El obispo de Málaga, Mons. Catalá, presidió la Eucaristía en la Catedral de Málaga este lunes 8 de diciembre, Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María. «Ella es la criatura mejor configurada a la imagen de su Hijo, la mejor iluminada por su luz» -recordó el prelado-; ella debe ser nuestro modelo».
INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA
(Catedral – Málaga, 8 diciembre 2014)
Lecturas: Gn 3, 9-15.20; Ef 1, 3-6.11-12; Lc 1, 26-38.
a1. Según el relato del libro del Génesis Dios crea al ser humano a su imagen y semejanza (cf. Gn 1, 26). El hombre, creado por Dios, queda configurado según el modelo del hombre nuevo, Jesucristo (cf. Concilio Vaticano II, Ad gentes, 12).
Pero el pecado de Adán desfigura la imagen de Dios en el hombre, a quien san Pablo denomina «hombre viejo»; por eso nos exhorta: «Despojaos del hombre viejo y de su anterior modo de vida, corrompido por sus apetencias seductoras» (Ef. 4, 22).
En esta fiesta de la Inmaculada podemos exclamar: «Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos» (Ef 1, 3).
Dios nos hace hijos adoptivos suyos. Su plan inicial, cuando crea al hombre, es que comparta con él la vida divina: Dios «nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor» (Ef 1, 4) y nos hace hijos suyos adoptivos.
Es necesario recuperar en el hombre la imagen hermosa y limpia de Jesucristo, Verbo eterno de Dios. El apóstol Pablo nos anima a ello: «Renovaos en la mente y en el espíritu y revestíos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas» (Ef 4, 23-24).
2. En el Génesis aparece, tras el primer pecado, la hostilidad entre la serpiente, que simboliza al diablo, y la mujer, referida a la nueva Eva, es decir, la Virgen María: «Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; ésta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón» (Gn 3, 15).
El diablo queda vencido y aplastado, cuando intenta dominar sobre la mujer y su estirpe. Jesucristo recupera la imagen hermosa de hombre, salida de las manos de Dios; imagen que el pecado de Adán ha emborronado y desfigurado.
Y en la Virgen María, la nueva Eva, la «llena de gracia», la «Inmaculada», queda plasmada esta hermosa imagen que fue desfigurada por el primer pecado. María es configurada plenamente con Jesucristo; ella es el modelo de configuración del ser humano. Por eso hoy podemos cantar con el Salmo un cántico nuevo, porque Dios ha hecho maravillas (cf. Sal 97,1-4), primero en María y después en cada uno de nosotros.
3. Como nos recuerda san Pablo, el plan de Dios es que su Hijo sea el primogénito de la humanidad y el modelo de configuración de todo hombre: «A los que había conocido de antemano los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito entre muchos hermanos» (cf. Rm 8, 29).
Según la espiritualidad cristiana el discípulo tiene el deber de configurarse cada vez más plenamente con su Maestro. Y está llamado a ser justificado y glorificado: «A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó» (cf. Rm 8, 30).
Mediante el bautismo el fiel creyente queda predestinado a la gloria y recibe la imagen de Jesucristo en su alma, que queda impregnada y sellada por la figura hermosa y resplandeciente de Cristo.
4. El hombre creado a imagen y semejanza de Dios, queda desfigurado por el primer pecado; Cristo transfigura y rehace la imagen del hombre viejo y nosotros nos podemos configurarnos con Cristo. Y María es modelo de esta configuración con Cristo. El empleo de estos términos parece un juego de palabras, pero es una verdad teológica.
Los cristianos hemos sido de este modo «revestidos de Cristo» (Gal 3, 27; Rm 13, 14). La imagen del hombre, afeada y dañada por el pecado, ha sido hermoseada con la vestidura de Cristo, recibida en el bautismo.
Hemos de renunciar al hombre viejo y ser renovados a imagen del Hijo: «Os habéis despojado del hombre viejo, con sus obras, y os habéis revestido de la nueva condición que, mediante el conocimiento, se va renovando a imagen de su Creador» (Col 3, 9-10).
La Virgen Inmaculada, cuya fiesta celebramos hoy, es la criatura mejor configurada a la imagen de su Hijo, la mejor iluminada por su luz y la mejor embellecida por la gracia, la mejor revestida del sol, que es Cristo. Ella debe ser nuestro modelo.
5. La efusión del Espíritu Santo en el Bautismo une al creyente a Cristo como el sarmiento está unido a la vid (cf. Jn 15, 5); y lo hace miembro de su Cuerpo místico, que es la Iglesia (cf. 1 Co 12, 12). A esta unidad inicial debe corresponder un proceso de adhesión creciente a Cristo, que oriente cada vez más el comportamiento del discípulo según el sentir de Cristo. San Pablo les recuerda a los filipenses y a nosotros hoy: «Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús» (Flp 2, 5).
El haber sido revestidos de Cristo en el bautismo implica un proceso de crecimiento, un mantenimiento del vestido limpio, un proceso de maduración en la fe, en la esperanza y en el amor, que son las tres virtudes teologales, que nos ponen en sintonía con Dios; se trata de un proceso que nos vaya acercando cada vez más a manifestar y reproducir en nuestra la imagen hermosa de Cristo.
6. San Juan Pablo II nos ofreció una carta apostólica en la que nos animaba a rezar el Rosario y a vivir la configuración con Cristo unidos a la Virgen María: «En el recorrido espiritual del Rosario, basado en la contemplación incesante del rostro de Cristo –en compañía de María– este exigente ideal de configuración con Él se consigue a través de una asiduidad que pudiéramos decir ‘amistosa’. Ésta nos introduce de modo natural en la vida de Cristo y nos hace como ‘respirar’ sus sentimientos» (Rosarium Virginis Mariae, 15).
La meditación de los misterios del Rosario y la compañía de María nos puede ayudar a contemplar la vocación a la que estamos llamados y animarnos a proseguir en el proceso de identificación y de configuración con Cristo, procurando tener los mismos sentimientos y actitudes suyas.
Encomendamos hoy a nuestra Madre, la Inmaculada Concepción, el Seminario diocesano. Pedimos por los seminaristas, sus familias y los superiores y educadores.
¡Que la Virgen nos ayude a vivir el proceso de configuración con Cristo, ya que Ella lo supo hacer plenamente!
Dejemos, como María, que el Espíritu Santo venga sobre nosotros y nos transforme con su fuerza. A nosotros nos toca decir con la Virgen: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».
Amén.