El camino del amor. Primeras reflexiones sobre la «Amoris Laetitia»

Artículo de D. Livio Melina, Presidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia.

El Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia acoge con respeto, gratitud y disponibilidad filial la exhortación apostólica post-sinodal Amoris laetitia, con la que el Papa ha completado el camino sinodal que empezó hace ya dos años.

Hemos acompañado este recorrido con la preocupación de que no faltara nuestra contribución, con apertura de mente y de corazón, con claridad y parresia, seguros de la fecundidad de la inspiración que nace de San Juan Pablo II, el Papa de la Familia, y que hemos ido madurando durante estos treinta y cuatro años de compromiso en la investigación y en la didáctica, vividos siempre en estrecho contacto con la experiencia concreta de la pastoral familiar.

Deseo compartir enseguida algunas reflexiones, a partir de una primera lectura del documento. Habrá tiempo y ocasión para profundizar, con la atención que merece, esta enseñanza del Papa Francisco, caracterizada sobre todo por su gran anhelo pastoral de anunciar la Buena Nueva de la Familia con la perspectiva de la misericordia, intentando encontrar las familias en la concreción de sus problemas y de su fragilidad, abriendo caminos de conversión y de crecimiento en el amor para todos.

En el debate eclesial y en la opinión pública ha suscitado gran interés una cuestión concreta, que ciertamente no es la más importante desde un punto de vista pastoral: la eventual admisión a la eucaristía de los divorciados en una nueva unión civil.

Efectivamente, como ha observado el propio Papa, éste no era el problema central del Sínodo: basta pensar en los grandes desafíos de la Iglesia en lo que atañe a la familia en el contexto actual, como pueden ser el hecho de que los jóvenes se casan cada vez menos; la pérdida del papel social del matrimonio; las nuevas ideologías que amenazan a la familia y, sobre todo y ante todo, la gran tarea de llevar a Cristo a todas las familias en una nueva evangelización… Y sin embargo, se ha querido centrar la atención sobre ese punto específico, al considerarlo el test que comprobará el deseado eventual cambio de posición de la Iglesia (se ha hablado de una «revolución»), tal vez, como se ha dicho, sólo a nivel pastoral y no doctrinal.

Un camino de acompañamiento y de integración para las personas alejadas. Por lo tanto, la pregunta es legítima: el texto que acaba de ser publicado, ¿representa verdaderamente un cambio en la disciplina tradicional de la Iglesia, permitiendo por fin a los divorciados que se han vuelto a casar recibir la comunión, al menos en ciertos casos? Tras haber leído el capítulo VIII, en el que se examina esta cuestión, la conclusión posible es sólo una: la exhortación apostólica Amoris Laetitia no cambia la disciplina de la Iglesia, que se apoya en razones doctrinales, como indica la Familiaris Consortio 84 y confirma la Sacramentum Caritatis 29. De hecho, el cuerpo del texto del capítulo VIII ni siquiera menciona la eucaristía. En ninguna parte de la nueva exhortación post-sinodal el Papa Francisco dice que los divorciados que se han vuelto a casar pueden acceder a la eucaristía sin el requisito de «vivir como hermano y hermana» y, por lo tanto, esta exigencia de la Familiaris Consortio 84 y la Sacramentum Caritatis 29 sigue siendo plenamente válida como punto de referencia para el discernimiento. Esta claridad es lo mínimo que se debería pedir para legitimar el cambio de una disciplina radicada en la tradición y en la doctrina de la Iglesia, firmemente establecida por el Magisterio de la Iglesia (cfr. Mt 5, 37). Tanto San Juan Pablo II en la Familiaris Consortio, como Benedicto XVI en la Sacramentum Caritatis se expresaron con claridad cristalina.

Es evidente, por lo tanto, que el Papa Francisco, el cual ha insistido sobre el principio de sinodalidad de la Iglesia, no ha querido ir más allá de las decisiones sinodales. Por consiguiente, hay que decir claramente que también después de la Amoris Laetitia, admitir a la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar, fuera de las situaciones previstas por la Familiaris Consortio 84 y la Sacramentum Caritatis 29, es contrario a la disciplina de la Iglesia; y enseñar que es posible admitir a la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar, con excepción de estos criterios, es ir contra el Magisterio de la Iglesia.

Lo que propone el documento del Papa Francisco es, en cambio, un camino de integración, que permita a estos bautizados acercarse gradualmente al modo de vida del Evangelio. De hecho, las normas objetivas no conciernen a la culpabilidad subjetiva, de la cual sólo puede ser juez Dios, que escruta los corazones, sino que muestran las exigencias y la meta a la que tiende toda evangelización: una vida plena conforme al Evangelio, que la Iglesia está llamada a ofrecer a todos, sin excepción ni casuística. Esa, de hecho, es posible, porque es lo que pide el Evangelio (n. 102).

¿Cuál es, entonces, la novedad del capítulo VIII? La novedad no es un cambio de doctrina, sino el enfoque pastoral misericordioso de Francisco, su deseo de llevar el Evangelio a quienes están alejados, siguiendo así una lógica de integración progresiva.

