Monseñor José Rico Pavés : «Seguir a Cristo, imitarle y dejarse moldear por Él para acoger y transmitir su amor extremo».
La cuaresma es camino hacia la Pascua. Imitando los cuarenta días que Jesús pasó en el desierto, la Iglesia nos propone acompañar a Cristo en el combate contra el tentador y recorrer con Él el camino que desemboca en Jerusalén. Allí Cristo entregará su vida en rescate por todos los hombres, como expresión extrema del amor más grande. El tiempo que inauguramos el miércoles de ceniza se nos ofrece como oportunidad preciosa para ensanchar el corazón y aprender a amar con el amor de Cristo. Por eso el primer domingo de Cuaresma la Iglesia pide para sus hijos «progresar en el conocimiento del misterio de Cristo y conseguir sus frutos con una conducta digna». Conocer más a Jesús para vivir mejor la vida que Él nos comunica; seguir a Cristo, imitarle y dejarse moldear por Él para acoger y transmitir su amor extremo.
Tras recordarnos la Iglesia el Miércoles de ceniza que, sin el soplo de vida del Creador, no somos más que polvo, los domingos de Cuaresma nos proponen etapas para crecer en el conocimiento del Salvador. La primera etapa nos lleva, bajo la acción del Espíritu Santo, al desierto; consiste en un combate; y se completa con la imitación.
El Evangelio del primer Domingo de Cuaresma nos presenta a Jesús siendo llevado por el Espíritu Santo al desierto para ser tentado por Satanás. Después de lo cual Jesús comienza a proclamar el Evangelio de Dios, anunciando el cumplimiento del tiempo y la llegada del Reino, y llamando a la conversión. Las otras lecturas ayudan a comprender el alcance de lo realizado por Jesucristo. La primera narra el pacto realizado por Dios con Noé y su familia tras el diluvio. Noé creyó la palabra del Señor, cambió de vida y se salvó. Los que despreciaron la palabra de Dios, perecieron. De las aguas del diluvio brotó una humanidad renovada. La señal dada por Dios a Noé del pacto sellado con él es recuerdo para el hombre, a través de la creación, de la misericordia divina. Cuando el ser humano vive como si Dios no existiera repite el error de la generación de Noé y se precipita él solo a su perdición. Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, vence en el desierto a Satanás, quien busca la perdición del ser humano sugiriéndole que no necesita a Dios para ser feliz. Vence al Tentador quien se vuelve a Dios, cambia de vida y reconoce que, como criatura, su bien está siempre en el Creador. También san Pedro, en la segunda lectura, evoca el arca de Noé para hablar del bautismo cristiano. El camino cuaresmal desemboca en la renovación de las promesas bautismales, para que comprendamos que la vida cristiana consiste en llevar a plenitud la vida nueva recibida en el bautismo. Al rechazar las tentaciones del enemigo, Jesús nos enseña a sofocar la fuerza del pecado, nos acompaña en el combate de la vida y nos protege del influjo del Tentador. Por eso, no hay nada tan importante en esta vida como crecer en el conocimiento del misterio de Cristo y vivirlo en plenitud.
+ José Rico Pavés
Obispo de Asidonia-Jerez
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