
Pantallas, algoritmos, flujos de información, píxeles… nuestra vida transcurre entre todas estas realidades digitales. Todo está disponible, pero nada roza la piel, nada se toca. Todo está hiperconectado, pero sentimos la lejanía de las personas que solo vemos a través de la pantalla del móvil. En este mundo ilimitado cada vez son más los que como los luditas del siglo XIX, se rebelan contra la máquina. Emerge la nostalgia por lo material, lo tangible, aquello que se puede oler, sentir o sostener. Hay resistencia a disolverse en la nube.
Está resurgiendo el gusto por el vinilo o el uso del VHS. Es mucho más que una simple moda retro, se trata de resistencia cultural. La fragilidad e imperfecciones de estos objetos, su materialidad, nos devuelven a aquello que ha desaparecido en la era digital: el ritual. Escuchar un vinilo implica pararse, oír el roce de la aguja y dar la vuelta al disco. Volver a ver un VHS requiere aceptar el ruido o la espera. Sin embargo, estos gestos nos llevan a reconocer que el tiempo y el cuerpo forman parte de la belleza, del conocimiento. No se pueden editar o comprimir, son irrepetibles. Nos muestran el peso de la presencia y que lo efímero también puede ser sagrado.
Subyace una auténtica necesidad antropológica. No somos solo mente o datos; somos cuerpo, tacto, respiración. La carne, el olor, la textura, son vías por las que comprendemos el mundo antes de procesarlo y pensarlo. Por ello, cuando todo se convierte en imagen, es normal que regrese el deseo de lo encarnado. Al final siempre aparece la verdad profunda del hombre: somos materia espiritualizada, cuerpo y alma. Así se comprende la Encarnación como una pedagogía de lo real. Dios no se comunica con nosotros por medio de códigos digitales o mensajes distantes, sino que ha decidido habitar en lo humano, haciendo temporal lo eterno, visible lo invisible.
Lo espiritual necesita del cuerpo de un hombre, del pan y del vino, de la voz, la mirada y la herida, mejor, las heridas, necesita de lo material. Así es como ha querido revelarse Dios. En el fondo el éxodo de lo digital hacia lo sensorial nos revela una búsqueda inconsciente de cada ser humano que está buscando reconciliarse con su propia encarnación, con la comunión entre el alma y el cuerpo. La uniformidad de la tecnología es aburrida y nos aleja de la realidad, donde verdaderamente habita una presencia. Porque la carne —con su vulnerabilidad, su límite y su belleza— sigue siendo el primer sacramento del mundo.
Jesús Martín Gómez
Párroco de Vera