Todo este relato de Lucas se desarrolla en un ambiente de alegría de dos mujeres embarazadas que se encuentran, comparten la noticia de su maternidad y aguardan el nacimiento de sus hijos. Es la alegría de la vida que se vive con fe y con amor.
María se pone a prisa en camino y este es el gesto de quien, creyendo y confiando en Dios, acude en ayuda de los débiles y de los necesitados, representados en este caso en la anciana Isabel. La fe es verdadera y tiene sentido cuando va acompañada de actuaciones caritativas.
Hay una manera de amar que no siempre se tiene en cuenta, y consiste en acompañar a vivir a quien se encuentra hundido por la soledad, herido por los fracasos, cansado de luchar, deprimido por la enfermedad, marginado por las drogas: en definitiva, vacío de toda alegría y esperanza de vida.
En nuestra sociedad valoramos a los fuertes, los jóvenes y los triunfadores, y discriminamos a los más vulnerables y menos productivos; procuramos rodearnos de personas que destacan y nos pueden beneficiar; y convertimos la amistad y el amor en un intercambio de favores. De esta manera es difícil disfrutar dando la vida por los demás y contagiar la alegría de darse.
No es fácil tampoco asumir el mensaje del Evangelio de compartir tu tiempo, tus cualidades y tu entrega con los que te necesitan, porque estamos tan ocupados y acomodados en lo nuestro que no nos interesa nada más.
María es bendecida por un Dios que se ha abajado al hacerse hombre y que se hace hermano de los que menos sienten el amor de los demás.
Emilio J., sacerdote