“La comunión entre dos almas ancladas en la esperanza”

“La comunión entre dos almas ancladas en la esperanza”

Este artículo ha nacido del asombro que he sentido al estudiar, como postuladora de la causa de beatificación de la Sierva de Dios Madre Luisa Sosa, la correspondencia epistolar[1] que mantuvo con el Venerable Mons. D. José María García Lahiguera durante veinticuatro años, desde 1964 hasta 1988, un año antes de que él falleciera. ¿Cómo no dar a conocer este gran tesoro espiritual?

Estamos en este año jubilar, año de gracia, guiados por el lema “la esperanza no defrauda”. Es una gracia poder constatar, a través de sus escritos y corroborado a través de sus vidas, cómo estas dos almas santas estaban firmemente ancladas en la virtud teologal de la esperanza.

Por aquellos años, la Madre, junto con las Hermanas, trabajaban con cariño y entrega, atendiendo a las 45 ancianas acogidas, además del grupo de niñas, en la nueva casa que Mons. D. Pedro Cantero Cuadrado les había construido en Nerva. Vivían de la caridad, confiadas de la mano de la Providencia, esperándolo todo del Señor.

La Providencia quiso que D. José María, fundador de la Congregación de Hermanas Oblatas de Cristo Sacerdote, y la M. Luisa, fundadora de la Obra de Jesús Nazareno de Nerva, se conocieran con ocasión de su nombramiento como obispo de Huelva el 7 de julio de 1964. La Madre Luisa, siempre tan detallista, felicitó al obispo en cuanto tomó posesión. El reciente obispo, sin conocer todavía personalmente a la Madre Luisa, le responde exultante a su felicitación: “¡Cuánto me ha hecho gozar su carta! estoy deseando visitar esa casa, tan del Señor, y conocerlas a ustedes personalmente. También me ha encantado su lema ‘a la fe por la caridad’. Magnífico”.[2]

1968, Visita de Mons. D. José María García Lahiguera (1968)

Mons. García Lahiguera, en su Visita ad límina el 25 de diciembre de 1967, le entregó al Papa un informe que en el que hace referencia a “la ‘Obra de Jesús Nazareno’, que tiene como objetivo cuidar a las mujeres mayores, privadas de los medios económicos necesarios para la vida, con un gran espíritu de caridad (‘magno caritatis spiritu’ –sic–), en una casa preparada para este propósito: recibir y cuidar”.

¿Cómo es posible que dicho informe, que está custodiado en los archivos secretos del Vaticano, haya llegado a nuestras manos? Providencialmente, gracias a las Hnas. Oblatas de Cristo Sacerdote de General Aranaz de Madrid, como agradecimiento a las cartas de D. José María que les enviamos.

D. José María le escribe[3]: “Me gozo sobremanera en todo cuanto me dice. Por esos detalles podrá comprobar lo que el Señor vela por esa extraordinaria obra de Jesús Nazareno. De ahí el que tengamos que esperarlo todo de él, que tan bueno es con todos nosotros sus hijos. Mi más grata enhorabuena y adelante”.

El 24 de mayo de 1969, García Lahiguera aprueba definitivamente los estatutos, con este texto tan esclarecedor: “Declaramos: que plenamente satisfecho por los frutos apostólicos y espirituales obtenidos por la Pía Unión obra de Jesús Nazareno de Nerva, en su actuación caritativa de alta ejemplaridad durante diez años de experiencia desde su erección, aprobamos definitivamente sus estatutos. Con esta aprobación esperamos afianzar en el presente y asegurar para el futuro los frutos abundantes con que el Señor ha bendecido la Pía Unión, a la que agradecemos su entrega generosa y su constante ejemplar servicio en favor de los necesitados”.

Fue providencial esta aprobación en aquel momento porque, pocos meses después, D. José María sale de Huelva, al ser nombrado arzobispo de Valencia el 1 de julio de 1969. Tan solo estuvo cinco años en Huelva.

