En la Misa Crismal

Homilía de Mons. Demetrio Fernández González, obispo de Córdoba, en la Misa Crismal, concelebrada con su presbiterio.
Saludos:

Querido Mons. Mario Iceta, estás en tu casa, con tus hermanos sacerdotes en este presbiterio, del que un día fuiste llamado para presidir como obispo la Iglesia de Bilbao.
Queridos sacerdotes, queridos seminaristas, queridos consagrados y religiosos, queridos fieles laicos.

Protagonismo del Espíritu Santo

En esta Misa tan singular celebramos la unción de Cristo por parte del Espíritu Santo. Unción que se produjo ya en el seno virginal de María: el Espíritu Santo fue como el amor envolvente de Dios Padre, que hizo brotar milagrosamente la humanidad de Cristo “por obra del Espíritu Santo de María Virgen”. Esta unción tuvo como su mayor escenificación junto a las aguas del Jordán, cuando el Bautista derramó sobre Jesús el agua penitencial y el cielo se abrió de par en par con la palabra del Padre: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”, enviándole su Espíritu Santo. Comenta san Ireneo que el Espíritu Santo fue capacitando la carne de Cristo para la gloria. Y esta capacidad llegó a su culmen en el “tengo sed” de la Cruz. Una sed que fue saciada en la mañana de Pascua con la resurrección de su carne y la glorificación de toda su humanidad.

La Misa Crismal trae hoy por la virtud de los sacramentos esa unción de Cristo hasta nosotros, concretándola sensiblemente en el santo Crisma, que es consagrado en esta Misa, como una fuente interminable de gracia para tantas personas que serán ungidas a lo largo del año. Serán ungidos los que se bautizan, serán ungidos especialmente los que se confirman, serán ungidos los ordenados (presbíteros u obispos), serán ungidos los altares que vayan a ser consagrados y los templos que sean dedicados. La unción con el santo Crisma será la expresión eficaz de que el Espíritu Santo empapa todo lo que toca, impregnándolo de su gracia y del perfume de la gracia. Y esta unción de Cristo se prolonga en su esposa la Iglesia, un Pueblo sacerdotal. Junto al santo crisma son bendecidos el óleo de los catecúmenos para fortalecernos en la lucha contra Satanás y el óleo de los enfermos para unir el dolor humano al sufrimiento redentor de Cristo en favor de su Iglesia.

Esta es la razón por la que en este día santo nos reunimos los sacerdotes, presbíteros con el obispo, que hemos sido ungidos por el Espíritu Santo en el sacramento del Orden y renovamos nuestras promesas sacerdotales de seguir sirviendo a Cristo durante toda nuestra vida, para que la unción de Cristo que pasa por nuestras manos llegue a todo el Pueblo de Dios y sean santificados todos los ungidos con el santo Crisma. Permitidme, queridos sacerdotes, una sugerencia pastoral: ¿No sería ésta la misa propia a la que acudieran también los que van a ser confirmados este año? Es decir, todos los que ya bautizados vayan a ser ungidos por el Espíritu Santo en la confirmación. Como una catequesis sacramental, que les haga entender mejor donde está la raíz de su Confirmación.

Hacia el Encuentro diocesano de laicos

Precisamente de los sacramentos del bautismo y de la confirmación brota en la Iglesia la condición de los fieles laicos, configurados con Cristo, miembros vivos de la Iglesia, y por eso, fermento en el mundo de una vida que viene de lo alto.

Nuestra diócesis de Córdoba cuenta con miles y miles de fieles laicos que viven en torno a las parroquias en tantos servicios de catequesis, cáritas, servicio litúrgico con el canto, las lecturas y el servicio al altar, etc.. Tantos fieles laicos que viven su fe comprometidos en el mundo cofrade (lo vemos especialmente en estos días de Semana Santa). Solamente reuniendo a las juntas directivas de cada hermandad nos encontraríamos con varios miles de voluntarios que dedican su tiempo y su devoción al cultivo de la piedad popular, con su mística propia, “mística popular” la llama el Papa Francisco. Miles de fieles laicos en las asociaciones, grupos y comunidades, que suelen cuidar la iniciación cristiana con esmero. Y son también miles los fieles laicos en torno a las distintas familias religiosas, abundantes en nuestra diócesis. A todos ellos los convoco al Encuentro diocesano de laicos para el 7 de octubre próximo.