Por esto el documento indica que puede haber circunstancias en las que las personas que viven objetivamente en una situación de pecado tal vez no sean subjetivamente culpables a causa de la ignorancia, del miedo, de afectos desordenados u otras razones que la tradición moral ha siempre reconocido y que el Catecismo de la Iglesia Católica menciona en el n. 1735. Esta afirmación es importante: significa que no debemos juzgar o condenar a estas personas, sino que debemos ser misericordiosos y pacientes con ellas, tal como el Padre lo es con cada uno de nosotros, y buscar para cada una de ellas el camino de conversión del pecado y de crecimiento en la caridad. Ciertamente, la afirmación de Amoris Laetitia respecto a la imposibilidad de definir la mortalidad del pecado personal a pesar de la verificación de la responsabilidad del sujeto, que puede ser atenuada o faltar (n. 301), no quita la necesidad de decir que, a pesar de todo, es un estado objetivo de pecado (como se hace en el n. 305).

Una nueva perspectiva pastoral para la Iglesia Pero una vez excluidas las interpretaciones casuísticas y tendenciosas, ¿qué quiere decirnos el Santo Padre de verdad con este texto? He aquí la respuesta simple y decisiva: quiere anunciar de manera nueva el Evangelio de la Familia y quiere invitar a todos, cualquiera que sea la situación en la que se encuentren, a un camino: «¡Caminemos, familias, continuemos caminando!» (n. 325). Él mismo había sugerido esta clave de interpretación fundamental cuando, al ser entrevistado a la vuelta de Tierra Santa, en mayo de 2014, había dicho que la pregunta fundamental que lo había inspirado a promover el camino sinodal no era una cuestión casuística, sino la urgencia de anunciar «lo que Cristo lleva a la familia». Y en el documento él parte de la constatación de que en nuestras sociedades occidentales, desgraciadamente, también entre muchos bautizados el matrimonio ya no es considerado una buena nueva. Este es el verdadero problema pastoral, del que se hace cargo, con valentía, la exhortación apostólica. El Papa quiere
abrir un nuevo camino para proclamar la buena nueva del matrimonio y de la familia para la vida de la Iglesia.

Para entender en qué sentido, es necesario darse cuenta de que en este documento el Papa pone como centro de su meditación el himno de la caridad de 1Cor 13 (capítulo IV), en el que el apóstol San Pablo habla de la caridad como de un camino mejor. De este modo, el Papa demuestra que para él el amor es un camino siempre nuevo, que hay que recorrer en plena fidelidad con el plan de Dios sobre el amor humano. Este plan de Dios sobre el amor humano incluye naturalmente las dimensiones fundamentales, que la gran teología del cuerpo de San Juan Pablo II retomada del documento (cfr. nn. 150 y siguientes), había reclamado y que son ilustradas y reclamadas por el Papa Francisco: la diferencia sexual, la unidad indisoluble y fiel y la apertura a la vida en la fecundidad.

Recorriendo este camino del amor, resaltamos algún elemento decisivo, de gran valor para la renovación pastoral:

1. La centralidad del tema educativo como vocación al amor (capítulo VII). En el documento se habla con frecuencia de «camino», de «historia», de «narración». Son términos que indican la importancia de la dimensión de la libertad en el tiempo: la Iglesia no sólo sale y se acerca a las personas, las acoge tal como son, sino que se hace compañera de camino, alcanzándolas allí donde están y ayudándolas a llegar a la meta posible. Frente al analfabetismo afectivo y la fragilidad de la libertad ante decisiones irrevocables, «para siempre», que comprometen a toda la persona, la respuesta sólo puede ser un renovado compromiso formativo de la familia, de la Iglesia, de los grupos sociales.

2. La claridad de la enseñanza sobre el amor conyugal y la fecundidad, a partir de la encíclica Humanae Vitae. Se abre así la tarea de retomar la encíclica de Pablo VI (de quien celebraremos, en 2018, su quincuagésimo aniversario) como propuesta de la Iglesia para evangelizar la intimidad sexual. Es una luz muy necesaria en una cultura que, a partir de la revolución sexual, ha olvidado el lenguaje del cuerpo y de la sexualidad (n. 222). Este magisterio verdaderamente profético está plenamente confirmado también en la perspectiva de una ecología integralmente humana.

3. El reconocimiento de la centralidad pastoral de la familia en la Iglesia: la familia no es ante todo un problema pastoral entre los otros que hay que resolver, sino que es más bien un sujeto vivo y presente, es decir, es el principal recurso para la evangelización, también en vista de una Iglesia más familiar, una Iglesia que tenga el perfil de una «familia de Dios». Por lo tanto, hay que activar una circularidad y una sinergia virtuosa entre la Iglesia y la familia. Así como la familia es una «pequeña iglesia doméstica», del mismo modo la gran Iglesia debe tener los rasgos y debe ser vivida como «la familia de Dios» (nn. 86-87).

4. El carácter sacramental de la vida cristiana: el cristianismo se basa en un acontecimiento histórico que nos alcanza en la carne y transforma la carne del hombre.

No son los planes pastorales planificados al milímetro los que nos pueden salvar y, menos aún, esos que intentan adaptar la moral cristiana a la mentalidad de un mundo occidental en crisis de significado. Por consiguiente, es necesario superar cualquier planteamiento de tipo puramente emotivo o banalmente contractual y recuperar el significado del matrimonio, para quien está llamado a él, como fundamento vocacional de la vida cristiana.

Saliendo de una lógica casuística, hay que captar el gran horizonte positivo que el documento abre para la misión de la Iglesia hacia las familias, situando en el centro la cuestión educativa como cuestión pastoral decisiva. Por ello, el Pontificio Instituto Juan Pablo II se siente interpelado de un modo muy particular, por la misión recibida y por la experiencia madurada a nivel teológico y pastoral.

Livio Melina
Presidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia.

Roma, a 10 de abril de 2016

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