El Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

Escrito del Obispo de Cartagena, Mons. José Manuel Lorca Planes, en la Solemnidad del Corpus Christi.

La solemnidad del Corpus Christi es uno de los grandes acontecimientos de la vida de la Iglesia, porque celebramos la entrega y la presencia de Cristo entre nosotros «todos los días hasta el fin del mundo» (Mateo 28, 20), bajo los signos sencillos y cotidianos del pan y del vino, la comida y la bebida ordinarias en la tierra de Jesús. Él mismo está cumpliendo con lo que exige el amor, con la permanencia. Cristo permanece con nosotros, tanto en los grandes acontecimientos de salvación, como escondido bajo los humildes signos que sólo puede percibir el ojo de la fe. En la Eucaristía hacemos memoria de la muerte de Cristo, también es presencia de su sacrificio y anticipación de su venida gloriosa. El Espíritu Santo es el que activa en nosotros este recuerdo, es Él mismo quien nos mueve a la fe de una manera eficaz. En la Eucaristía, volvemos a traer a la memoria y al corazón lo que Jesús ha hecho por nosotros por amor, de esta manera alimentamos nuestra esperanza del encuentro definitivo con el Señor.

La Eucaristía es el sacramento de la presencia de Cristo, el perfecto sacrificio de alabanza, la glorificación más elevada que surge de la tierra hacia el cielo, «fuente y cumbre de toda la vida cristiana en la que los hijos de Dios ofrecemos al Padre la víctima divina y nos ofrecemos nosotros mismos con ella», dice el Concilio (cf. Lumen Gentium, 11). El banquete eucarístico nutre a los fieles con el Cuerpo y la Sangre del Cordero divino, inmolado por nosotros y nos da la fuerza para ‘seguir sus huellas’ (cf. 1 Pe 2, 21). Hoy celebramos el triunfo del amor sin condiciones, la gran lección que Dios ha dado al mundo, que el Padre ha entregado a su Hijo Jesús y este ha derramado hasta la última gota de su sangre, ha dado la cara por nosotros. No hay prueba mayor, le hemos costado a Dios a precio de la sangre de su propio Hijo. Jesús es el modelo perfecto de amor, de entrega, por eso nos puede pedir que seamos generosos y entregados, de corazón grande… La solemnidad del Corpus actualiza nuestra identidad, la vida en caridad.

El día del Corpus nos interpela a todos, nos hace una llamada al corazón. la Comisión Episcopal de Pastoral Social nos recordaba hace unos años: «La comunidad cristiana, con sus pastores al frente, debe significar y actualizar este amor y servicio, en un mundo tan complejo como el nuestro. Por tanto, hay que salir a las plazas y calles para convocar y servir a los más débiles, para liberarlos de la propaganda manipuladora, para ofrecerles el espacio necesario a fin de que puedan ser sujetos activos, libres y responsables de la historia». En definitiva, una llamada a cuidar el Cuerpo de Cristo en los hermanos y especialmente en los menos favorecidos. Una persona que ama mantiene los ojos abiertos a su alrededor, cuida especialmente a los hermanos con un celo samaritano y se hace eco de sus necesidades sin pasar de largo. Esto lo entendieron perfectamente las primitivas comunidades cristianas que se tomaron muy en serio la comunicación cristiana de bienes y también la necesidad de la conversión personal y comunitaria: «todo lo tenían en común», eran un «solo corazón y una sola alma».

Señor Jesús, que cuantos celebramos hoy la memoria de tu vida entregada en el sacramento de la Eucaristía tengamos los ojos abiertos para ver la aflicción de los que sufren, oídos atentos para escuchar su clamor y un corazón sensible para compartir en el amor sus sufrimientos y esperanzas. Amén.

+ José Manuel Lorca Planes

Obispo de Cartagena

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