
In medio virtus, la virtud está en el punto intermedio, así aseveraba el filósofo estagirita. Para Aristóteles la virtud sería el estado de carácter que se sitúa entre los vicios opuestos, en el equilibrio entre el exceso y el defecto. Sin embargo, echando un vistazo a nuestra sociedad parece que hemos olvidado todo lo bueno que puede aportarnos esta verdad que traspasa tiempos y fronteras.
El hecho de que no contemos con la la fuerza de la razón para posicionarnos frente a las ideologías y nos dejemos llevar por las emociones no hace más que agravar el problema, la continua tensión ideológica, se alimenta de la marea socioemocional en la que navegan la mayoría de nuestros coetáneos.
No hay términos medios y es necesario posicionarte, más aún, es necesario clasificarte. Izquierdas o derechas, progre o carca, del Barça o del Madrid… conmigo o contra mi, no hay lugar para el diálogo, la escucha o la comprensión. Se imponen las creencias y el sentido de identidad.
La Iglesia no es ajena a este ambiente que se vive en la sociedad. Sin embargo, tiene sus propias herramientas y la jerarquía de verdades podría ser una buena brújula para evitar los vicios. Para eso es necesario discernir con sabiduría: no todo tiene el mismo peso. No hablo de caer en el relativismo, pensar que todo vale, o en la tibieza, sino amar la verdad para no perder de vista lo esencial.
Es necesario recordar que la Verdad no puede ser nunca contraria a la caridad. Poner el acento en lo secundario es un error que nos lleva a valorar más aquello que nos divide. Propongamonos dejar de alimentar debates estériles que solamente nos distancian. Recordemos que, aunque es necesario que todo sea creído, solamente unas cosas son verdaderamente fundamentales.
La evangelización, tarea primordial de la Iglesia, debe estar sujeta a reconocer qué verdad concreta puede iluminar la vida de las personas. La delicadeza debe marcar nuestra labor, sin renunciar a la verdad habrá que comenzar por elevar el nivel de aspiraciones que será la tierra fértil sobre la que sembrar la Palabra.
Jesús Martín Gómez
Párroco de Vera