Señor, enséñanos a orar

Carta del Obispo de Cartagena, Mons. José Manuel Lorca, en el XVII Domingo del Tiempo Ordinario.

Durante estos últimos domingos hemos escuchado cómo el Señor nos invita a seguirle, a anunciar la Buena Nueva, las condiciones de un discípulo y la actitud ante Dios… Este domingo se nos dice directamente que hay que orar, porque tenemos la seguridad de ser escuchados por Dios. Es cuestión de confianza y de acción de gracias, “cuando te invoqué, Señor, me escuchaste… y acreciste el valor de mi alma”. Tal como nos la presenta Jesús, la oración es una relación estrechísima con Dios, un amor que lleva necesariamente al trato especial con el que sabemos que nos ama. Hablar, tratar, escuchar… son formas de expresar que no podemos decir que amamos a Dios sin relacionarnos con Él. El ejemplo más evidente es el del mismo Jesús, que oraba insistentemente. En efecto, “Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado” (Hb 5,7).

Fueron muchas veces las que Jesús les dijo: Orad, pedid… tantas, que los discípulos entendieron el mensaje del Señor y directamente le dijeron: “enséñanos a orar”. Jesús les escuchó y les ayudó a orar. El Evangelio de este domingo recoge la más bella plegaria, el Padrenuestro, que es el modelo de toda oración, porque nos enseña a, primero, alabar a Dios y darle gracias y luego, a presentarle nuestras necesidades e interceder por todos. La oración es necesaria, pero también debe ser humilde, atenta, perseverante y confiada en la bondad del Padre, pura de intención y concorde con lo que Dios es.

Hay que tener claro que una vida seria de fe y compromiso exige oración, lo mismo que una vida intensa de oración lleva necesariamente a una vida seria de compromiso cristiano, esto lo pudimos ver en las lecturas del domingo pasado. La Santa de Ávila lo enseñaba así a sus hijas del Carmelo, en el libro de las Moradas: “La más cierta señal que, a mi parecer, hay de si guardamos estas dos cosas, es guardando bien la del amor del prójimo; y estad ciertas que mientras más en éste os viereis aprovechadas, más lo estáis en el amor de Dios”. Pero la condición humana es muy sutil y nos presenta muchas trampas, para que caigamos en la tentación de pensar que somos estupendos, aunque estemos alejados de Dios. Es una advertencia, porque fácilmente nos podemos engañar a nosotros mismos, por eso necesitamos de acompañamiento, de una dirección espiritual. El que conoce bien el rostro de Dios ha descubierto su gran amor y todo es secundario comparado con hacer su voluntad, todo lo considera basura comparado con el conocimiento de Cristo Jesús, como nos dice San Pablo. Esta es una conclusión cierta: No se puede estar interesado por Dios sin hablar con Él, sin escucharle, sin fiarse del Padre Dios. Por ello, cuando oigáis decir o digáis vosotros mismos: no puedo orar porque no tengo tiempo, pero trabajo mucho por Dios, trabajo en la parroquia, en grupos cristianos… decid, ¡no puede ser! El compromiso cristiano serio necesita de la oración. ¡Cuidado con las excusas! Que tengo prisa, que tengo tanto que hacer, ¿para qué sirve? El Papa Benedicto nos decía que la oración de verdad es también una manera de hacer pastoral y de evangelizar. El Señor nos vuelve a iluminar nuestro camino de vida cristiana potenciando el gusto por estar con Él y poder servir mejor, con toda humildad y constancia.

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