Artículo del Obispo de Tenerife, Mons. Bernardo Álvarez.
Nos disponemos a celebrar las Fiestas en honor del Santísimo Cristo de La Laguna del año 2013. Son las «Fiestas del Cristo» del Año de la Fe, convocado e iniciado por el Papa Benedicto XVI el 12 de octubre de 2012 y que será clausurado por el actual Papa Francisco el próximo 24 de noviembre Fiesta de Cristo Rey.
Dentro, por tanto, del Año de la Fe, estas fiestas nos ofrecen la oportunidad de afirmar con renovada convicción nuestra fe en Cristo. Para ello, en la predicación del Solemne Quinario, que se celebra en la Catedral, encontraremos una gran ayuda para profundizar en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo, Dios y hombre verdadero, y para comprender mejor el significado de estas palabras que proclamamos en el Credo:
«Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios,
que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,
nació de Santa María Virgen,
padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso»
Imaginemos por un momento que un día, estando cualquiera de nosotros en el Santuario del Cristo, se no acerca alguien y señalando al Cristo nos pregunta: ¿Quién es ese que está ahí? ¿Por qué está así, crucificado? ¿Por qué la gente se arrodilla ante la imagen? Quizá pensemos que estas preguntas nadie nos las va hacer, pero no sería extraño que entre tantos visitantes y curiosos que entran el Santuario alguno nos sorprenda pidiéndonos esa información. ¿Qué le respondemos?
Si, amigo que lees estas líneas, ¿Quién dices tú que es el que está representado en la imagen del Cristo de La Laguna? ¿Qué me dices de él? ¿Por qué está crucificado? ¿Qué significado tiene en tu vida? Párate a pensarlo, tómate tiempo y prepara tu respuesta, pues te lo pueden preguntar en cualquier momento. Es más, estas preguntas te las hace siempre el propio Cristo de La Laguna cuando te colocas delante de Él, pues aunque sea una imagen inerte, su contemplación te remite al Cristo vivo y resucitado que nos habla en la Palabra del Evangelio. Cuánta razón y cuánta teología hay en la copla popular: «Sus labios no se movieron y, sin embargo me habló».
No lo dudemos, cuando leemos los evangelios es Cristo quien nos habla. Y en el Evangelio de San Mateo leemos lo que Jesús preguntó a sus discípulos (y nos sigue preguntando a nosotros):
Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Él les dijo: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mt. 16, 13-17)
Esta conversación de Jesús con sus discípulos tiene mucha actualidad pues, hoy como entonces, la gente tiene opiniones diversas sobre quién es Jesucristo. Consideran que es un personaje importante, que hizo muchas cosas buenas, algunos comparten sus ideas y otros no, hay quienes lo consideran un revolucionario y otros un pacifista, unos lo ven como un líder social y otros como un personaje religioso… Pero para definir la identidad de Jesucristo no caben adjetivos ni comparaciones. Él es único, incomparable e irrepetible.
Por eso, en el diálogo con sus discípulos, a Jesús lo que más le preocupa no es lo que diga la gente, sino lo que piensan aquellos que le conocen íntimamente, que han podido ver su bondad con los enfermos, con los pecadores, con los pobres y su poder en los milagros que ha realizado; aquellos que han podido escuchar sus palabras, aquellos que le siguen por todas partes. Y, también, a nosotros que somos cristianos, sus discípulos de hoy, Jesús nos pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? No se trata de un examen a ver quién acierta o sabe más, sino de una pregunta personal: ¿Tú, quién piensas que soy yo?
Simón Pedro tiene una inspiración y reacciona con prontitud: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Jesús aprueba plenamente la respuesta de Pedro y explica que no se trata de una deducción lógica o razonamiento humano, sino una iluminación interior que procede del Padre del cielo y a la que Pedro responde con un acto de fe. Con su respuesta, Pedro ha hecho dos afirmaciones: La primera que Jesús es «El Cristo», palabra griega que significa «mesías» = salvador; por tanto, reconoce que Jesús es el Mesías, el Salvador anunciado por los profetas y esperado por el pueblo judío. Pero, además, Pedro hace una segunda afirmación, aún más sorprendente, Jesús es «el Hijo de Dios vivo», es decir reconoce la divinidad de Jesús.
Nuestra fe cristiana se sustenta en el contenido de esta frase: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Esta fue la respuesta de fe que dio Pedro a la pregunta de Jesús. Una afirmación que coincide con la respuesta que dio el propio Jesús al Sumo Sacerdote Caifás cuando le preguntó: «Yo te conjuro por Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios. Le dice Jesús: Sí, tú lo has dicho» (Mt. 26,63-64). Y esa respuesta supuso su condena a muerte por parte del Sanedrín.
No lo olvidemos, al contemplar a nuestro Santísimo Cristo de la Laguna, con su rostro sereno y amable, de sus labios inertes brota esta pregunta: ¿Quién dice tú que soy yo? Pidamos al Padre del cielo que nos atraiga hacia Aquél que Él envió y con fe plena podamos decir: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo».
† Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Nivariense