Homilía del Obispo de Cartagena

Misa en la Catedral de Murcia con la Peregrinación de enfermos, voluntarios y amigos de la Hospitalidad de Ntra. Sra. de Lourdes, el 23 de junio de 2013.

Queridos hermanos,

En este momento, en condiciones normales, ya estaríamos en Lourdes y celebrando, con gran gozo, todos los actos que la Hospitalidad de Lourdes tenía previstos, para sumar otro año más a la historia de las peregrinaciones de esta Diócesis de Cartagena. Pero Dios ha permitido que este año hagamos una peregrinación especial, no en la ciudad de Lourdes, sino aquí, en nuestra tierra, entre los nuestros. También hoy estamos de peregrinación al Santuario de María, a Nuestra Señora, desde el corazón, desde lo más hondo de nuestro ser y Ella oirá nuestras súplicas, escuchará nuestras peticiones. Juntos cantaremos las maravillas y las alabanzas de Nuestra Madre del Cielo: «Dios te salve, María».

Con estas palabras saludamos siempre y en todas partes a la Madre de Dios y Madre nuestra. Ella, al recibir ese saludo, fue llamada por su nombre; así la llamaba su familia y los vecinos que la conocían; con este nombre fue elegida por Dios. El Eterno la llamó por este nombre. ¡María! ¡Myriam! Sin embargo, cuando Bernardita le preguntó su nombre, no contestó «María», sino «Yo soy la Inmaculada Concepción». De este modo, se denominó a Sí misma en Lourdes con el nombre que le habría dado Dios desde la eternidad; sí, desde toda la eternidad la escogió con este nombre y la destinó a ser la Madre de su Hijo, el Verbo Eterno. Y, en fin, este nombre de Inmaculada Concepción es mucho más profundo y más importante que el usado por sus padres y la gente conocida, el nombre que Ella oyó en el momento de la Anunciación: «Ave María».

La Virgen ha sido llamada por Dios a una misión especial en la Historia de la Salvación y podríamos decir que ha recibido «otro nombre», el nombre que indica la tarea, que señala el camino para los creyentes. Cuando le dice su nombre a Bernardette, le abre su corazón con una admirable transparencia; en Ella y a través de Ella habla Dios. Habla a un nivel que trasciende las palabras cotidianas del hombre y, quizá, hasta las mismas palabras que utilizaba María, la joven de Nazaret, pariente de Isabel y Zacarías, desde hacía poco prometida con José.

Es precisamente el Espíritu quien da tal transparencia a su Corazón –corazón humilde y sencillo de una niña de Nazaret- gracias «a lo que había prometido Abraham y a su descendencia para siempre» (Lc 1,55). Dios está presente también misteriosamente en toda la historia de los hombres, de las generaciones que se suceden, de los pueblos, capaz de suscitar de un modo maravilloso transparencia, esperanza, llamada a la santidad, purificación, conversión.

«Dios está presente -como decía Juan Pablo II- en la historia de los humildes… y de los poderosos; sí, en la historia de los hambrientos, oprimidos, marginados, que se saben amados por Él, y con Él recobran fuerzas, dignidad, esperanza; y también en la historia de los ricos, de los opresores, de los hombres hartos de todo, que no escapan al juicio de Dios y están invitados también ellos a la humildad y a la justicia, a compartir los bienes, para entrar en su Reino. Dios está presente en la historia de los responsables y de las víctimas de la civilización del consumo que se va difundiendo; quiere liberar al hombre de la esclavitud de las cosas y llevarlo a retornar incesantemente al camino del amor a las personas –a Dios y a los hermanos- con espíritu de pureza, pobreza y sencillez».

La Bienaventurada Virgen María confía a la joven Bernardette Soubirous el mensaje de esperanza y de luz para la humanidad enferma y que sufre en el espíritu y en el cuerpo, pero lo hace sin que olvidemos algo esencial, que sepamos acercarnos, como lo hizo Ella sobre el Calvario, donde se erguía la Cruz del Hijo, a las cruces del dolor y de la soledad de tantos hermanos y hermanas para llevarles el consuelo, para compartir su sufrimiento y presentarlo al Señor de la vida, en comunión con toda la Iglesia. ¡Este es el milagro de Lourdes! Vosotros, voluntarios de corazón grande, sois parte de este milagro, porque os acercáis a los que os necesitan para poder tocar con sus manos la Cruz de Cristo.

Del testimonio que cuenta Bernardette sobre su experiencia de ver cara a cara a la Santísima Virgen María, no puedo evitar admirarme de esto que dice «Me mira como una persona mira a otra persona. Me trata de usted. Me habla en dialecto». Para mi sobran muchas palabras, me gusta quedarme en silencio y repasar dentro de mi, esta cercanía, este inmenso amor, el extraordinario cariño y respeto con el que trató la Virgen María a esta joven criatura, frente a los que se reían o se burlaban de ella.

Queridos hermanos, dejemos que la Virgen pueda ofrecernos su mensaje de esperanza y de fe a cada uno de nosotros esta tarde, sepamos hacer silencio para poder escucharla bien, sin olvidar que su primera misión, para lo que fue llamada, era para una Historia de Salvación, colaborar con Cristo. Juan Pablo II escribe en la Carta institutiva: «Lourdes (…) es lugar y a la vez símbolo de esperanza y de gracia en el signo de la aceptación y de la oferta del sufrimiento salvífico». Y es lugar que da el mensaje de que «más fuerte que la muerte es el amor», como anuncia la décimo quinta estación del Vía Crucis, con la gran piedra sepulcral removida la mañana de la Resurrección.

Recordar que en todas las apariciones se presentó María con un rosario, con el objeto de mostrar la importancia de rezarlo. Quiere que se haga oración y penitencia con humildad, este es también su mensaje, que nos ayudará a la conversión.

Gracias a todos por poder celebrar esta tarde que ni la lluvia, ni el torrente de agua podrán ahogar la fe de un pueblo que quiere a su Madre. Pidamos para que pronto se restablezca el recinto del Santuario y vuelvan las cosas a su sitio.

Que María Santísima de Lourdes interceda por nosotros. Amén.

+José Manuel Lorca Planes

Obispo de Cartagena

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