Este domingo celebramos la IX Jornada Mundial de los Pobres en el contexto del Jubileo Peregrinos de la Esperanza. Ambas iniciativas, puestas en marcha por el papa Francisco, coinciden en la urgencia de la esperanza hoy, en hacerla concreta y posible para toda la Humanidad, y en especial, para una gran parte de la población mundial que vive en situación de pobreza, víctima del hambre, la violencia y el desplazamiento forzoso de sus lugares de origen, así como de la falta de reconocimiento de sus Derechos Humanos.
El mensaje del papa León XIV para esta Jornada pone el foco en reconocer cuál es la fuente de nuestra esperanza: Jesucristo, el único Señor de nuestras vidas. Con el lema «Tú, Señor, eres mi esperanza», expresión tomada del salmo 71, nos invita a reconocer la gracia de Dios y su acción salvadora en medio del dolor y la angustia que nos generan los males de nuestro tiempo. Reconocer a Dios como roca de nuestra esperanza nos lleva a vivir en la confianza de que el amor de Dios nos sostiene y da sentido a nuestras vidas. El salmista así lo expresa cuando dice «Tú eres mi Roca y mi fortaleza» (v.3). El Señor no nos defrauda porque es el Dios de la esperanza (Rm 15, 13) y a Él volvemos una y otra vez para orientar nuestro camino, para recuperar las fuerzas, para renovar nuestra fe que continuamente se agrieta con la desesperanza y la impotencia. Recientemente el Papa ha lanzado la exhortación apostólica Dilexi te (Te he amado), sobre el cuidado de la Iglesia por los pobres y con los pobres, sumándose así al legado de Francisco de poner en el centro de nuestra fe y misión el Evangelio de Jesús y su amor preferencial por los pobres.
La invitación bíblica a la esperanza conlleva el deber de asumir responsabilidades coherentes en la historia, sin dilaciones. En el mensaje anual para esta Jornada, el Santo Padre ha subrayado que “la pobreza tiene causas estructurales que deben ser afrontadas y eliminadas. Mientras esto sucede, todos estamos llamados a crear nuevos signos de esperanza que testimonien la caridad cristiana, como lo hicieron muchos santos y santas de todas las épocas. Los hospitales y las escuelas, por ejemplo, son instituciones creadas para expresar la acogida hacia los más débiles y marginados. Hoy deberían formar parte ya de las políticas públicas de todo país, pero las guerras y desigualdades con frecuencia lo impiden.”. La Jornada Mundial de los Pobres nos recuerda que los pobres están en el centro de toda la acción pastoral, tanto en su dimensión caritativa como en los que la Iglesia celebra y anuncia, y toda forma de pobreza es una llamada a vivir el Evangelio y a ofrecer signos de esperanza.
Algunas propuestas para organizar la Jornada se orientan a dedicar tiempo a intercambiar inquietudes, dudas, experiencias; es una buena oportunidad para tomarle el pulso a nuestra forma de vivir la fe, el servicio y la participación de todas las personas. También, organizar un encuentro de oración en la parroquia, en el centro de acogida, residencia, etc., junto con las personas participantes, facilitando algunas ideas inspiradas en el mensaje de la jornada. Orar juntos para abrir ventanas a Dios, escuchar lo que nos inspira a través de los hermanos, dar gracias y pedir, fortalece la fraternidad y dan sentido a la misión. Finalmente, la celebración de esta jornada en nuestra Archidiócesis tendrá dos momentos el domingo 16 de noviembre, un círculo de Silencio en la plaza Virgen de los Reyes a las cinco y cuarto de la tarde y la celebración de la Eucaristía en la Catedral, a las seis de la tarde. Hagamos de esta celebración una verdadera fiesta de encuentro, un espacio participado, en el que se compartan testimonios de sanación y conversión, de caminos y búsquedas, de proyectos en marcha. Confiemos en María Santísima, Consuelo de los afligidos, y con ella entonemos un canto de esperanza.
+José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla









































