Amad a vuestros enemigos

Carta Pastoral del Obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández González.

Escuchamos en el Evangelio de estos domingos el Sermón de la Montaña, que comienza con las bienaventuranzas y nos presenta a Jesús como el nuevo Moisés, que subió al monte para traernos las tablas de la ley de Dios. Jesús se presenta no ya como el mensajero de Dios, al estilo de Moisés, sino como Dios mismo que viene a traernos la ley nueva del amor y que se concreta en todos los campos de la vida humana. “Habéis oído que se dijo…, pero yo os digo” (Mt 5,44). 

“Amad a vuestros enemigos” (Mt 5,44) constituye como la quintaesencia del Evangelio. Amar es la vocación del hombre: “El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente” (Juan Pablo II, RH 10). No podemos vivir sin amor, sin ser amados y sin amar. Dicen que el infierno consiste simplemente en eso: en no poder amar, en quedar encerrado y asfixiado en el propio egoísmo. 

En la escala del amor hay muchos grados, y Jesús nos ha enseñado el amor más grande. En las relaciones humanas, existe la ley de la selva, es decir, la ley del más fuerte que elimina al más débil. A veces el ser humano vuelve a ese estadio, agravado por el pecado, que oprime al débil y lo destruye. Un estadio superior es la ley del Talión: “Ojo por ojo y diente por diente”, es decir, no puedes vengarte sin medida. Si te han hecho una, puedes cobrarte una, pero no diez. Otro grado superior lo encontramos en la ley dada por Dios a Moisés, cuando manda amar al prójimo y permite odiar al enemigo. A ese mandamiento hace referencia Jesús para contraponer el mandamiento nuevo del amor cristiano, el amor más grande del que es capaz el corazón humano: “Amaos unos a otros como yo os he amado” (Jn 13,34).

¿Cómo nos ha amado Jesús? –Dando la vida por nosotros. Y eso que todavía éramos enemigos de Dios. “Mas la prueba de que Dios nos ama es que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rm 5,8). El amor de Dios reflejado en el corazón de Cristo es un amor sin medida, hasta el extremo. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único” (Jn 3,16). Y Jesús, “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). Jesús nos ama sin medida, hasta el extremo, perdonando incluso a aquellos que le ofenden: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Y ese amor tan genuino y tan puro, un amor que es plenamente oblativo y nada posesivo, es el que Jesús nos manda en su Evangelio: “Amad a vuestros enemigos”. 

El amor cristiano incluye el amor a los enemigos, al estilo de Dios, al estilo de Jesús. Amar a los enemigos no brota de la carne ni de la sangre. Es un don de su gracia, que puede ser acogido o rechazado por mí. Cuando en nuestro corazón asoma el amor a los enemigos es porque Jesús ha entrado en nuestra vida y ha comenzado a cambiarla desde dentro.  

Esta es la revolución que cambiará el mundo, la revolución del amor que Cristo ha vivido y ha predicado. El mundo no se arregla con la violencia, ni con la guerra, ni con el odio que conduce a la lucha de clases. El mundo se arregla cuando hay amor. Y este amor más grande sólo puede venir de Dios. 

Con mi afecto y bendición:

+ Demetrio Fernández
Obispo de Córdoba

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