de nuestra existencia.

En estos momentos, y en el corazón de tantos hijos de esta tierra, creyentes y no creyentes, surgirán preguntas y  expectativas sobre el Obispo que llega: ¿cómo será?, ¿qué hará?, ¿cuál será su programa de gobierno?, ¿a qué y a quién dará protagonismo?. Pues bien, me presento ante vosotros con sencillez: “Soy un pobre siervo de Jesucristo” en favor vuestro; no traigo programa previo, ni otro interés que presentaros a Jesucristo, muerto y resucitado. Mi programa pastoral es Cristo. No tengo otra cosa que daros, pero aunque la tuviera, sólo os daría a Cristo, porque estoy plenamente persuadido que sólo Él es verdaderamente importante, porque sólo Él puede salvar. Porque os quiero ya entrañablemente, queridos hermanos, os doy lo mejor que tengo, lo mejor que he recibido: Cristo.

El que os presento, no es el Cristo que yo he concebido en mis años de estudio, reflexión o experiencia pastoral, no es “mi Cristo”; el Cristo que conozco, y al que amo con todas mis fuerzas, es el Cristo que me ha transmitido, y mi transmite cada día la Iglesia. Es el Cristo de los apóstoles que nos ofrecen la verdad y la belleza del evangelio de la salvación; el Cristo que me ofrece cada día la comunión con Él en la Eucaristía y en la comunidad de los hermanos reunidos en su Nombre que es la Iglesia. Tomando la  imagen agustiniana, es el “Cristo Total”.

No pretendo transmitiros un Cristo construido a la carta, según la moda del momento. ¡Qué pobre sería la Iglesia que quisiera casarse con un Cristo según los criterios imperantes en cada momento de la historia!, como decía el Cardenal Newman: “esa Iglesia estaría condenada a quedarse viuda”. Os quiero dar a Cristo, Dios y hombre verdadero; el Verbo de Dios encarnado en el seno de María, la Virgen; el Hijo Unigénito en comunión trinitaria con el Padre y el Espíritu Santo.

Queridos hermanos, cada día pido sabiduría y fortaleza para transmitiros con fidelidad lo que he recibido de la Iglesia. Como Sucesor de los apóstoles, y en comunión con el Papa y con el Colegio episcopal, quiero daros íntegro el depósito de la fe. Pedid a Dios, nuestro Señor, que siempre sea, en medio de vosotros, signo e instrumento de  comunión. No quiero ser más que vuestro servidor, en comunión con la Iglesia, siempre en comunión con la Iglesia.

Hace años, descubrí en la puerta santa de la basílica de San Pedro en el Vaticano un altorrelieve que muestra un pastor rescatando a una oveja atrapada entre las zarzas; su cuerpo expresa la tensión del empeño; con una mano se agarra a una roca, con la otra busca la liberación de la oveja de su grey; y junto a la imagen una inscripción en lengua latina: “Salvare quod perierat” –“salvar lo que estaba perdido”-. Comprendí lo que tenía que ser la misión de los pastores en la Iglesia: agarrados fuertemente a Cristo, extender los brazos para salvar a las ovejas que el Señor pone bajo su cuidado, arriesgar para ganar para Cristo a muchos hombres y mujeres; ser transparencia de su presencia entre el pueblo, gastarse y desgastarse por la salvación de las almas, fin y ley suprema de la Iglesia, y por tanto, del ministerio pastoral.

2. Doy gracias a Dios porque se ha fiado de mí y me ha encomendado este gran ministerio a favor de los hombres, a pesar de mis debilidades. Ha querido hacer que la vasija de barro de mi vida sea portadora del tesoro más grande. Sé que mi vida no me pertenece, es Suya; que sea siempre una ofrenda de alabanza a su gloria. ¡A Él la gloria por siempre!.

Gracias de corazón al Santo Padre, el Papa Benedicto XVI, que me ha llamado a formar parte del Colegio episcopal. Desde aquí quiero testimoniar mi adhesión y fidelidad al Sucesor de Pedro. Esta iglesia a la que el Señor me llama a presidir en su Nombre siempre se ha distinguido por la unión inquebrantable al Papa, así ha de ser y así será, con la ayuda de Dios. Sr. Nuncio, le ruego que transmita al Santo Padre mis sentimientos filiales y mi comunión con él, con el deseo de larga vida y fructuoso servicio a la Iglesia.

