En la fiesta de La Piedad, Co-Patrona de Baza

Homilía de Mons. Ginés García, Obispo de Guadix, en la solemnidad de la Santísima Virgen de la Piedad, Co-patrona de la ciudad de Baza.

Baza, 8 de Septiembre de 2014

Este año no es un año más en la historia de la ciudad de Baza, y en la devoción del pueblo bastetanos que honra, con su amor y devoción filial, a la Virgen Santísima, con el nombre de Piedad. Más de cinco siglos se resumen aquí, esta mañana, al declarar Patrona de la Ciudad de Baza a la Virgen de la Piedad. Es la fe y devoción de un pueblo que hoy encuentra eco en el que es Sucesor del apóstol Pedro, el Papa Francisco, que a través de la Congregación del Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, ha confirmado y aprobado la elección que he hecho como Co-Patrona de Baza de la Virgen de la Piedad, a petición vuestra, queridos bastetanos.

Hoy, nuestra celebración, es una expresión clara y elocuente de la verdad que profesamos en el credo de nuestra fe. Creo en la comunión de los santos, decimos. Sí, creemos en esa misteriosa comunión que nos une con los cristianos de todos los lugares y de todos los tiempos. Por eso, me gustaría recrear lo que ahora no ven nuestros ojos, pero que igualmente está presente: los bastetanos de todos los lugares y de todos los tiempos hoy entonan, entonamos, un canto de alabanza a Dios, nuestro Señor, por darnos el regalo de una Madre, la que es su Madre y ejemplo de seguimiento de Cristo. Qué grande es el hombre que tiene una gran madre, que grande es el pueblo que tiene una madre como la nuestra. Alégrate ciudad de Baza que tienes como Madre y Patrona a la que es Madre de Dios.

Fue en los primeros meses del año 1.490, recién tomada la Ciudad por los Reyes Católicos, cuando, según la tradición, un obrero de Guadix, Juan Pedernal, que trabajaba en la cimentación de un nuevo templo, «notó que su pico tropezaba en un cuerpo duro embutido en el terreno; creyendo que se trataría de una gruesa piedra descargó con todas su fuerzas un fuerte golpe de pico, quedando absorto al escuchar una lastimera y dulce voz que dijo: ¡Ten piedad!». De este modo tan sencillo y popular nació la devoción de Baza a esta Sagrada Imagen de la Virgen María. De aquí surge una rica historia que llega hasta hoy. Ha pasado el tiempo, pero la esencia es la misma y la enseñanza que podemos recoger también: lo único que perdura es el amor, lo único que nos identifica es el amor. Y hay expresiones del amor que van más allá de las ideas y del tiempo porque son vida, vida vivida cada día, me refiero a la maternidad.

Al calor de esta fiesta, mis queridos hermanos, os invito a reflexionar, una vez más, acerca de la figura de aquella mujer nazarena que con un Sí, sencillo, sincero, casi susurrante, cambió el mundo y la historia de los hombres. Estamos ante una mujer frágil en lo humano pero alzada por la fuerza de su fe; casi una niña asustada pero que no se dejó robar la esperanza; una pobre, en un medio pobre, que salió de sí misma para vivir la caridad fuente de la verdadera alegría. Pensar que toda la historia, como nosotros hoy, mira a esta Virgen Madre, es un signo de la grandeza de Dios que enaltece a los humildes.