Se trata de vivir una experiencia gozosa de comunión eclesial, de los laicos con los pastores y con los consagrados. Queridos sacerdotes, cuento con vuestra colaboración en la preparación y animación de este encuentro y en vuestra participación en el mismo. Tengo la esperanza de que este encuentro suponga un impulso de los fieles laicos en nuestra diócesis de Córdoba, tan rica en vida eclesial en tantos aspectos. Hemos de buscar cada vez más la formación de tales fieles laicos, en sus distintos ámbitos, la corresponsabilidad en la vida de la Iglesia a todos los niveles (participación en los consejos pastorales de parroquia o en la administración de los bienes temporales) y la inserción en el mundo, característica tan propia del estado laical, para ser fermento en el mundo. En el campo de la familia y de la vida, en el mundo del trabajo, en el ámbito de la cultura y en la presencia de la vida pública, incluido el compromiso político. El grandísimo número de fieles laicos en nuestra diócesis no se corresponde con la visibilidad de su testimonio en un momento en el que no está de moda ser cristiano. Es preciso mover este laicado con nuevos impulsos misioneros, como nos recuerda constantemente el Papa Francisco: Una Iglesia en salida, una Iglesia que va a las periferias geográficas y existenciales, una Iglesia que da testimonio del Invisible en un mundo que prescinde de Dios.
Animad desde vuestras parroquias y asociaciones a todos los fieles laicos de nuestra diócesis para este encuentro, del que ya tenéis amplia información.

Y en ese mundo laical, prestemos especial atención a los jóvenes, en la preparación del Sínodo sobre “los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”, en la preparación de la JMJPanamá 2019 con el lema “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra”. En Córdoba tendremos el Congreso nacional de jóvenes cofrades a finales de octubre. Y hemos de inventar formas de poner a todos los jóvenes en estado de misión.

Renovemos nuestras promesas sacerdotales

Queridos sacerdotes, renovemos nuestras promesas sacerdotales. En coloquio personal con Jesucristo, démosle gracias por habernos confiado este ministerio, por habernos elegido para tal alta misión, para la que se requiere santidad de vida, como nos recuerda tantas veces nuestro san Juan de Ávila, doctor de la Iglesia y patrono del clero secular. “Este tesoro lo llevamos envasijas de barro para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros” (2Co 4,7). Cuidemos la oración y la vida espiritual, de donde brota todo lo demás; no dejemos los Ejercicios espirituales cada año; llevemos una vida adecuada a nuestro estado sacerdotal, desterremos si la hubiera toda doblez de vida.

Gracias, queridos sacerdotes, por vuestr
o trabajo pastoral, llevando sobre vosotros el peso del día y el calor de la jornada. Conozco vuestras fatigas y vuestro entusiasmo, aunque a veces no veáis el fruto inmediato. Permitidme que os diga en ocasión tan solemne y tan santa: estoy muy contento de vosotros, me siento muy a gusto con vosotros, os quiero con toda mi alma. A pesar de las dificultades que nunca faltan, puedo decir con gran humildad y gratitud a Dios: “Me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad” (Salmo 15).

Queridos seminaristas, preparaos bien para el sacerdocio ministerial al que Dios os llama. Con este santo crisma que hoy consagramos ungiremos las manos de algunos de vosotros en este mismo año, sed agradecidos a Jesucristo que os ha llamado a este estado, para servirle a Él y a los hermanos. Mirad a vuestros curas y aprended tantas cosas de ellos. Vosotros sacerdotes, sabed que vuestro modo de vida suscita nuevas vocaciones. Ya se anuncia un buen número de nuevos alumnos en nuestros Seminarios para el próximo curso, acompañemos todos con la oración ese proceso vocacional, que incluye el combate personal, en el que Jesús saldrá victorioso y nos hace partícipes de su victoria.

No nos olvidemos en estos días santos de tantos cristianos que sufren persecución por causa de su fe cristiana. Su testimonio nos aliente a todos en la fidelidad al Señor, según la vocación a la que cada uno ha sido llamado.

María Madre de la Iglesia, interceda por nosotros ahora y siempre.

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