Carta del obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández, con motivo de la Jornada del Enfermo 2020.
Hay una soledad buena, la que nos permite el descanso, la que nos pone en contacto con Dios, la que nos da impulso para llevar adelante la misión que Dios nos ha encomendado, para entregar nuestra vida a los demás. Esta soledad buena debe ser fomentada, de manera que nos libremos del torbellino de la actividad, del ruido, del estrés, del exceso de mensajes, comunicaciones, estímulos. Solo en la medida en que administramos esta buena soledad, nos hacemos capaces de darnos a los demás. Cuando nuestra vida es extrovertida, corremos el riesgo de no tener nada que dar, porque estamos vacíos.
Pero hay una soledad que viene impuesta y que aplasta a la persona que la padece, porque toda persona está hecha para la relación. Es la soledad que aísla, que encierra en uno mismo. Es la soledad que procede de la marginación, del descarte, de la injusticia. Es la soledad que padecen tantas personas a las que la vida y el egoísmo de los demás han golpeado. Ancianos abandonados incluso de sus familiares. Personas que son abandonados por sus cónyuges, con lo que duele eso. Niños a quienes sus padres no atienden. Jóvenes víctimas del consumismo, que quedan en la cuneta de la vida. Añadamos a todo ello los migrantes y los refugiados que huyen de la guerra. La soledad es una de las principales causas de la exclusión social. En España, 4,7 millones de hogares son de una persona sola. 850.000 mayores de 80 años viven solos y con dificultades de movilidad.
La Pascua del enfermo se celebra en dos fechas al año: en torno al 11 de febrero, fiesta de Ntra. Sra. la Virgen de Lourdes, porque ella es salud de los enfermos, y en torno al VI domingo de Pascua, donde se busca que el gozo de la Pascua llegue especialmente a los enfermos. Este año, con el lema “Acompañar en la soledad”, poniendo el foco en tantas personas de nuestro entorno que viven solas, en una soledad impuesta, que las aísla y las destruye. Para todos ellos suena especialmente la invitación de Jesucristo: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré” (Mt 11,28). Jesucristo quiere entrar en la vida de todas estas personas y hacerse su compañero de camino, su alivio y su descanso. Y prolongado en su Iglesia, en la comunidad de los amigos del Señor, mover a los miembros de la comunidad cristiana para que salgan al encuentro de tantas personas solas de su entorno.
La pandemia que vivimos y el confinamiento que por razones sanitarias nos viene impuesto han acentuado esta soledad y nos han hecho más conscientes de personas que viven cerca de nosotros y están solas. También estas circunstancias han sido ocasión de nuevas iniciativas de acompañamiento en la soledad, y damos gracias a Dios por esta generosidad.
El tiempo de Pascua en el que nos encontramos nos invita a vivir esta presencia gozosa del Señor en medio de nosotros, particularmente en el sacramento de la Eucaristía. Ahí se acerca a nosotros vivo y glorioso para acompañarnos en nuestra soledad, para dar sentido a nuestros trabajos, para hacer redentor nuestro sufrimiento vivido con amor junto a él. En este VI domingo de Pascua nos habla en el evangelio de que no nos dejará solos y desamparados, sino que nos enviará otro Paráclito, el Espíritu Santo, como abogado defensor que estará siempre junto a nosotros para acompañarnos, para defendernos, para consolarnos.
Cuando uno descubre la intimidad de Dios, que Jesucristo nos ha abierto para introducirnos en ella, ya no vive nunca solo. Tiene huéspedes que habitan en su alma: el Espíritu Santo, que nos hace entender lo profundo de Dios, el Padre omnipotente que nos cuida como a sus hijos queridos y Jesucristo, el Hijo hecho hombre, que comparte nuestra vida para darnos acceso a compartir la suya. Realmente, el Dios de Jesucristo ha venido para acompañar nuestra soledad, para aliviar nuestro cansancio, para dar alas a nuestra esperanza.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández
Obispo de Córdoba