La bondad del corazón de Dios

En este domingo, la Palabra de Dios sigue centrada en la enseñanza sobre la oración, especialmente en la actitud humilde que hemos de tener ante Dios. En la primera lectura, en el libro del Eclesiástico, se afirma que Dios tiene cierta debilidad por los pobres y los humildes, pero prestad atención también al salmo responsorial, que insiste: «Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha… el Señor está cerca de los atribulados». Jesús retoma todo esto y nos dice que nuestra postura ante Dios no puede ser de orgullo y autosuficiencia, sino de humildad y sencillez en nuestra vida. Ya estamos acostumbrados al estilo de Jesús, que nos dice cosas importantes con un lenguaje sencillo, en parábolas. En este caso nos propone la parábola de un fariseo, que más que rezar a Dios, se reza a sí mismo y que desde el pedestal de sus grandezas canta su propia historia. Por otra parte, el otro protagonista es un publicano, que se presenta delante de Dios reconociendo que todo lo que hace no está bien y no puede atribuirse ningún mérito, sino que todo lo espera de la bondad de Dios. Conviene detenerse un momento para poder distinguir bien lo que nos quiere decir el Señor, y no es precisamente hacer una comparación entre un pecador y un justo, sino en la diferencia que existe entre uno que se reconoce sencillamente un pecador y el otro que se considera el bueno, el mejor, el más “justo” y satisfecho de sí mismo.

Lo que nos pide el Señor Jesús no son las grandezas que vamos contando, nuestros grandes “méritos”, sino si sabemos amar de verdad y nos pone el ejemplo de este fariseo, que no sabe amar. Conviene fijarse solo en cómo se relaciona con Dios y cómo trata a sus semejantes. Ese hombre se considera justo, pero tiene poca fe dentro. Jesús dice que este no sale del templo perdonado. Mientras que el publicano, que es pecador, que se presenta con mucha humildad ante el Señor con la conciencia clara de su culpa, es otra cosa, ha pecado, pero tiene mucha fe dentro. Este sí es atendido.

Estamos ante una ocasión maravillosa para respondernos a nosotros mismos sobre nuestra condición de hijos de Dios; y si somos hijos, somos hermanos de los demás; tendremos que responder sobre cómo tratamos a los otros. Si nos conociéramos más profundamente, incluidos nuestros fallos con Dios y con los demás, nuestra oración sería mucho más cristiana y eficaz, más sencilla, transparente y sincera. Si atendemos bien esta enseñanza aprenderemos a confiar más en Dios, que no nos abandona y que sale a nuestro encuentro con el perdón y la misericordia, por el gran amor que nos tiene. Aprenderemos que no es nuestro el mérito, sino que este está en la bondad de Dios, que siempre nos escucha y atiende nuestras súplicas.

Feliz domingo

+ José Manuel Lorca Planes
Obispo de Cartagena

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