Homilía de Mons. José Antonio Satué en la Fiesta de la Sagrada Familia celebrada en la Catedral de Málaga en la tarde del 28 de diciembre, clausura del Año Jubilar de la Esperanza.
Homilía
Fiesta de la Sagrada Familia
Clausura del Jubileo 2025 – Diócesis de Málaga
Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos hoy la Sagrada Familia y, al mismo tiempo, clausuramos el Jubileo de la Esperanza en nuestra Iglesia diocesana, que peregrina en estas tierras de Málaga y Melilla.
La mirada entrañable a la familia de Nazaret reaviva en nosotros el agradecimiento por el espléndido don de la familia, “escuela del mejor humanismo”. En esta Eucaristía, queremos dar gracias por tantos matrimonios, cuya mutua fidelidad refleja la fidelidad de Dios Padre con nosotros, y rezar por las parejas jóvenes, para que preparen con ilusión la construcción de un nuevo hogar.
Con esta Eucaristía, acción de gracias, también clausuramos el Año Jubilar. El papa Francisco nos convocó a celebrar este Año Jubilar bajo el lema “La esperanza no defrauda” (cf. Rom 5,5). Ha sido un año de gracia, vivido en nuestras comunidades, manifestado en las peregrinaciones a los templos jubilares: nuestra Catedral, el templo del Sagrado Corazón de Melilla, y el centro benéfico del Cotolengo.
Una invitación: «empezar de nuevo»
Al clausurar este Jubileo, no podemos limitarnos a mirar hacia atrás, sino que es necesario mirar al futuro. Nos surge una pregunta que debemos plantearnos como comunidad: ¿qué haremos ahora con tanta gracia recibida? La respuesta que una y otra vez me ha brotado en la oración es esta: el Señor espera de nosotros que volvamos a empezar. De su mano, por supuesto. Volver a empezar de la mano del Señor.
En la Biblia, el año jubilar era un tiempo santo que invitaba a comenzar de nuevo. Experimentar la indulgencia de Dios impulsaba a tratar con indulgencia a las personas y a la tierra. Por eso, se cancelaban las deudas, se liberaba a los esclavos y se devolvía la tierra. En la Sagrada Escritura, el jubileo no era solo una medida social; era una confesión de fe: los bienes e incluso la vida no nos pertenecen absolutamente, todo es don de Dios. Cuando las relaciones se rompen, el corazón se endurece, la injusticia crece y los nubarrones se espesan en el horizonte, el jubileo recordaba al pueblo que Dios siempre nos abre nuevas puertas. Nos invita a darnos nuevas oportunidades, a perdonar y a reemprender el camino.
Acojamos, en este marco jubilar, la llamada de la Palabra de Dios que nos anima a no abochornar y a tener indulgencia (primera lectura); a vestirnos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión, a sobrellevarnos mutuamente y perdonarnos. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor (segunda lectura).
Empezar de nuevo no significa olvidar nuestra historia. Todo lo contrario: queremos aprender de nuestros errores y apoyarnos en el testimonio de los santos y beatos, tanto los conocidos como los “santos de la puerta de al lado”, aquellos laicos, religiosos y pastores que han vivido entre nosotros, compartiendo su vida y su fe.
Empezar de nuevo tampoco supone renunciar a las exigencias de la verdad y la justicia; significa, sobre todo, acoger como personas y como comunidad la salvación que Dios nos ofrece; de modo que nadie quede prisionero para siempre de las estructuras de pecado, ni encadenado a sus acciones pasadas, ni sometido a viejos resentimientos, infinitamente más grandes que la ofensa de la que nacieron. Todos tenemos experiencia de que una palabra dicha en el peor momento (aunque quizá sin maldad) ha producido enfrentamientos de por vida. Es el momento de superarlos o de iniciar un camino que nos permita avanzar.
El Jubileo vivido ha fortalecido nuestra fe, ha avivado nuestra caridad, anclando nuestra vida en una “esperanza que no defrauda”, fortaleciendo en nosotros la certeza humilde de que Dios siempre sigue actuando, de que Dios ha vencido a la muerte y tiene la última palabra —una palabra de amor— sobre nuestra existencia personal, nuestra vida comunitaria y sobre el mundo.
Empezar de nuevo. Este camino que os propongo, como el de Jesús, María y José, no estará exento de dificultades. El Evangelio nos presenta hoy a Jesús, María y José huyendo a Egipto, por la persecución del Rey Herodes contra el Niño. Tras las dificultades para encontrar posada y dar a luz, tienen que emigrar. La Sagrada Familia experimenta una y otra vez la paradoja de tener propicio a Dios y escaso el pan (y la paz). Y, sin embargo, confían. Con esta confianza y con su intercesión, acojamos la invitación a “empezar de nuevo” en nuestro corazón, en nuestras familias, parroquias y comunidades, en nuestra Iglesia diocesana, en la sociedad en la que vivimos.