Querido Sr. Nuncio, S.E.R. Mons. Renzo Fratini, muchas gracias porque ha sido V.E, el instrumento por el que he recibido el don del Espíritu Santo, que me ha otorgado la gracia de la plenitud del sacerdocio. Mi vida queda unida a la suya por la sucesión apostólica. ¡Que Dios se lo pague!.

Queridos hermanos en el episcopado, vuestra presencia y la imposición de las manos me ha hecho sentir el gozo de la comunión fraterna que identifica  a los discípulos de Cristo. Sres, Cardenales, Arzobispos y Obispos, muchas gracias por vuestra presencia y vuestra acogida en el Colegio episcopal. Al Sr. Arzobispo Metropolitano mi respeto al incorporarme a esta Provincia eclesiástica de Granada.

3. “¡Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho!” (Salmo 115).

 Al mirar mi historia, mis queridos hermanos, descubro con gozo que todo es gracia; que el Señor ha estado grande conmigo. Mi pobre trayectoria histórica es historia de salvación, porque el Señor la ha fecundado con su presencia; como la historia de cada uno de los que hoy estamos aquí, como la de cada hombre y mujer. Os invito a mirar a vuestra historia para descubrir la presencia de Dios y darle gracias eternamente.

Nacido en una familia y en un pueblo de hondas raíces cristianas. A los pocos días de ver la luz, recibí la gracia del bautismo. Por este sacramento fui hecho hijo de Dios y coheredero de su gloria, configurado con Cristo y miembro de su Cuerpo que es la Iglesia.

Desde muy niño aprendí a amar a Dios y a rezar, que es hablar con Él, vivir en Él. Lo aprendí en mi familia, de los labios y el ejemplo de mis padres y de mi familia. En este momento de mi vida doy gracias a Dios por mi familia; por mis padres que fueron colaboradores con Dios al darme la vida, y siempre me han dado lo mejor, todo lo que tengo, sobre todo, mucho amor; mi padre nos ve desde el cielo, así lo deseo y lo pido a Dios; mi madre, aquí, en esta asamblea; a toda mi familia que siempre se ha sentido tan unida a mi y a mi servicio en la Iglesia. ¡Qué Dios os lo pague!.

Familias cristianas, haceros conscientes de la gracia que Dios ha derramado en vuestros hogares. Agradecer el don de vuestro matrimonio, considerad que vuestra unión no es un hecho social o jurídico sin más, sino la gracia de Dios que os configura con Cristo, Esposo de la Iglesia. Amaros como Cristo amó a su Iglesia, hasta entregarse por ella. No permitáis que vuestros hijos sean el resultado de una programación humana, la mayoría de las veces con criterios sólo materialistas; ved en vuestros hijos un don de Dios, que os hace colaboradores con Él en la obra de la creación; educarlos en el amor a Dios, que es la mejor herencia que le podéis dejar. Cada vez que celebro un bautismo, al llegar a la bendición final, me impresionan las palabras dirigidas a la madre: “El Señor bendiga a esta madre que ve la esperanza de la vida eterna alumbrada hoy en su hijo”, ¡se puede pedir algo más!, nuestro Señor nos ofrece el don de la vida eterna.

Crecí en un pueblo marcado por el misterio de Cristo. La pasión del Señor, su Pascua son el mayor signo de identidad de Huércal Overa. Y un orgullo para todos nosotros, la huella de santidad del hijo más preclaro: Salvador Valera Parra, el Cura Valera. La Providencia ha querido que sea hoy, 27 de Febrero, día del nacimiento del Siervo de Dios, cuando reciba la ordenación episcopal. El Cura Valera ha sido y será mi modelo de sacerdote, a su intercesión me encomiendo y encomiendo mi nuevo ministerio, con la esperanza de que pronto lo veneremos como Beato.

Y es que siempre he tenido una buena experiencia de la Iglesia: mi parroquia, los sacerdotes que en ella han servido, las religiosas, tantos laicos. Todos me enseñaron a amar a la Iglesia, y a servirla como Ella quiere ser servida.