Acabamos de escuchar en la proclamación del Evangelio el principio del relato de San Mateo, que comienza con la genealogía de Cristo. Las genealogías son siempre la respuesta a una pregunta sobre el origen. El apóstol y evangelista quiere responder a esta misma pregunta referida a Jesús, el Señor. ¿Cuál es el origen de Cristo? La respuesta la encontramos en la sucesión de las generaciones, donde hay santos y pecadores. Sin embargo, hay dos personajes decisivos para poder entender el origen de Jesús: Abrahán y David. Son dos hombres que personifican las promesas de Dios y su cumplimiento. Dios cumple su Palabra en la persona de Abrahán, padre de los creyentes; es el peregrino que sale de su tierra en busca de la tierra que Dios le ha prometido y de la descendencia que ha de ser más numerosa que las estrellas del cielo; Abrahán no se deja atrapar por el presente sin horizontes sino que afronta el futuro con fe, como posibilidad, consciente que en algunas ocasiones hay que esperar contra toda esperanza. Esto nos enseña que la historia siempre tiene una dirección; la vida no es una casualidad ni la historia un caos. Todo es fruto de un proyecto que tiene una meta, una realización. El otro personaje es David y su casa: «Tu casa y tu reino durarán para siempre en mi presencia y tu trono durará para siempre» (2S 7,16), es la promesa realizada al rey, es la promesa de un reino eterno. En definitiva, es la mirada en un horizonte más amplio, aquel del «para siempre»; es una puerta abierta en la historia que supera la historia de los hombres. Es la presencia de Dios en la historia de los hombres que la lleva hasta la plenitud. El hombre está hecho para la plenitud y no para el fragmento. La vida sin un «para siempre» no es completa ni tiene plenitud; sin este horizonte lo más que el hombre puede hacer es conformarse, pero no alegrarse. La vida no tendrá fin, podemos decir con la promesa hecha a David y cumplida en Cristo.

Jesús es el cumplimiento definitivo de la promesa de Dios. Toda la historia, contenida en la genealogía, mira a Jesús. Jesús es la bendición de todos los pueblos; es el futuro realizado y la puerta que nos abre al para siempre en Dios. Es la plenitud de la naturaleza humana; la luz que ilumina la oscuridad por la que avanzamos tantas veces a lo largo de nuestra existencia. Jesús es un «ahora comprendo», «ahora sí tiene todo sentido».

Sin embargo, el final de la genealogía de Jesús es sorprendente. Al final hay una mujer, María y un corte en la generación natural «engendró a». José no engendró a Jesús, sino que es el esposo de María, «de la cual nació Jesús, llamado Cristo». María es un nuevo comienzo: «Su hijo no proviene de ningún hombre, sino que es una nueva creación, fue concebido por obra del Espíritu Santo» (Joseph Ratzinger-Benedicto XVI. La infancia de Jesús, p. 15). Se da una nueva creación en la historia que trasciende la misma historia. «La genealogía de los hombres tiene su importancia para la historia del mundo. Y, a pesar de ello, al final es en María, donde se produce un nuevo inicio, comienza un nuevo modo de ser persona humana» (Ibid).

María es un nuevo inicio en la historia de los hombres, esto es lo que celebramos hoy en la fiesta de la natividad de la Virgen. María es la posibilidad, pues en ella se abre todo posibilidad para la humanidad. Es la elegida por Dios antes del tiempo para ser portadora de la gracia y mediadora de la salvación. Es la realización de la redención de lo humano en nuestra propia naturaleza. María es la unión de lo humano y lo divino, pues en su carne bendita recibe la plenitud de lo divino y nos abre la puerta de la plena comunión con Dios. Si confesamos a Jesucristo como Dios y hombre verdadero, en María tenemos la condición de posibilidad. María es la prueba de lo que puede hacer la libertad humana cuando es para el bien, cuando hunde sus raíces en la verdad.

«Ten piedad» es la súplica tierna y lastimera que escucha el accitano Juan Pedernal. Es la voz de la Virgen que entonces y ahora nos dice: ¡Ten piedad! Sí, mis queridos hermanos y hermanas, la piedad y la compasión son la expresión del corazón de Dios, y el mejor modo que tenemos de hacer como Él hace.