1968, Visita de Mons. D. José María García Lahiguera (1968)

Sabiendo muy bien en quién puede depositar su confianza, la Madre le habla a corazón abierto, porque este obispo fue para ella un faro seguro de luz y comprensión. La Madre, que podía ver el interior de los corazones, siempre le consideró un santo.

En Valencia, el arzobispo sufrió una trombosis cerebral en 1975. Unos meses más tarde, la Madre fue a visitarle y aquél le recomendó que fuese a hablar con el nuevo obispo de Huelva, D. Rafael González Moralejo, para pedirle que las erigiera en congregación religiosa, como ella soñaba y según se lo dio a entender el Señor[4].

García Lahiguera fue testigo primordial de cuántos sufrimientos ocasionó a la Madre este asunto tan doloroso e importante para ella como era el llegar a ser una Institución religiosa, e íntimamente relacionado con ello, la falta de vocaciones religiosas.

No es objeto de este artículo analizarlo detalladamente, porque sería muy extenso. Sin embargo, es muy aleccionador descubrir en sus escritos cómo reaccionaba ella ante tantos y tamaños sucesos adversos que jalonaron su vida, poniendo siempre en Dios su esperanza.

D. José María la estuvo acompañando, a través de la correspondencia y la oración, como su paño de lágrimas, hasta casi el final de sus días, como veremos. Presentó su renuncia al cumplir los 75 años, y se retiró a Madrid y desde allí, le escribe: “Yo sigo encomendándolas al Señor. No se me olvida la soledad en que están y la hermosa obra que Dios ha puesto en sus manos; y confío que, por el camino de cruz que él les traza, le están dando mucha gloria y recibe muchísimo amor. Sean fieles” (24 marzo de 1981).

Hubo además otro tema delicado y doloroso durante los años 81 a 83, lo que la Madre llamó una “borrasca”, y que la empujaba a hablar personalmente con D. José María García Lahiguera. No quería dejar constancia de ello por carta, por no dejar mal a nadie. A pesar de la necesidad de visitar a D. José María, a la Madre le resultaba muy complicado ausentarse del Asilo para ir a visitar al arzobispo, debido al trabajo y la responsabilidad del día a día [5]:

Si V.E. supiera cuántas veces en mis dudas y perplejidades aparece ante mí vuestra imagen como faro seguro de luz y comprensión! …/…Solo me mueve –puede creerme, Sr. Arzobispo, le hablo a corazón abierto– el veros y consultaros algunas cosas. Hace tiempo que tengo este deseo…/… Pero como yo puedo estar equivocada y en cambio obedeciendo no me equivocaré jamás, haré lo que V.E. me diga en la seguridad de que es esa la Voluntad de Dios. Así se lo he encomendado a la Santísima Virgen. Y me quedaré contentísima, sin la menor turbación, con lo que me digáis”.

D. José María le responde (21 de enero de 1982): “He pensado ante el Señor lo que me consulta, y me inclino a decirle que venga…/…Entre tanto, pido al Señor que se cumpla su voluntad y que, si se celebra la entrevista, sea para bien de su alma y de la obra”.

Unos meses más tarde (19 de marzo de 1982), la Madre le comunica que sigue esperando el momento que el Señor disponga para ir a verle. El Señor la prueba en la paciencia, y ella no desespera por no poder ver cumplido su deseo: acepta el designio del Señor y no pierde la esperanza.

El 19 de diciembre de 1982, la Madre persiste en el mismo deseo: “Con la ilusión que yo tenía de ir a veros! Con la falta que me hacen vuestros consejos, que son mandatos para mí! Pero, hasta ahora, el Señor no lo ha querido. Bendito sea, aunque no pierdo la esperanza.

Mas no crea que ha pasado del todo la borrasca, no. A veces pienso si decirle algo por escrito, pero no me fío del papel, porque puede traicionarme y yo no quisiera de ninguna forma que por mí, alguien quede mal.

