«Me han vuelto a regalar la vida y si hay otra persona que me necesita para vivir, ¿quién soy yo para negarlo?»

La hermana Paciencia Melgar, natural de Guinea Ecuatorial, es Misionera de la Inmaculada Concepción y ha venido a Granada para contar su experiencia con la enfermedad del ébola, que contrajo en Liberia cuando cuidaba a otros y de la que sobrevivió. Una vez curada viajó a España donde donó su sangre para poder tratar a los dos religiosos que repatriados para ser tratados aquí y la auxiliar de enfermería infectada por el virus.

¿Qué nos puede decir sobre su experiencia con el ébola?

Mi experiencia es que siendo una enfermedad tan mortal, peligrosa y estando en un lugar con escasez de medios como es Liberia, cómo he podido sobrevivir. La manos de Dios estaba ahí y de verdad, con esa serenidad y esa paz y esa confianza en Dios es lo que me ha ayudado a sobrevivir. Doy gracias a Dios por estar a mi lado en ese momento tan difícil.

Usted se encontró con esta enfermedad porque estaba ya desde hacía unos años en Liberia como misionera. ¿Cómo nació su vocación para estar allí?

Yo he estado en Liberia 11 años. Mi vocación nació porque descubrí a las Hermanas Misioneras de la Inmaculada Concepción en mi país, Guinea Ecuatorial. Veía su cercanía a la gente, su entrega definitiva a Dios y el servicio a los hermanos. Era una congregación misionera, me uní a ellas y desde ese momento empecé a desarrollar ese espíritu misionero. Fue en el año 1990.

Tras 11 años en Liberia, llega esta enfermedad que ha afectado a tantas personas. ¿Cómo fue tomar la decisión de ponerse al servicio de los enfermos?

En la Congregación nos dedicamos a la enseñanza, la sanidad y la promoción integral de las personas y yo me sentí más inclinada a la sanidad, para estar con los enfermos, para ayudar. Me siento feliz ayudando a los demás.

¿Cómo fue el momento en el que siente que se ha contagiado del ébola?

Estaba cuidando justamente al director del hospital, que fue el primero en infectarse de la enfermedad por haber atendido a una paciente, y estuve cuidando a otros que también tuvieron contacto como médicos, enfermeros… que la mayoría también murieron. Empecé a sentir síntomas, a tener fiebre, y fui al laboratorio a hacerme análisis de paludismo y tifoidea y el resultado fue negativo. Ahí empecé a sospechar que podía ser, ya que la persona que estaba cuidando falleció.

¿Cómo vivió la enfermedad?

Estuve una semana en la comunidad enferma, donde vi a una hermana morir y a otros muy graves. Después me llevaron a un centro y lo viví como una paciente más, esperando la ayuda de otras personas. Los enfermos estaban allí esperando ayuda. No son pacientes normales de un hospital, son pacientes que tienen una enfermedad peligrosa que se puede contagiar a cualquier persona, por lo que había miedo por parte de los trabajadores. Nosotros esperábamos a que nos atendieran y nos traían pastillas para los síntomas y tratamiento para la malaria, porque los mosquitos entraban y nos picaban. Pero lo que más me hizo sufrir fue ver a los otros enfermos, que no podían moverse, tendidos en la cama, esperando ayuda. A veces podías pasar 12 o 24 horas sin ninguna asistencia, ni nadie que les limpiara. Eso me hacía sufrir. Los gritos, los lloros, gente que pedía agua… sentía pena y tristeza.

Doy gracias a Dios de que podía moverme. Veía todos los días pasar cadáveres y me preguntaba, ¿a quién le tocará de aquí a unos minutos? Estábamos en ese centro más de 30 personas y había sólo un baño, no podías entrar porque estaba repleto. Tenías un cubo que servía para todo, era como un tesoro, era lo único que tenías para todo, para asearte y todo lo demás. Hacía frío porque era tiempo de lluvia y el edificio tiene celosías alrededor y el aire entra, los mosquitos, el agua que caía de los tejados. Pero todo no era negativo, ves también que hay personas que te animan, rezan contigo y a veces había enfermos que te abrazaban. No le deseas a nadie que viva todo eso y hay que tener fuerza de voluntad para salir adelante y decir «yo aquí no voy a quedarme, tengo que salir de aquí».

¿Qué le pedía a Dios en esos momentos?

Rezaba mucho el Rosario con la otra hermana que estaba conmigo allí. Le pedía a Dios no sólo que nos ayudara, sino también por el pueblo, que estaba sufriendo, y por los que estábamos en el centro. Rezar era la confianza en Dios.

¿Se puede ver a Dios en la enfermedad?

Eso es experiencia de cada uno. Yo lo experimenté, como Ignacio de Loyola, que desde su enfermedad descubrió a Dios. Eso te da más fuerza, te acerca más a Dios incluso. Hay que tener algo antes, no es de la noche a la mañana. Yo creo que Dios ha estado a mi lado en este tiempo, porque estando en un sitio, tan mal, y que te den de alta y dices que no, que te quedas para ayudar a otras personas, hay algo que te empuja, te anima a eso.

Después de salir de la enfermedad se quedó ayudando a los enfermos y más tarde vino a España, donde donó su sangre para intentar salvar la vida de los dos sacerdotes misioneros y la auxiliar de enfermería de Madrid. ¿Qué le llevó a hacer todo esto?

He visto que el hecho de seguir con vida es por algo, es como renacer, he vuelto a renacer, me han vuelto a regalar la vida. Entonces, si hay otra persona que me necesita para vivir ¿quién soy yo para negarlo? Lo que tú recibes gratis hay que darlo gratis. Cuando se puede hacer el bien hay que hacerlo, es lo que podemos hacer, no otra cosa.