Querido hermanos, hemos de amar a la Iglesia. La Iglesia no vale por lo que hace, ni es más iglesia en la medida que hace mucho ruido; hemos de amar  a la Iglesia porque cada día nos da a Jesús. El desafecto no hace mejor a la Iglesia, nadie cambia sino por amor y con amor. Las reformas nunca vienen de la crítica agria y sistemática, sino de la fidelidad a Cristo y de la comunión con la Iglesia. Esta celebración de hoy ha de ser un gran testimonio de amor a la Iglesia, nuestra Madre.

4. “Sé de quien me he fiado” (2 Tim 1,12).

Vengo de una Iglesia apostólica y rica en fe y experiencia cristiana, la diócesis de Almería. Durante 25 años he pertenecido a su Presbiterio, al que me siento y me sentiré hasta el final de mi vida unido por la fe, la oración y el afecto. Mis hermanos sacerdotes me mostraron el don de la fraternidad, con ellos fue más fácil el seguimiento de Cristo en el ministerio sacerdotal.

Hoy siento la necesidad de agradecer a toda la diócesis de Almería estos años tan hermosos que hemos compartido.

Gracias a mis obispos. De Mons. Manuel Casares Hervás, recibí la ordenación sacerdotal y con él recorrí los primeros pasos de mi vida ministerial; fue ejemplo de pastor entregado en momentos delicados de la historia, para él pido el premio del Cielo. Mons. Alvarez Gastón, mi querido D. Rosendo, marcó en mi vida un servicio intenso a la diócesis; de él aprendí a servir a la Iglesia con todo lo que soy y tengo, y  aprendí a sufrir por ella; ha sido para mi un verdadero Padre; nunca podré agradecerle suficientemente su confianza y afecto, por eso lo encomiendo a Dios para que siga sirviendo a la Iglesia con todas sus fuerzas. En esto últimos años, Mons. Adolfo González Montes ha sido mi Obispo, en él he querido ver el Pastor que Dios ponía en nuestro camino; siempre me ha mostrado su confianza, primero como su Vicario, después en parroquias que me encomendó. Muchas gracias, Sr. Obispo, querido hermano, que Dios se lo pague y le siga dando su gracias para servir a la diócesis de Almería.

Gracias, Señor, por tantas personas que has puesto en mi camino, tantas que me han enseñado a ser de verdad pastor. Mi oración, recuerdo y afecto para las parroquias de Mojácar, Rioja, Santa María de los Ángeles en Almería, la Cañada de San Urbano, Costacabana y San Sebastián de Almería. Gracias, Almería por tanto afecto, por tanto que he recibido de vosotros.

Gracias, Dios mío, por mis años de docencia, por el contacto con tantos jóvenes a los que tuve la oportunidad de mostrarles la aventura más apasionante que puede vivir un ser humano: Jesucristo y su evangelio. Cómo no recordar, sin son mi premio, aquellos adolescentes que recibí en el Seminario y hoy son una hermosa realidad en el presbiterio almeriense.

Gracias por estos 25 años de sacerdocio en los que he podido experimentar tu bondad y misericordia conmigo; años en los que has permitido que sea testigo de tu Presencia.

5. “En el nombre del Señor”

Ahora el Señor, como a Abraham, me dice: “Sal de tu tierra, de tu casa, a la tierra que te voy a dar… te haré padre de un gran pueblo” (Gn 12,1). Esa tierra, ese pueblo, queridos diocesanos, sois vosotros, la diócesis de Guadix.

Vengo a vosotros contento y con ilusión, es el Señor quien me envía; vengo a esta querida Diócesis a hacer su voluntad. Estoy firmemente persuadido que en la voluntad de Dios está la realización plena del hombre. No busquemos nuestra gloria, busquemos y trabajemos por la gloria de Dios. Entre los peligros que nos podemos encontrar hoy está el vivir al ritmo de la opinión pública, moverse por las alabanzas o las críticas; no sea así entre nosotros: busquemos en todo la gloria de Dios. Recuerdo las palabras del Santo Cura de Ars, y quisiera aplicarlas a mi vida y ministerio: “En lugar de hacer ruido en los periódicos, haced ruido a la puerta del Sagrario”.
 