Es duro, Sr. Arzobispo, el camino de la santidad y yo, por lo visto, no me he decidido ni siquiera a emprenderlo. Y me da pena porque es el caso que tengo ardientes deseos de ser buena, ansias dolorosas de unirme al Señor, pero luego las cosas no van bien del todo y entonces pienso que algo falla, que algo va mal. Y ese algo no puede ser nada ni nadie, sino solo yo”.

D. José María la anima con estas palabras llenas de sabiduría (19 febrero de 1983): “Ciertamente, Dios dispone todas las cosas para nuestro bien, y así, en Acción de Gracias, hemos de aceptar cuanto acontece…/…Sí, el camino de santidad es duro, pero nunca nos debemos desanimar, sino que, confiando en el infinito amor de Dios, ser fiel cada día, que esa constante de fidelidad nos va acercando a la meta de santidad por Dios esperada. Cada día, mejor dicho, cada momento, cumplir la voluntad de Dios muriendo a sí misma y dándose plenamente a la misión que él le ha confiado. Así va caminando, no lo dude, y poniendo cimiento a esa obra que él puso en su corazón y en sus manos.

La Madre le contesta el 19 de marzo de 1983 con estas letras: “Con sincero deseo esperaba la llegada de vuestro santo para felicitaros con todo cariño y veneración y para deciros la inmensa gratitud y alegría que sentí al recibir vuestra carta. Qué impresión me hizo, Sr.Arzobispo! Qué consuelo más hondo! Como lloré leyéndola y releyéndola! El Señor os lo premie! Qué grande es el Señor!

Yo, aunque un vil gusanillo que solo consigue arrastrarse, conozco muy bien las trazas de nuestro Dios y Señor, y sé que a los muy suyos, a los muy muy íntimos suyos, como V.E. con solo concebir el más simple deseo, casi imperceptible a veces para ellos mismos, los acepta como plegaria y los despacha favorablemente. Cuánto bien hacéis los santos, en ocasiones casi sin daros cuenta! Qué ha ocurrido aquí si no? Todo fue exponeros mi dolorosa situación y empezar a mejorar todo. Y de qué forma, Sr. Arzobispo! Han desaparecido aquellas tensiones y cosas raras que tanto me hicieron sufrir y que no sabía cómo remediar porque yo no tenía conciencia de provocarlas. Solo una gracia extraordinaria de Dios y un golpe de luz del Espíritu Santo podían solucionarlo. Y esta gracia y está luz nos ha venido por V.E”.

Dos años después, sigue sin poder ir a visitarle. El 29 diciembre de 1983 le explica que la borrasca ya ha desaparecido, pero le sigue preocupando el tema de la falta de vocaciones: “Es una incógnita para mí. El Señor quiso y quiere la obra, no cabe duda. ¿Por qué entonces nos deja tan solas? Me preocupa, pero sin perder en absoluto la paz. Quiero, por encima de todo, que el Señor me dé su gracia para poderme santificar”.

D. José María le contesta (11 enero de 1984): “Me alegro mucho de la paz que goza y al Señor le doy gracias. Es un don que ha de procurar conservar y que se mantiene por el cumplimiento fiel de la voluntad de Dios en cada momento. Nada querer, nada temer, solo Dios y Su voluntad ha de ser nuestro anhelo. Encomiendo el aumento de vocaciones y Dios quiera lleguen para estímulo de todas y un nuevo motivo de fidelidad en la entrega a la Obra”.

