Encuentro Diocesano de la Caridad

Homilía del Obispo de Cartagena en la Celebración Diocesana de la Caridad. Cartagena. 19 de abril, 2015.

Queridos hermanos,

¡Sed bienvenidos todos a esta celebración de la unidad y de la caridad y misericordia de Dios! Cartagena nos vuelve acoger con los brazos de la Madre, de la Santísima Virgen de la Caridad, que sosteniendo a su Hijo nos invita a participar en la gran aventura del amor samaritano.

Nuestra Madre es nuestro refugio, por eso acudimos con fe y esperanza, fiándonos de su intercesión. Ella, al pie de la cruz, es el mejor icono de quien ha entendido las palabras de Jesús: saber permanecer. En esta imagen de la Virgen de la Caridad se representa a la que ha sabido entender la Palabra y cómo ha permanecido junto a Jesús, hasta en este momento tan crudo y desgarrador para una madre, como fue el suplicio de la cruz. Todos los que estamos aquí en esta preciosa tarde de primavera entendemos y reconocemos el ejemplo de María y su decisión de no huir, el cuerpo de Jesús la necesita, por eso permanece, el amor le hacer estar y no darse a la fuga, porque con sus lágrimas le está preparando el bálsamo de la ternura. La han dejado sola, pero ella está firme en la fe, en la confianza en la Palabra del Señor. María es la mujer fuerte, de convicciones firmes, ella es de Dios y vive para Dios y mantiene la confianza de que el plan del Padre se cumplirá. A ella no le hizo falta la catequesis que dio Jesús a los de Emaús, porque en su corazón están grabadas las palabras de la Escritura: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. A su dolor de Madre se le llama esperanza.

Quiero agradecer vivamente a la Junta de Gobierno de la Hermandad del Santo Hospital de Caridad y a su Hermano Mayor el privilegio de que la imagen bendita de la Madre esté junto a nosotros, de que haya salido de la Basílica Menor en procesión y de que podamos tener la oportunidad de verla con su Hijo entre sus brazos, porque saldremos de aquí con la lección bien aprendida: que nuestra vocación, como diocesanos de Cartagena, es acoger siempre a Cristo entre nuestros brazos, tenderle la mano a los empobrecidos de la tierra, prestar oídos a los que le gritan a Dios, pero no para decirles que se callen, sino para acercarles a su curación y esperanza.

Ha sido extraordinaria en la primera lectura, la predicación de Pedro, después de ser testigo de la Resurrección de Jesús. La exhortación del apóstol está avalada con signos, como hacía Jesús, acababa de curar a un lisiado en la puerta del templo; pero su intención está en llevar a la gente al Señor, al que tiene el poder de dar la vida y devolver las esperanzas perdidas. La fuerza no está en el signo de la curación, sino en la evangelización, que Cristo, el Salvador, sea conocido. En su predicación pone San Pedro a Jesucristo en el centro de la atención de los oyentes y les pide que no repitan la historia, eso de gritar fuerte para pedir la muerte del justo, entregándolo a Pilato, a pesar de que había decidido soltarlo. Con esta fuerza les dice: Rechazasteis al santo, al justo y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida… Aquí encontramos motivos para nuestra conversión.

Nosotros estamos aquí convencidos de que nuestra vocación está en salvar al justo, ayudarle a salir del tormento, a darle el pan necesario al hambriento y el agua al sediento; estamos para decir a todo el mundo que creemos en la dignidad del hombre y de la mujer, imagen de Dios. Estamos aquí para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina, como dice el Papa Francisco en la reciente Bula. El Santo Padre abre para la humanidad el estilo de ser cristianos, que no es nuevo, sino el de siempre, cuya fuente está en el Evangelio: Redescubrir las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos, sin olvidar las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos. Este es el programa de vida. Para recordar esto y abrir posibilidades de ayudar y sostener en nuestro regazo a los hermanos, como María, estamos aquí.

No permitáis que al volver a casa y a las actividades de cada día se borren estas palabras de Jesús, no permitáis que lo efímero, lo que se lleva el viento, sea el protagonista de vuestras horas y días. El protagonismo lo debe tener siempre Cristo, la caridad y la misericordia de Nuestro Señor. No caigáis en la tentación de pensar que ser cristiano es estar envuelto en lo oscuro de un rostro frío, dolorista y triste, porque esa no es la realidad. El Papa Francisco nos ha dicho que quien vive la misericordia, la caridad, bebe en la fuente de alegría, de serenidad y de paz… Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados.