Vengo a una iglesia bimilenaria. Desde hoy formo parte, inmerecidamente, de esa historia preciosa que se ha forjado de fe, de testimonio de esperanza y caridad, hasta el derramamiento de la sangre en algunos momentos. Sobrecoge saberte un eslabón en la cadena de la sucesión apostólica en este camino que empezó San Torcuato. A lo largo de los siglos cuántos nombres que hablan de fidelidad a Cristo y a su Misterio.

El testimonio de los santos pastores es un ejemplo que quiero tener muy presente en el ejercicio del ministerio apostólico que hoy inauguro en esta iglesia. El Beato Manuel Medina Olmos, nos enseña que no hay amor más grande que dar la vida por tu pueblo, a ejemplo del Rey de los pastores; su sangre ha fecundado esta diócesis y lo seguirá haciendo en el porvenir. Quiero recordar también la memoria de D. Rafael Alvarez Lara, gran artífice de la restauración de esta diócesis, después de un período triste de nuestra historia, que nos ha de recordar que sólo con el respeto al pensamiento y  a la fe de los otros, con el perdón, podremos vivir en paz; nosotros los cristianos diríamos vivir en fraternidad.

Y desde entonces, grandes pastores que hoy viven, y algunos están ahora entre nosotros: D. Gabino Díaz Merchán; D. Antonio Dorado Soto; D. Ignacio Noguer Carmona –del que recibí la ordenación diaconal-, y D. Juan Garcíasantacruz Ortiz.

Quiero testimoniar públicamente mi gratitud y la de esta iglesia diocesana a la persona de D. Juan. Casi dieciocho años de entrega total a esta “porción del Pueblo de Dios”. Su sencillez, su cercanía, su gran espíritu de fe le han ganado el afecto de todos, creyentes y no creyentes. La expresión de la caridad en la diócesis llevan el sello de este buen Obispo al que respetamos y queremos. Pero D. Juan no se va, esta será siempre su Diócesis, aquí siempre tendrá un sitio, y no sólo material, sino en el corazón de todos. ¡Gracias, D. Juan, que Dios le pague todo lo que ha hecho por esta Diócesis!.

Querido hermanos sacerdotes, un saludo entrañable para cada uno de vosotros. Sois los colaboradores más cercanos del Obispo. El Señor nos ha encomendado el cuidado de su pueblo, el que salvó a precio de su Sangre. Os invito a considerar la grandeza del don recibido en el sacramento del orden, a dar gracias por este don y a vivir de acuerdo con lo que somos. El mundo quiere ver en nosotros hombres de Dios, servidores desinteresados de los hermanos. Nuestro testimonio de comunión es el mejor signo para nuestro pueblo.

Nuestro Seminario es el mejor testimonio de una diócesis con futuro; la vitalidad de una iglesia se muestra en las vocaciones que surgen de las comunidades cristianas. Mi recuerdo para los seminaristas y sus formadores. Saludo con afecto a los dos diáconos de nuestra diócesis. A todos les pido que pongan todo su empeño en una esmerada formación que los vaya preparando para ser verdaderos pastores del pueblo de Dios. Mostrad el amor a Dios en una rica vida interior y una oportuna preparación intelectual y pastoral, así los hermanos a los que vais a servir se beneficiarán de ella.

Mi estima y respeto a los miembros de los institutos de vida consagrada. Sois esenciales a la Iglesia y a su vida de santidad. Vuestro testimonio de seguimiento radical de Jesucristo pobre, casto y obediente es una llamada de atención a la Iglesia y al mundo de lo que es verdaderamente importante. Como os decía en mi primera carta, no sois importantes por lo que hacéis sino por lo que sois. Hoy el mejor testimonio de la vida consagrada es su misma consagración. Hacedlo en espíritu de comunión con la Iglesia y sus pastores. Cuento con vosotros en esta apasionante aventura de la evangelización.

Os saludo a todos, hermanos y hermanas de esta Diócesis. A los que formáis parte de asociaciones y movimientos apostólicos. Estemos abiertos al espíritu, que en cada momento de la historia va suscitando los distintos carismas que necesita la construcción de la Iglesia y la salvación del mundo.