La M. Luisa desahoga su alma con D. José María. Ante todas las zozobras, ancla su corazón en el Corazón de su Jesús (19 de marzo de 1984): “En medio de estas como tinieblas que me envuelven –a veces pienso si será tibieza– sólo me queda un refugio seguro: el Corazón de mi Jesús. Con Él me desahogo y le digo sinceramente, con toda mi alma que, ya que no tengo virtudes, no hago penitencias, no tengo salud, se digne al menos aceptar mi pobre humanidad, mi pobre cuerpo, para seguir sufriendo en él. Que no me tenga compasión con tal de que no me falte Su Gracia para resistir todo lo que se digne mandarme. Este es mi único consuelo, mi oración más querida”.

D. José María le responde (27 marzo de 1984): “He leído su carta con todo interés y mucho la encomiendo. Esté tranquila. Dios lleva por el camino de soledad a las almas para que solo en él ponga su esperanza, su confianza, su amor…/…No busque nunca más apoyo que ese Corazón divino de nuestro Cristo Redentor que acoge a las almas y las regala con su cruz. Ponga solo la mirada en la voluntad de Dios; en agradarle siempre; en no negarle nada; en decir SÍ a cuanto él le pida, olvidándose de sí misma, y verá como Dios le da la gracia para caminar fidelísimamente en el cumplimiento de su vocación–misión”.

El sufrimiento es una escuela de esperanza[6]. El sufrimiento, tanto físico como espiritual, fue una constante a lo largo de toda la vida de la Madre, este fue su emblema.[7]

Este sufrimiento dio como fruto que pusiera su esperanza en el amor del Señor (19 de marzo de 1985): “…Si Nuestro Señor quiere dejarme de nuevo en aquellas densas tinieblas, estoy dispuesta a ello contando siempre con Su ayuda y con que no deje de amarme porque entonces, me muero. Siempre se me escapa el corazón cuando os escribo”.

El arzobispo le contesta (27 de marzo de 1985): “Sea muy fiel, y adelante con la cruz de cada día y el alma llena de esperanza de que en ese caminar, unas veces con luz y otras a oscuras, está usted dando vida a la Obra y cumpliendo la voluntad de Dios”.

Esta carta es muy reveladora de en quién tiene ella puesta su esperanza (18 de diciembre de 1986):A pesar de mi miseria, Sr. Arzobispo, cada vez tengo más ganas de ser buena, de entregarme, de serle fiel. Parece que siento cada vez más clara Su llamada, y aunque cada vez más claros veo también mis muchos pecados y me afligen, confío en su Gran Misericordia y no me desanimo…/…Dígnese pedir por nosotras, Sr. Arzobispo, que vuestra oración llega muy alto y siempre será escuchada”.

Finalmente, la Madre no pudo ver hecho realidad su deseo, desde el año 81, de ir a visitarle, en esos años de soledad y tinieblas. Ella aceptó pacientemente esta y todas las pruebas del Señor, siempre con esta frase en su boca: “No se mueve la hoja del árbol sin la voluntad de Dios”.

En la última misiva de la Madre a D. José María (18 de marzo de 1988), le decía: “No quiero cansaros, pero las muchas cosas que quisiera consultaros, os las expondré a los Pies de Jesús y de la Santísima Virgen”.

D. José María ya no pudo responder a las cuatro últimas cartas de la Madre. Al poco tiempo falleció, el 14 de julio de 1989. Actualmente es Venerable.

Celia Hierro Fontenla
Postuladora de la Causa de beatificación y canonización de la M. Luisa Sosa


[1] Los párrafos en letra inglesa son literales.

[2] Carta a M. Luisa de 3 de septiembre de 1964

[3] Carta a M. Luisa de 10 de abril de 1968

[4] “Yo soñaba, porque creo que así me lo dio a entender el Señor, en fundar una Congregación religiosa, con hábito y todo” (Origen de la Obra)

[5] Manuscrito de la carta de la Madre a D. José María de 20 de diciembre de 1981.

[6] Spe salvi nº 35 (Benedicto XVI)

[7] “…Mi emblema es el sufrimiento” (poesía de M. Luisa Sufrir, 2015)


DOCUMENTACIÓN APORTADA

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