Siguiendo una antiquísima tradición, hoy no se celebra la Eucaristía. Cristo crucificado es el centro de la liturgia del Viernes Santos que presidió a medio día, en la Catedral, el administrador diocesano. La celebración de la Pasión del Señor se desarrolla con la liturgia de la Palabra, la adoración de la Cruz y la sagrada Comunión. Antes de la adoración de la Cruz, la oración universal, que expresa el valor universal de la Pasión de Cristo, clavado en la Cruz para la salvación de todo el mundo.
La proclamación cantada de la Pasión según san Juan fue un momento especialmente elocuente. Tras la misma, Antonio Pérez, sintetizó el día con el verbo Miren. Miremos a Jesucristo crucificado, miremos “a Jesús en su rostro lleno de dolor, burlado, ultrajado, desfigurado por el pecado del hombre…Desde que Jesús fue colocado en el sepulcro, la tumba y la muerte ya no son un lugar sin esperanza donde la historia se cierra con el fracaso más completo, donde la persona toca el límite extremo de su impotencia.
El Viernes Santo, subrayó citando a Benedicto XVI, es el día de la esperanza más grande, la madurada en la cruz, mientras Jesús muere, mientras exhala su último suspiro gritando: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» El administrador diocesano finalizó su reflexión afirmando que «de la traición puede nacer la amistad, de la renegación el perdón, del odio el amor», al tiempo que invitaba a los presentes a poner los ojos del corazón fijos en el crucificado. en la confianza de llevar con amor nuestra cruz, nuestras cruces cotidianas, que están iluminadas con el fulgor de la Pascua.