¿Y cuál es su misión ahora?

Desde que vine a España sigo aquí, me piden charlas, conferencias y mi Congregación me ha pedido también pasar por los colegios y tendré que seguir por otras provincias donde están las hermanas. Mi misión ahora es también apoyar nuestra fundación solidaria. Cuando llegue el momento y lo decida me voy para África.

¿Quiere volver a Liberia?

A Liberia, de momento, no lo sé, eso lo decidirá la Congregación. Por mí estaría ya hace tiempo allí.

¿Qué más nos puede decir sobre la enfermedad del ébola?

Quiero decir que el ébola no es una enfermedad de ahora, lleva muchos años arrasando la vida de mucha gente en África y casi cada año o cada dos va brotando en diferentes países. Nadie se ha preocupado, nadie se ha interesado en luchar contra esta enfermedad, intentando encontrar vacunas o medicina para detenerla. Ésta vez ha sido terrible, tres países en el mismo momento. No podemos permitir que esta enfermedad vuelva a matar a tanta gente. No hay derecho. ¿Por qué hoy se están moviendo? ¿Por qué la gente se está moviendo hoy? Porque llegó a Europa y llegó a América. ¿Por qué no se hizo antes? Ahora se ha hecho porque ahora nos interesa, por que el ébola ha volado, ha venido a encontrarnos. No podemos pensar que la enfermedad es problema solo de África. Hablamos de ébola, pero también la Malaria o cualquier otra enfermedad. No debería ser así. Es una enfermedad que está acabando con vidas humanas y no debemos permitir esto. Es un problema del mundo entero, es un problema global, de todo el mundo. Y no podemos pensar que como es África les dejamos morir, o porque es América los dejamos morir. Entre todos tenemos que luchar, luchar porque es nuestro hermano el que está muriendo, es nuestro hermano el que pasa necesidad, es nuestro hermano el que tiene hambre. Y tenemos que acudir a socorrerle. No nos podemos cruzar de brazos. Porque eres blanco, eres negro, azul o verde… ¡no!. Hay que mirar esa humanidad de ese hermano que está muriendo. Es lo que tenemos que hacer. Es lo que la Iglesia nos está hablando, de amor. Y es algo que todos llevamos dentro, ¿por qué no lo ponemos al servicio de los demás?

Cuando tú te entregas también recibes, si cierras la puerta también te van a cerrar la puerta. No tenemos que poner las fronteras que los hombres estamos creando, fronteras en el aire, en la tierra, en el mar… Yo siempre digo que qué pasa si ponemos también fronteras y barreras en nuestro corazón, ¿qué va a pasar?¿qué es lo que nos queda como seres humanos? Y eso es lo que queremos hacer, callar, callar el amor. ¿Amar a las personas es malo? No, lo contrario. Queremos hacer callar a alguien que nos dice que nos amemos unos a otros. Los misioneros, los religiosos, la Iglesia, estamos en esto, hacer ver que tenemos que amarnos. Y amando cambiamos el mundo. Cuando tú cambias y yo cambio, el mundo cambia. Si cerramos los oídos y también la boca estamos perdidos, algo tenemos que hacer.

La única arma que tenemos es el amor, mientras otros están con la guerra, porque están buscando justicia o por lo que sea.. hambre, guerra… todo eso viene por la desigualdad, por las injusticias, por no querer comprendernos y ayudarnos. Los hombres están luchando toda la vida y no nos sentamos a reflexionar por qué nos matamos unos a otros, dónde vamos, qué estamos haciendo aquí y adónde vamos. Con violencia no vamos a mejorar el mundo, sólo con amor.

Acabamos de celebrar la Jornada por la Vida Consagrada y estamos dentro del Año de la Vida Consagrada, proclamado por el Papa Francisco, que coincide también con el Año Jubilar Teresiano. Desde su vocación de consagrada, ¿qué puede decir a los jóvenes y a la sociedad sobre esta forma de vida?

El mundo, la sociedad de hoy está intentando callar, enterrar a la Iglesia Católica, la misión que hacen los misioneros, misioneras o los religiosos. De hecho, la gente no se entera de los misioneros que están trabajando silenciosamente. La gente no se entera, incluso los periodistas. Hay muchas cosas buenas que hacen los misioneros pero no lo publican, porque no les interesa. Pero cuando hay algo negativo, eso sale a flote y está al alcance de todos. Los jóvenes ven esto y esto no anima. Lo que tenemos que hacer es fomentar ese espíritu de sensibilización, para que la gente vea que todo no es negativo, que hay muchas más cosas positivas que están realizando los misioneros y de verdad, el mundo nos necesita lo mismo que necesitamos el mundo.

En la vida consagrada somos personas normales que hemos aceptado vivir así, consagrados a Dios y a los hombres, porque la fe necesita obras. La Iglesia Católica, en el mundo, somos los que más llevamos esas obras sociales y solidarias con el mundo. Los jóvenes, hoy en día, la sociedad los enrolla en muchas cosas, en nuevas tecnologías… son cosas buenas pero hoy los jóvenes no se comprometen para una vida así, definitiva, un compromiso definitivo de entregar su vida a Dios y a los demás. Lo hacen de otra manera, como voluntarios o para ayudar en lugares concretos o ir con los misioneros, cosas así, pero no una entrega completa. Animaría a los que tienen esa inquietud que se acerquen a los centros donde pueden conocer religiosos o religiosas, que les expresen esa inquietud, porque también la sociedad impide esto, los jóvenes temen al «qué dirán». No se atreven. Hay que sentirse libre y lanzarse, porque es una buena labor la que está haciendo la Iglesia. Les animo a arriesgarse.

Pedro Flores

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