Muchos hombres y mujeres de los que estáis aquí y muchos más de nuestra Diócesis tienen levantada la antorcha de la bondad y de la ternura de Dios con muchas horas dedicadas a servir a los hermanos en una larguísima lista de proyectos de caridad, imposible de enumerarlos, por temor a dejarme bastantes, proyectos que abarcan a la persona en su totalidad y en sus circunstancias: desde el cuidado, promoción, educación, atención, seguimiento y ayuda a los niños, jóvenes, adultos, ancianos y enfermos. En la caridad no se miran las fronteras, ni los credos, ni el color de piel, no se miran las ideologías, ni otra particularidad que nos impida atender a los pobres, a la persona que tiene necesidad. Tenemos una razón para esto, el mandamiento del amor: Amar a Dios y al prójimo. Dios tiene siempre la puerta abierta para la humanidad, Él también permanece presente, cercano, providente, santo y misericordioso… Os invito a hacer un recorrido por las obras de la caridad de la Diócesis, ese es nuestro mayor y más hermoso patrimonio.

Santísima Virgen de la Caridad, ¡qué poco falta para el mes de mayo!, para el mes de los poetas, el mes de la luz, al que se le canta: Que por mayo era por mayo, cuando hace la calor, cuando los trigos encañan y están los campos en flor; cuando canta la calandria y responde el ruiseñor… (Poema anónimo). Es tu mes, Madre, cuando arrancarán de las parroquias, asociaciones y movimientos, las peregrinaciones a tus santuarios. Cuando peregrinamos, nos ponemos en camino hacia una meta y tú, Madre, eres el modelo de la vida cristiana que todos anhelamos, el modelo de fe en la voluntad del Padre, modelo de cumplimiento de la palabra dada, eres un modelo de servicio y de caridad. Le he pedido a las parroquias que peregrinen a tu basílica, aunque suponga un sacrificio volver a desplazarse, pero, ¿no es importante dejarnos abrazar por la misericordia de Dios y pedirte a Ti, que no nos abandones? Este mes de mayo tenemos una cita con flores a María, con flores a porfía, que hasta la misma naturaleza se transforma casi milagrosamente por medio de sus fuerzas internas, mostrándonos el milagro de la vida.

Virgen de la Caridad, me pongo en tus manos confiando en tu intercesión ante tu Hijo Jesús. Te presento a los sacerdotes, religiosos y religiosas, que han ofrecido sus vidas por el Reino de Cristo y están sirviendo a los hermanos en esta Diócesis de Cartagena. También te pido que cuides a los seminarista
s, porque han acogido la llamada del Señor; cuida a los
 esposos cristianos en la unidad e indisolubilidad de su amor, ayuda a sus familias; fortalece a los seglares comprometidos en el apostolado y en el voluntariado de la caridad. 
Bendice a los jóvenes que anhelan una sociedad nueva, para que su norte sea la verdad y la justicia. En tus manos pongo también a los niños que se merecen un mundo más pacífico y humano. No te olvides de los enfermos, de los pobres, los encarcelados, 
los perseguidos, los huérfanos, los inmigrantes, los desesperados y 
los moribundos. En tu regazo confiamos los gritos de los necesitados. Concede a esta Iglesia de Cartagena el don de la unidad y la comunión, capacidad de escucha a la voz de Dios y a la de los hermanos y que nunca nos desviemos del camino que nos lleva a tu Hijo Jesús, Nuestro Señor y Salvador.

Queridos hermanos, todos sabéis que este año terminamos el Plan de Pastoral, donde nos hemos detenido a repensar las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Había pensado dedicar el próximo año a reflexionar acerca del nuevo Plan de Pastoral haciéndoos partícipes a todos vosotros de una reflexión en profundidad. La Providencia ha querido que dedicáramos dos años a la fe, porque cuando ya habíamos terminado nuestro primer año sobre ella, el Papa Benedicto XVI, puso en marcha en la Iglesia Universal el Año de la Fe y nos sumamos a él. Pero Dios no deja de sorprendernos, porque ha sido el Papa Francisco el que ha convocado para el próximo curso a toda la Iglesia al Año de la Misericordia y ¿cómo no seguir este proyecto? Repetiremos la Caridad y la Misericordia de Dios. Si duplicamos la fe, ¿no vamos a duplicar la caridad en la misericordia? Son dos pilares esenciales.

Termino recordándoos que no os vayáis esta tarde sin mirar mil veces a la Virgen de la Caridad, recordadla siempre, grabadla en el corazón, está al pie de la cruz, con su Hijo en su regazo y la mano del servicio abierta y extendida. A esta Iglesia no se le puede olvidar este signo de amor, porque la Iglesia nos convoca de nuevo a la misericordia y en esto, la Virgen tiene mucho que decirnos y, como a los apóstoles, nos convoca en la mesa de la Eucaristía, para sentir a Cristo, vivir con Cristo, predicar a Cristo, dar a Cristo y ayudar a Cristo en los hermanos.

Que Dios bendiga a la Diócesis de Cartagena y a vosotros os conceda un feliz retorno. Gracias, hermanos sacerdotes, por el cariño que habéis puesto por celebrar este día tan hermoso y por poner a disposición de los feligreses las catequesis de la caridad, que son un tesoro y una bendición.

Así sea. ¡Viva la Virgen de la Caridad!

+ José Manuel Lorca Planes

Obispo de Cartagena

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