En algunos sectores de la política española el laicismo es notorio y manifiesto.
Este verano hemos podido leer estas declaraciones de uno de nuestros gobernantes: “No es cierto que la verdad nos hace libres, sino que libertad es la que nos hace verdaderos”. (cf.
En cambio, la concepción cristiana de la libertad y de la verdad es mucho más humana y no se presta a la manipulación de los poderosos. Porque Dios aparece como el garante de la auténtica libertad y verdad del hombre, creado a imagen y semejanza de su Creador. Esa dignidad originaria de la persona humana está impregnada de un impulso innato hacia la verdad, la bondad y felicidad que constituye el núcleo más profundo de nuestra naturaleza humana. Ésta es la verdad del hombre que antecede al uso de su libertad, la cual -mediante el mecanismo de nuestra inteligencia y voluntad- nos lleva a actuar para conquistar la perfección por el camino del bien. Así, vivir en libertad es crecer en la virtud, es decir, saber elegir adecuadamente lo que de veras contribuye a nuestra felicidad personal y al bien común. Las consecuencias de esta visión cristiana son manifiestas: estamos hechos para alcanzar la excelencia, el mal no tiene la última palabra, la libertad es el medio por el que llegamos a ser la clase de gente a la que nos llaman nuestros más nobles instintos, la clase de gente que crea sociedades libres y democráticas, donde el otro es el semejante y por lo tanto sus derechos han de ser respetados y el bien común salvaguardado. Por eso, la libertad que nace de la verdad crece en nuestro interior; sino podemos tener libertad social, pero a la vez ser esclavos de nosotros mismos
por la mentira del pecado. Por eso Cristo es