Quiero saludar  a las autoridades que hoy nos acompañan y que representan a la sociedad en la que la Iglesia vive y ejerce su ministerio. Permítanme un saludo afectuoso y agradecido al Sr. Alcalde Guadix y a la Corporación municipal, sé el esfuerzo y la colaboración que han prestado para que esta celebración fuera digna. Muchas gracias. A los demás alcaldes de los pueblos y ciudades de la Diócesis, mi cercanía y mi mano tendida para la colaboración en todo aquello que afecte al bien común y a la dignidad del hombre. A las autoridades almerienses mi saludo y afecto, que saben bien que lo tienen.

Quiero detenerme, con un afecto especial, ante todos los que paséis especiales dificultades: los enfermos, los parados, los pobres. A nadie se le oculta que estamos viviendo una situación delicada en la sociedad, una grave crisis. Muchas familias se levantan cada día pensando qué darán de comer a sus hijos;  esto hace surgir en el corazón del hombre el pesimismo ante un futuro incierto. Todos quisiéramos tener la solución a este problema, pero, desgraciadamente no es así. La Iglesia sí tiene el amor de Dios, amor que se hace efectivo en las necesidades de los hermanos. Seguiremos poniendo todo lo que esté en nuestras manos para paliar las necesidades, seguiremos estando cercanos a tantos hombres y mujeres que viven la soledad de una sociedad construida sobre el tener y a la que hace le falta el calor del amor. El Obispo no tiene la receta contra los problemas, pero si está empeñado en mostrar la cercanía de Dios que se hizo pobre para compartir nuestra pobreza.

6. “Para mi la vida es Cristo” (Flip 1,21).

Mi lema episcopal, tomado de San Pablo en su carta a los Filipenses, pretende ser un programa de vida. La vida sin Él, no sería vida, con Él, incluso las situaciones de muerte se convierten en posibilidad de vida. En Cristo renace la esperanza y se hace fuerte el amor.

Muchas veces, ante el deseo de vivir una vida auténticamente cristiana, pensamos: ¿Qué he de hacer?. Me parece que la pregunta no está bien formulada, mejor sería pensar: ¿cómo dejarme hacer?. La vida cristiana no es tanto hacer cómo dejarse hacer. Cuando somos débiles, entonces somos fuertes, porque en nosotros reside la fuerza de Cristo, nuestro Señor.

Esta fuerza la obtenemos en la Eucaristía, en la eucaristía toma forma la vida cristiana. La eucaristía identifica al cristiano, ser cristiano es ser eucarístico. Pido al Señor que haga de nuestra Diócesis una iglesia que vive de la Eucaristía, que se convierte en eucaristía para la salvación del mundo. Este mundo en el que vivimos, queridos hermanos, nos exige de un modo más radical manifestar la verdadera identidad cristiana. El cristiano puede vivir su fe en una sociedad plural cuando está clara su identidad, manifestemos la belleza de la fe cristiana que a lo largo de los siglos ha informado un modo de ser, un pueblo, una cultura, una imagen del hombre.

Al comenzar mi nuevo ministerio entre vosotros, resuenan en mi las palabras del Señor a Pedro “¿me amas?…Apacienta mis ovejas” (Jn 21,15). Y, como él, quiero decirle al Señor: sabes, Señor, que te amo; con un amor marcado por la debilidad, pero te amo; “en tu Nombre echaré las redes” (Lc 5,4). Como cada día quiero repetir desde lo más profundo de mi corazón: Tomad, Señor, y recibid todo lo que soy y tengo, todo es tuyo, tú me los distes , a ti lo torno, dispón a tu voluntad, dame tu amor y tu gracia que estas me basta.

7. “Vuelve a nosotros estos tus ojos misericordiosos”.

Cuentan las crónicas que los obispos mártires de Guadix y Almería salieron para recibir la palma del martirio llevando en sus labios una popular oración a la Señora: “vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos”. La mirada de la Virgen enjuga nuestras lágrimas y pone alegría en el corazón, Ella nos lleva siempre a Jesús. Bajo su protección pongo mi ministerio episcopal y la vida de nuestra diócesis. Las advocaciones de la Virgen con las que se venera a la Madre de Dios en la Diócesis – las Angustias en Guadix o la Piedad en Baza, y tantas otras- son expresión de la devoción filial de este pueblo a María Santísima, Madre de la Iglesia. Que la Madre de la Iglesia nos acompañe en nuestro peregrinar hacia Dios.

Guadix, 27 de Febrero de 2010.
+ Ginés García Beltrán
Obispo de Guadix

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