«Empezar de nuevo» en nuestro corazón
Empezar de nuevo no significa cambiar de lugar o de oficio, sino cambiar el corazón. Es verdad que lo hemos intentado muchas veces y quizá, a estas alturas, aunque no lo digamos en voz alta, estamos convencidos de que no podemos cambiar, o peor, de que no tenemos arreglo.
Si volvemos a recorrer los mismos caminos de siempre (caminos de tierra y caminos del espíritu) seguramente llegaremos al mismo sitio. Pero si nos fiamos de Dios, si dedicamos tiempo al encuentro con Él, si nos dejamos llevar de su mano, aunque nos asuste lo nuevo, si nos dejamos ayudar por los hermanos, será posible recomponer vínculos, rehacer caminos, cuidar lo importante. Cuando Dios vive en nuestro corazón, hace nuevas todas las cosas.
«Empezar de nuevo» en nuestras familias, parroquias y comunidades
Nuestras familias y nuestras comunidades necesitan manifestar los frutos de este Jubileo: tiempos y espacios de gracia para sanar heridas, para pedir perdón, para propiciar encuentros, para escucharnos de nuevo sin reproches acumulados, para soñar juntos, mirando las necesidades de muchos pobres de pan y de esperanza, y afrontar la urgencia misionera a la que somos llamados.
Nuestras parroquias, con la gracia jubilar, seguirán avanzando para ser mucho más que “un dispensario de productos religiosos”, “el territorio en el que vivo”, “la iglesia a la que voy a misa”, o “el lugar donde se reúne mi comunidad”; han de ser comunidades de comunidades vivas, corresponsables y misioneras, en las que se respire la presencia de Dios y el amor a los más pequeños y vulnerables.
«Empezar de nuevo» en la Iglesia diocesana
Este Jubileo nos llama también a empezar de nuevo como Iglesia diocesana. No como suma de grupos o sensibilidades distintas. Tampoco como familia de familias en el plano sociológico, sino como pueblo de Dios que camina unido. Y para ello necesitamos perdonarnos lo que haga falta, dejar atrás prejuicios, desconfianzas, palabras que hirieron más de lo que ayudaron. La comunión no es uniformidad, sino la decisión de querer caminar juntos, reconociéndonos hijos de un mismo Padre, que nos envía a aliviar y a sanar a sus hijos e hijas más heridos, a anunciar el Evangelio y extender su Reino de Fraternidad. Como decía el papa Francisco: «Tenemos que caminar juntos hacia esa patria que Dios nos ha preparado».
Vivimos un momento, en la Iglesia y en el mundo, de repliegue hacia dentro. Estamos tan a gusto en nuestro propio grupo, en nuestra propia comunidad, que corremos el riesgo de desarrollar actitudes maniqueas (Extra communitatem meam nulla salus), de perder nuestra capacidad de ser luz del mundo y sal de la tierra. Necesitamos fomentar en todos los bautizados, dentro de nuestras parroquias y comunidades el sentido de pertenencia a la Diócesis, que camina unida en torno al Sucesor de los Apóstoles (se llame Ramón, Antonio, Jesús o José Antonio). Necesitamos cuidar y promover la espiritualidad de comunión y las estructuras sinodales que la posibiliten. Todo esto lo podemos lograr, siempre, de la mano de Dios.
«Empezar de nuevo» en nuestra sociedad
Nuestra sociedad también tiene la necesidad de nacer de nuevo. Muchas personas están hastiadas de tanta confrontación y lo manifiestan. Unámonos decididamente a esta corriente, todavía minoritaria, que subraya el respeto, la verdad, el cuidado y la fraternidad, en definitiva. No caigamos en la tentación de defendernos con las mismas artimañas con las que a veces somos atacados. Nuestra respuesta debe tener siempre la señal de Cristo, manso y humilde de corazón. Recordemos que la Iglesia es en Cristo «signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1).
Soñemos y trabajemos, junto con todas las personas de buena voluntad, por una sociedad donde nadie quede descartado, donde la dignidad de todos sea respetada, donde el cuidado de nuestra hermana y madre tierra sea una prioridad.
Conclusión
El Jubileo no termina hoy, sino que comienza ahora. Si la gracia recibida no se traduce en gestos concretos de amor y reconciliación, se marchita. Queridos hermanos y hermanas, acoged el reto de empezar de nuevo con Él, confiando en su presencia y acción en nuestras vidas cotidianas y en los grandes momentos. Que el Niño Jesús nos regale un corazón nuevo. Que María y José nos acompañen en este nuevo comienzo, en nuestras familias, parroquias, comunidades y en nuestra Iglesia diocesana. Que la gracia del Jubileo nos impulse a ser signos de esperanza para un mundo que busca reconciliación y fraternidad.