“La señal del cristiano es la Santa Cruz”: Homilía de Mons. José María Gil Tamayo en la celebración de la Pasión del Señor

Homilía del arzobispo de Granada, Mons. José María Gil Tamayo, en la celebración de la Pasión del Señor, el 18 de abril de 2025, en la S.A.I Catedral.

Queridos sacerdotes, seminaristas, diácono,

Queridos hermanos y hermanas,

Estamos celebrando de esta manera tan sencilla, como pide la liturgia, la Pasión del Señor. Cuyas partes, os he anunciado al principio. Una primera parte de escucha de la Palabra de Dios, que nos da el sentido de lo que celebramos. Y hemos escuchado la pasión según San Juan, la que se lee todos los Viernes Santo.

Los libretos de la Pasión fueron los primeros textos del Evangelio. Y hemos escuchado también la voz profética del libro de Isaías en uno de los cantos del siervo de Yahvé, donde nos describe cómo era el siervo, cómo iba a ser el siervo. Esto que los judíos no supieron descubrir en Jesús. Esperaban un Mesías glorioso, triunfador. Y resulta que Jesús, tomando el título del Hijo del Hombre, con el que siempre se llama a sí mismo, tomado del profeta Daniel, pero carga sobre Él toda la teología y todo lo que ha expresado el libro de Isaías. El sufrimiento vicario, que es tomar nuestros pecados. Cargar sobre sí nuestras culpas para librarnos.

Él toma nuestro lugar. Sus heridas nos han curado. Como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador. Enmudecía y no abría la boca. Nos ha ido describiendo de manera anticipada, siglos antes, los rasgos de la Pasión del Señor. No supieron verlo así los sumos sacerdotes. Le recriminan a Jesús que se llame el Hijo de Dios. Cómo va a salir de Galilea algo bueno. Como tú, que eres un nazareno, te atribuyes a ti mismo la condición divina.

Y es el diálogo que el evangelista San Juan nos ha ido mostrando en las semanas previas, las dos semanas previas, a la celebración del Triduo Pascual. Pero ese Jesús, el Hijo de María, ese Jesús de Nazaret, ese Jesús que se manifiesta humilde y sencillo, y que recorre los caminos de Galilea, ese Jesús inerme es el Hijo de Dios. Nada más y nada menos.

Y esa es la grandeza del misterio cristiano. Después hemos escuchado la proclamación del Evangelio de Juan, la Pasión. Con los personajes que en ella intervienen y que todos y cada uno nos da una lección. Nos muestran actitudes humanas que también son las nuestras de cara al Mesías, de cara a Jesús. Hemos visto cómo San Juan va mostrándonos el sufrimiento de Cristo. Hasta esa hora suprema de la entrega. Hasta esa hora suprema en que derrama su sangre por todos nosotros, de su costado abierto. Ante esa hora suprema en que siente que todo está consumado y nos da a María, su Madre.

El evangelista Juan, cuando se refiere a la Virgen, en palabras de Jesús… Siempre nombra a María en dos escenas una en las bodas de Caná y otra en la cruz con el nombre… No le dice Madre, no le dice María, le dice mujer. Porque María es la nueva Eva. Y Juan, cuyo evangelio tiene una profunda carga teológica, sobre todo el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento, y un sentido ritual… Nos está mostrando que María es la nueva Eva. Que el discípulo la acoge como algo suyo.

 

María es inseparable del misterio de Cristo. Hacer un recorrido por la Pasión es aprender los rasgos fundamentales del misterio cristiano. ¿Qué amor nos ha tenido el Padre para mostrarnos así su amor en la entrega de su Hijo? Y el sentido teológico de lo que se celebra en la pasión nos lo ha mostrado la Carta a los Hebreos, una carta escrita para cristianos perseguidos.

No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nosotros. No. Sino que se ha hecho igual a nosotros, excepto en el pecado. Por tanto, nos dice el autor de la carta de los Hebreos: “Acerquémonos confiadamente al trono de la gracia, a fin de alcanzar misericordia y ser socorridos en el tiempo oportuno”. Pero se va al meollo de la entrega de Cristo. Su obediencia. Se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz, nos dirá San Pablo. Con gritos y lágrimas, al que podía salvarlo de la muerte.

Pero aprendió obedeciendo. Aprendió con el dolor y el sufrimiento. Y ahora, ¿qué le damos nosotros a Cristo? ¿Cuándo contemplamos con el corazón en la mano todo lo que Cristo ha hecho por nosotros? ¿Qué has hecho tú por Cristo? ¿Qué haces tú, cristiano, cristiana, por Cristo? ¿Qué hago yo, cristiano, obispo, por Cristo? Aquí está lo que nos queda a nosotros por decir. Y este día del Viernes Santo es una buena ocasión para ello.

Con este sentimiento ahora haremos nuestras las necesidades de todos los hombres, para interceder por ellos, como Cristo en la cruz. Para interceder por todos y cada uno de los que sufren. Y después, como hemos ido repitiendo a lo largo del Via Crucis en la Cuaresma: “Te adoramos, Cristo, y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo”. Y lo que era un instrumento de ignominia y de condena, lo hemos convertido porque así lo ha asumido Cristo, el instrumento de la victoria.

Y es la señal para el cristiano. Así lo decíamos en el catecismo, ¿Cuál es la señal del cristiano? La señal del cristiano es la Santa Cruz, ¿por qué es la señal del cristiano es la Santa Cruz? Porque en ella murió Jesucristo para redimir a los hombres. No os de vergüenza la cruz de Cristo. No la escondáis. Llevadla con orgullo, con sentido de fe.

Hay gente a la que le molesta la cruces en nuestros caminos, en los sitios públicos, ¿a quién ofende la cruz? Es la muestra de la reconciliación, del amor, del que nos abraza en la misericordia de Dios. Y después, hoy no hay celebración de la Eucaristía. Recibiremos el cuerpo del Señor custodiado en nuestros monumentos y al que hemos adorado en la noche del Jueves Santo y la mañana del Viernes Santo.

Vivamos esto con sentido de fe. Démosle gracias a Dios por poder participar. Después las procesiones son la manifestación pública de esa fe que aquí se celebra. Porque en la liturgia está presente el mismo Cristo. Nos habla, se nos muestra. Estamos viviendo el misterio cristiano en su esencia.

Que la mujer, la nueva Eva. María, nuestra Madre. La que hemos recibido como algo nuestro, nos acompañe para vivir el misterio de la Resurrección, habiendo pasado por la meditación de la Pasión.

Así sea.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada

18 de abril de 2025
S.A.I Catedral de Granada

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