El fruto bendito del seno de María es Cristo, el Enmanuel, el Dios con nosotros. No son estas simples ideas, no son palabras huecas. Dios es un Dios con nosotros, por eso la vida del cristiano no puede ser una vida hacia sí mismo, sino que ha de ser una vida hacia los demás. Pobre del hombre que se encierra en sí mismo para que nada ni nadie lo contamine, aquellos para los que el mundo es problema de los otros. Un hombre sin compromiso para con los demás ya está muerto; no tiene vida porque la vida es compartir, es tocar, es amar, es sufrir. El hombre es un ser para los demás, nue
stra existencia sólo puede ser «proexistencia». Os invito a mirar a los hombres, a mirar al mundo, a ser testigos de un amor más grande que genera esperanza. No nos enterremos en los problemas de hoy, abramos nuestras puertas a un mañana lleno de posibilidades.

Esto lo quiero referir también a la Iglesia y a todos los que la formamos. No podemos vivir encerrados, añorantes de un pasado que ya no existe, cuando estamos llamados a ofrecer al mundo de hoy el Evangelio, la vida de Jesucristo. En este momento quiero traer las palabras del Papa Francisco: «prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos. Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida. Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: «¡Dadles vosotros de comer!» (Mc 6,37)» (EG, 49).

Estas palabras me inspiran cuando voy a realizar la Visita pastoral a las parroquias de Baza en los próximos meses. Vengo a confirmaros en la fe y a animaros a ser testigos del Señor Resucitado en medio de nuestro mundo. Deseo que seamos una Iglesia en salida. «La Iglesia «en salida» es una Iglesia con las puertas abiertas. Salir hacia los demás para llegar a las periferias humanas no implica correr hacia el mundo sin rumbo y sin sentido. Muchas veces es más bien detener el paso, dejar de lado la ansiedad para mirar a los ojos y escuchar, o renunciar a las urgencias para acompañar al que se quedó al costado del camino. A veces es como el padre del hijo pródigo, que se queda con las puertas abiertas para que, cuando regrese, pueda entrar sin dificultad» (EG, 46). La Visita pastoral será un momento de encuentro, y no sólo con la vida de la comunidad cristiana, sino también con toda la sociedad bastetana; un momento para conocernos mejor y alegrarnos con la vida que hay en nosotros. Será también la oportunidad para discernir lo que hoy nos pide el Señor. Os pido que oréis ya por la Visita y por sus frutos, yo ya lo hago hace tiempo y la encomiendo a nuestra Madre de la Piedad.

Al hablar del servicio de la Iglesia al hombre, vuelvo a extender la mano a las administraciones públicas y a aquellas instituciones que trabajan en favor de los humano para ofrecerles la leal colaboración de la Iglesia en todo lo que es para el bien del hombre según el espíritu del Evangelio. Siempre he creído que es más fácil sumar que rectar o dividir. El mundo de hoy nos pide sumar.

Para terminar, quiero volver la mirada a la Virgen. Entre sus manos, las mismas que sostienen al Señor, quiero poner todos los anhelos de este pueblo. En ellas depositamos nuestras ilusiones y esperanza; en ellas también nuestros sufrimientos, frustraciones y fracasos. En Ella, María de la Piedad, queremos apoyar nuestro futuro; en sus ojos queremos ver la realización de una Baza mejor para todos.

La devoción a María es una mirada que se hace oración; más aún, es dejarse mirar por Ella. Virgen de la Piedad, mira y bendice a nuestro pueblo; sostén, anima, cuida a tantos hombres y mujeres que se hunden por las dificultades; mira a los que están solos, a los que no tienen trabajo ni esperanza, a los enfermos; mira a los que viven lejos de sus hogares; mira con dulzura a nuestros niños, a los jóvenes y a las familias; acompaña la misión de todos los que sirven a la sociedad en las distintas instituciones; no dejes a los que no creen porque no conocen a Cristo o porque han perdido la fe. Mira a la Iglesia y a todos los que la formamos, y haz que seamos testigos de la alegría del Evangelio.

Virgen de la Piedad, Patrona de Baza, ruega por nosotros.

+ Ginés, Obispo de Guadix

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