Queridos fieles diocesanos:
Iniciamos el camino de la Santa Cuaresma y, con ella, nuestra subida anual a Jerusalén con Jesús. Un camino de cuarenta días que nos lleva a una meta segura: la Pascua de la Resurrección del Señor, a la victoria de Cristo sobre el pecado y de la Vida sobre la muerte. En este tiempo santo, se abre ante nosotros el gran mensaje que nace de lo más profundo del Misterio Pascual: el amor desmedido de Dios, capaz de entregarnos a su propio Hijo para que, muriendo en la cruz, nos muestre hasta donde llega su amor hacia todos y hacia cada uno de nosotros.
Subir a Jerusalén con Jesús, es siempre camino de humildad, de servicio y misericordia, de entrega y sacrificio. Hay que subir al monte, hay que levantar la vista, hay que despejar los ojos y el corazón para poder comprender el sentido de la vida plena. «Él nos guía hacia lo que es grande, puro; nos guía hacia el aire saludable de las alturas: hacia la vida según la verdad. Nos lleva hacia el amor, nos lleva hacia Dios» (Benedicto XVI, Domingo de Ramos 2010).
Camino comunitario
Pero no sólo se trata de un camino cronológico hacia el misterio central de nuestra fe, también es un camino comunitario, donde toda la Iglesia, parroquias, Comunidades religiosas, Cofradías y Hermandades, iniciamos numerosas actividades, tanto celebrativas como de piedad popular, que nos ayudarán a preparar la celebración de la Semana Santa.
El papa Francisco en Evangelii gaudium se refiere a la piedad popular como un «lugar teológico al que debemos prestar atención, particularmente a la hora de pensar en la nueva evangelización». Sin duda, la piedad popular con sus ritos, vivencias y tradiciones, posee un potencial evangelizador que da noticia de Dios al corazón de tantos y tantos de nuestros contemporáneos. Es precisamente por esto que el papa Francisco la califica como un lugar teológico, puesto que en ella se da una presencia de Dios que, al encontrarse con la vida de los hombres, alimenta o despierta su fe, en un momento tan particular de la historia como es el que estamos viviendo. En una sociedad cada vez más secularizada, muchos solo podrán conocer a Jesucristo a través de las imágenes que recorren estos días nuestras calles. Poseemos la riqueza de un sentimiento: el de sabernos parte del propio misterio de la salvación y poder expresarlo a través de las manifestaciones públicas de fe.
En este tiempo en el que la Iglesia de Jaén quiere subrayar el Primer Anuncio como clave para la nueva Evangelización, son las imágenes y los desfiles procesionales, la manera más iconográfica de poder anunciar que Jesucristo entregó su vida por amor al ser humano. Porque la Semana Santa es el resumen de la Buena Noticia, el anuncio de que la esperanza nace por Aquel al que estos días veremos sufrir en la cruz y, con victoria, doblarle el pulso a la muerte. Nuestras Cofradías y su riqueza imaginera, pero sobre todo humana, son las garantes de la tradición y a la vez, poderosas herramientas para el Primer Anuncio, medio eficaz de evangelización.
A muchas personas la Cuaresma les puede parecer una palabra sin sentido, sin ninguna actualidad. O bien, un tiempo triste y de angustia. Nada más lejos de la verdad, es una preparación exigente que nos lleva a la Pascua del Señor; para que, renovando y avivando nuestra fe en la luz del Resucitado, acogiendo la gracia derramada en su entrega redentora y renacidos a la nueva vida, seamos testigos fuertes y valientes del Amor de Dios. Es el momento de fortalecer nuestra fe, para poder anunciarla y poder vivirla con coherencia en nuestra vida. No basta una fe sostenida con simple rutina y conformismo. Son tiempos estos para despertar como creyentes, abrazarnos fuertemente al Señor y ponernos en pie para servir y evangelizar.
Pero, no hay verdadera evangelización si el hombre no se encuentra con Cristo, si Cristo no toca el corazón y lo cambia, lo transforma, lo envuelve con su amor, solo así esta experiencia se manifestará en la existencia cotidiana. La evangelización no puede ser un barniz, sino que tiene que impregnar hasta lo más profundo de nuestro ser.
El rito tradicional de la imposición de la ceniza con el que iniciamos el recorrido cuaresmal, va iluminado por las palabras: «Conviértete y cree en el Evangelio». Nos recuerda el mensaje inicial de Jesús cuando comenzó su predicación. Llamada a la sinceridad radical, a liberarnos de todo lo que es lastre y hojarasca, apariencia e hipocresía, egoísmo, soberbia y desamor.
También, la liturgia propone decir: «Polvo eres y en polvo te convertirás». Estas palabras nos recuerdan nuestra fragilidad, nuestra mortalidad y, al mismo tiempo, la oportunidad de la gracia divina. Mientras estamos en este mundo pensamos que somos los dueños y señores de todo, pero bien sabemos que la vida es pasajera, ninguno va a arraigar en este mundo. Este tiempo nos pide a hacer una pausa, examinar nuestras prioridades y redirigir nuestros corazones hacia Dios. Así pues, imponernos la ceniza, no es un signo anticuado o caduco, sino que es un signo de comienzo de vida y renovación.
