Vivir la preciosa vocación a la que el Señor nos ha llamado

Homilía en la Santa Misa el martes de la XII semana del Tiempo Ordinario, el 23 de junio de 2020.

Durante los siglos VIII y VII antes de Cristo, se desarrolló en el Medio Oriente el Imperio asirio, que tenía su capital en Nínive, en la parte alta de Mesopotamia, una zona que hoy estaría en el norte de Irak, y es verdad (se sabe por la arqueología y por otros muchos detalles) que conquistaron todo el Medio Oriente; conquistaron, de hecho, el Reino de Samaria (era la Lectura que hacíamos hace un par de días), pero no conquistaron Jerusalén. El Medio Oriente estaba compuesto, sobre todo en la zonas más de colinas y de montañas (no tanto en Mesopotamia), de pequeñas ciudades estado y el Reino de Judá era una de esas ciudades estado. Y la Lectura de hoy nos cuenta cómo Dios libró a Jerusalén del Reino asirio. ¿Qué es lo que realmente sucedió? Pues, probablemente, una peste. Pusieron asedio a Jerusalén y, o bien una epidemia del tipo que fuera, y empezaron a morir soldados allí y se volvieron sin conquistarla. Y eso es lo que el Rey Ezequías da gracias de que haya sucedido. Y él entiende, como es natural, como una respuesta a la oración que habían hecho de suplicar el Señor.

Luego, sobre el Evangelio. Seguimos con la parte moral del Evangelio de San Mateo y me explico. El Evangelio de San Mateo, que es un Evangelio escrito pensando en unos oyentes, más que lectores (en aquel momento eran más importantes los oyentes, se oía el recitar las cosas, no había tantos libros como nos son accesibles a nosotros hoy para poder leerlos), es un Evangelio dirigido a oyentes judíos y uno de los pensamientos, no el único ni mucho menos de ese Evangelio, es presentar a Jesús como un nuevo Moisés. Y de ahí que San Mateo haya reunido una serie de textos, todos ellos fundamentalmente de contenido moral, aunque están abiertos por las bienaventuranzas que no son (como lo hemos visto el otro día) de contenido moral. El anuncio del Reino de Dios por lo tanto es el anuncio de la nueva Alianza que Dios establece con los hombres en Jesucristo. Pero luego, colgada de esa nueva Alianza, igual que estaban las Tablas de Moisés, vienen reunidos como en fila una serie de consideraciones o de propuestas morales que hace Jesús.

En el Evangelio de hoy hay tres. Yo voy a empezar por la segunda muy rápidamente. Es una formulación de lo más general, humana, y si queréis, lo más baja posible, de lo que será después en la Última Cena el mandamiento nuevo: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado”. Pero aquí está formulado de forma negativa. Dice: “Haced a los demás lo que queréis que ellos os hagan a vosotros”. En esta formulación, esta palabra de Jesús coincide con palabras (y eso sí es Lewis, el ensayista y apologista del cristianismo en el siglo XX, en Inglaterra, tan conocido y autor de “Las Crónicas de Narnia”, lo subrayó muy explícitamente). En muchas culturas esta formulación es como una regla de oro: hacer a los demás lo que quieres que hagan contigo. Me detengo un poco más adelante en ella.

Lo de “no deis lo santo a los perros”. ¿Qué es lo santo? Vosotros. Vuestras vidas, vuestras personas. No las tiréis. Son un don de Dios precioso. Es el don más grande que el Señor nos ha hecho y, entonces, merece la pena cuidarlas, merece la pena hacer de ellas (quienes tienen sensibilidad artísticas piensan mucho en la obra de arte que puede hacer, un pintor, y los admiran los hombres a veces muchísimo) la obra que el Señor ha puesto en nuestras manos, que, además, es una obra santa, por el hecho de haber sido creados, como seres humanos; hemos sido creados para Dios, merece la pena que sea lo más bella posible. Por la Gloria del Señor, que pueda gloriarse y disfrutar con nosotros y por nuestro gozo, porque no hay obra de arte tan bella, ni tan importante, ni tan decisiva, como nuestra propia vida. Lo que el Señor nos dice aquí es que no la malgastemos.

Y tiene que ver con lo de la puerta estrecha que dice el Señor después, porque lo de la puerta estrecha no se refiere a si son muchos o pocos los que se salvan. No se refiere a que sean pocos los que van a salvarse. Se refiere a que muchas personas echan lo santo a los cerdos. Me explico. Yo, en mi corta vida y en el mundo que me ha dado el Señor conocer en mis años de experiencia, soy consciente de que hay muchas personas que llegan a la vejez o a la muerte sin haber experimentado nunca un amor verdadero. Porque todas las formas de amor que han conocido son interesadas, son mediocres, son de poco valor, que corresponden poco a la belleza de la vocación que Dios nos ha dado. Es una puerta estrecha. Son pocos los que la encuentran. A veces, porque no tiene uno modelos en los que fijarse y entusiasmarse, y a los que seguir. Otras veces, normalmente por esto primero, otras veces porque uno está demasiado solo y la obra de arte en nuestra vida no se hace mas que en común, con amigos, de la mano de otras personas, en una comunidad cristiana, con personas que no hace falta que vivan en común, pero sí hace falta no estar solo en la vida. Y hemos empezado aceptando con mucha facilidad, empezando por los cristianos, el individualismo de nuestra sociedad y nos creemos que podemos hacer una vida bonita y bella viviendo solos. No. No se hace.

El modo de preservar la santidad de nuestra vida, de no echar a los cerdos ese tesoro que somos cada uno requiere las comunión de los santos. Y que la comunión de los santos no sea una palabra bonita que decimos en el Credo cada domingo, sino que sea de alguna manera la experiencia que nos sostiene. Me vale cualquier comunidad. Yo ni siquiera me sé vuestros nombres. Me vale esta comunidad eucarística con tal de que lo vivamos con verdad. Pero necesitamos una comunidad que nos acompañe en el camino de la vida. En solitario no damos con la puerta. Nos terminamos creyendo que somos nosotros los que hacemos nuestra santidad y no. La santidad es un don de Dios, que se da donde está la Presencia de Dios. ¿Y donde está la Presencia de Dios? “Donde dos o más están reunidos en Mi nombre”. Por lo tanto, para hacer una comunidad cristiana hace falta por lo menos dos.

Mis queridos hermanos, el Señor nos provoca. Cuando hablamos de que esto es un discurso moral o un contenido moral, enseguida estamos pensando en obligaciones. No. La moral no está hecha de obligaciones. Eso fue un invento. Tiene obligaciones claro que sí; tiene desafíos. El Señor lo que nos pone siempre delante es nuestra vocación y nos reta, nos desafía; desafía nuestra libertad a que vivamos la preciosa vocación a la que el Señor nos ha llamado a cada uno de nosotros.

Que así sea para todos, para nosotros, las personas que conocemos y queremos, y ojalá el mundo descubriera esta regla de oro de la vida.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

23 de junio de 2020
S.I Catedral de Granada

Escuchar homilía

Contenido relacionado

Enlaces de interés