Cristo en el centro

Domingo XXVIII. Ordinario B. 2021

«¿De dónde me vendrá el auxilio?», se preguntaba el salmista, para responder inmediatamente, «el auxilio me viene del Señor que hizo el cielo y la tierra» (Salmo 120). Esta es la firmeza de la fe, con sencillez y con la sabiduría que nos viene de lo Alto, confiar siempre en el Señor, porque con esa confianza descansamos y nunca nos veremos defraudados. Hoy tendríamos que preguntarnos si estamos viviendo la fe con este estilo, si conocemos de verdad la razón de nuestra esperanza, si podemos decir con el salmista que nuestra seguridad está centrada en la piedra angular de Cristo, donde estamos cimentados y de donde recibimos la sabiduría, la misericordia, la alegría, el auxilio y el júbilo. El Señor abre nuestros ojos para seguir confiando, porque de Él nos viene todo bien: «Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos». El Papa Francisco nos está animando a todos los hombres y mujeres de esta época a que volvamos el rostro a Dios, porque el Espíritu Santo está dando a la Iglesia un fuerte impulso iluminando nuestras mentes, enardeciendo nuestros corazones y dándonos fuerza a las manos, para que el Evangelio sea anunciado con alegría, con entusiasmo y corresponsabilidad en medio del mundo de hoy.

A pesar de nuestros altibajos, de nuestras tormentas personales, dentro de nuestros fracasos o desilusiones es preciso mirar a Dios; sí, tenemos que escuchar la voz de Dios y responder con generosidad a su llamada. El Señor nos asegura la comunión y nos pide estar unidos entre nosotros, a la vez que estamos en el amor del Padre Dios, creador nuestro, en la gracia de su Hijo Jesucristo, porque lo hemos puesto en el centro de nuestra vida y, también, en el Espíritu Santo (2Co 13,13), como el artífice y principio de la comunión. En la Palabra de Dios de esta semana se nos habla de la sabiduría, aspirar a ella, como un regalo del Señor, tan valioso, que nada hay en la vida que podamos canjear por ella. La verdadera sabiduría es conocer a Cristo, conocerle en su verdadera y voluntaria humildad, que vivió desde el seno de su Madre hasta el suplicio de la cruz.

Si el Señor nos habla desde la transparencia debemos ser coherentes y responderle con honestidad, es decir, dejar de aparentar lo que no somos y reconocer con humildad que estamos necesitados de su ayuda, que somos pobres personas que no tenemos la clave de muchas cosas de nuestra propia vida y menos de la de los demás. Escuchemos de nuevo el Evangelio, aprendamos de la experiencia de este joven para decirle a Jesús: Maestro bueno, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna? Veremos cómo el Señor nos abre los ojos y nos mostrará el camino para alcanzar la santidad. ¿Qué respuesta esperaríamos? Desde luego, que será extraordinaria y nos ayudará a vivir como hijos de Dios, aunque lleve un componente de sacrificio, pero nos llevará a la vida eterna. Esto es lo que hemos escuchado en el Evangelio: nos pedirá que despejemos el horizonte para ver más lejos, es decir, desprendernos de todo para tener solo a Jesucristo y que nada nos estorbe para estar cerca de Nuestro Señor. La renuncia debe ser real, empezando por el corazón, que debe estar libre y puesto solo en Dios. El Papa Francisco, que nos habla de la sinodalidad, nos propone avanzar en armonía bajo el impulso del Espíritu. Para vivir de esta manera, se comprende la necesidad de una verdadera conversión, de una vuelta a Dios diaria, constante y mantenida, de un dejarnos empapar por el amor de Dios.

+ José Manuel Lorca Planes
Obispo de Cartagena

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