Junto con la ceniza, también las prácticas del ayuno, la abstinencia, la oración y la limosna, son los signos tradicionales de la Cuaresma. El peligro es que, a base de repetirlos, ya no nos digan nada o que nos conformemos con un cumplimiento literal. Ya los profetas insistían en el espíritu de estos actos. «Rasgad los corazones, no las vestiduras», dice Joel. Mirad en profundidad, llegad al corazón, ahí es donde hay que dar la batalla. No sería tan importante el estómago, sino el corazón; no el cuerpo, sino el alma; no la letra, sino el espíritu.
Las privaciones cuaresmales nos han de servir para preguntarnos: ¿de qué necesitaría yo privarme, desprenderme, liberarme? ¿Qué ayunos y abstinencias, más allá de los alimentos materiales, debería yo emprender en mi vida, para ser verdaderamente hijo del Padre?
El desprendimiento de cosas que nos gustan, a lo que apuntan el ayuno y la abstinencia, nos llama a reflexionar sobre tantas personas del mundo que están privadas de cosas necesarias, y lo están porque no tienen más remedio: son privaciones impuestas por las estructuras injustas de nuestro mundo. Y de este modo, el ayuno y la abstinencia nos impulsa a desprendernos voluntariamente de otros bienes, a compartirlos solidariamente, a luchar responsablemente para que en el mundo nadie tenga que pasar por ayunos impuestos cruelmente por las circunstancias trágicas en las que viven.
Camino interior
Pero la Cuaresma es sobre todo uncamino interior, un camino espiritual, unos Ejercicios Espirituales. Durante estos días hemos de prepararnos interiormente, para vivir con fuerza la gracia y los dones de la Pascua. Un camino íntimo, donde es más importante lo que Dios quiere hacer con nosotros, que lo que nosotros podamos hacer por Él.
Estos cuarenta días previos a la Pascua, recordamos el tiempo que estuvo Jesús en el desierto. Llamamos desierto a un lugar duro y seco. Llamamos desierto a un tiempo de crisis y tentación. Pero también es un lugar en el que florecen el silencio y la palabra, lugar de escucha y compromiso, de reflexión, de encuentro y oración. Y es un tiempo de crecimiento y decisiones maduras, un tiempo de gracia y amor. «Por eso, la seduciré, la llevaré al desierto y le hablaré al corazón» (Os 2, 16). Tiempo y lugar de seducción y enamoramiento, de hablar al corazón. Fue en el desierto donde Dios y su pueblo iniciaron una alianza, una historia de amor y salvación.
Vayamos con Cristo al desierto, dejemos que nos hable al corazón y renovemos nuestra vida. Necesitamos algo más que un simple retoque, o una lista de buenas intenciones. Necesitamos una nueva programación. Se necesitan ojos nuevos, para mirarlo todo de manera diferente y descubrir la huella de Dios. Mente nueva, para cambiar criterios e ideales. Corazón nuevo, el núcleo más íntimo del ser, más limpio, más grande, más fuerte, más misericordioso. Algo debe quemarse y destruirse en nosotros para dar lugar a la novedad de la vida Pascual de Cristo.
Os invito a que, en este tiempo de gracia que es la Cuaresma, creemos espacios y momentos para tratar de escuchar su voz, para contemplarle en su amor presente en nuestra vida; tiempos de silencio, de lectura y escucha de la Palabra, de reflexión de la propia vida. Cuando uno lo encuentra y acoge su Palabra, su voluntad, su voz, la propia vida adquiere nuevas perspectivas, se abre a nuevas posibilidades y compromisos. Su luz, la experiencia de Él nos cambia el corazón.
En este camino cuaresmal celebramos las 24 horas para el Señor, que tendrán lugar del viernes 8 al sábado 9 de marzo, recordando las palabras de Pablo: «Llevemos una vida nueva» (Rm 6,4). En la adoración eucarística encontramos también el sosiego propicio para celebrar el Sacramento de la Reconciliación, cuya experiencia nos lleva a ser misericordiosos con los demás. Con este motivo, presidiré una Celebración Penitencial en la S.I. Catedral, el 8 de marzo a las 21 horas, con la que se iniciará las 24 horas para el Señor. Animo a todos cofrades de la ciudad, religiosos y sacerdotes, agentes de pastoral parroquial y demás laicos, a uniros a esta hermosa iniciativa. De igual modo, ruego que en las Parroquias y en las Comunidades religiosas de la Diócesis se programen momentos de adoración al Santísimo, lectura de la Palabra de Dios y celebraciones penitenciales en el contexto de esta celebración.
La Cuaresma es tiempo de reconciliación con Dios y con los hermanos. Busquemos, de corazón, esa alegría suprema de estar en paz con Dios, ese gozo interior de sentirlo cerca de nosotros y de vivir de acuerdo con Él en la verdad profunda de nuestra vida; en la familia; en el trabajo; en las relaciones con los demás; en el uso de nuestros bienes; en la distribución de nuestro tiempo y en el desarrollo diario de nuestra vida.
Sigue el consejo del Papa Francisco: «Mira los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una y otra vez. Y cuando te acerques a confesar tus pecados, cree firmemente en su misericordia que te libera de la culpa. Contempla su sangre derramada con tanto cariño y déjate purificar por ella. Así podrás renacer, una y otra vez» (Christus vivit, 123).
Con mi afecto y mi bendición,
+Sebastián Chico Martínez
Obispo de Jaén