¿Qué mandas hacer de mí?

Carta Pastoral del Obispo de Tenerife ante el Día del Seminario 2015.

Queridos diocesanos:

De nuevo, como hacemos siempre en torno a la fiesta de San José, estamos ante el Día del Seminario Diocesano. Este año 2015, serán los días 21 y 22 de marzo. En todas las misas rezaremos por los seminaristas y las vocaciones al sacerdocio y haremos la colecta para el sostenimiento del Seminario.

Agradecidos a Dios, como si estuviéramos ante una madre que espera el nacimiento de un hijo, miramos a nuestro Seminario con satisfacción, alegría y afecto, pues allí se van gestando quienes han de ser los futuros pastores de nuestra Iglesia. Aquellos que un día, entregando su vida por Cristo y por la salvación de los hermanos, han de presidir a los fieles cristianos en el amor, alimentarlos con la Palabra de Dios y fortalecerlos con los sacramentos.

Sí. El Seminario es como «un seno materno» en el que se van gestando los sacerdotes. Quienes sienten la vocación y quieren seguir al Señor, reciben la formación humana, espiritual, intelectual, apostólica y comunitaria necesaria para vivir y ejercer el ministerio sacerdotal. Solo después de un largo y riguroso proceso de maduración podrán los candidatos, responder con pleno conocimiento y libertad, a los compromisos personales y eclesiales que lleva consigo la «vocación sacerdotal».

Esta vocación no tiene su origen en la propia voluntad o en el deseo y gusto de cada uno por ser sacerdote. Siempre es Dios quien llama primero y el que marca la pauta. Como les hizo ver Jesús a los apóstoles: «No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes» (Jn. 15,16). En la liturgia de la ordenación sacerdotal decimos que Cristo «con amor de hermano, elige a hombres de su pueblo santo, para que, por la imposición de manos, participen de su sagrada misión».

El Papa Francisco se lo recordaba a los seminaristas de todo el mundo, en julio de 2013, durante el encuentro que tuvo con ellos en Roma: «Convertirse en sacerdote no es, ante todo, una elección nuestra. No me fío del seminarista que dice: «He elegido este camino». ¡No me gusta esto! No está bien. Más bien es la respuesta a una llamada y a una llamada de amor. Siento algo dentro que me inquieta, y yo respondo sí. En la oración, el Señor nos hace sentir este amor, pero también a través de numerosos signos que podemos leer en nuestra vida, a través de numerosas personas que pone en nuestro camino. Y la alegría del encuentro con él y de su llamada lleva a no cerrarse, sino a abrirse; lleva al servicio en la Iglesia».

«En la oración el Señor nos hace sentir este amor»… Este es, por así decir, el «secreto de la vocación sacerdotal» y lo que explica que muchos adolescentes, jóvenes y adultos, muchas veces sobreponiéndose a sus gustos y deseos, responden con un «sí inicial» a la llamada que Dios les hace. En un primer momento, ese «sí» consiste en la decisión de ir al Seminario para discernir y verificar la autenticidad de ese «sentimiento interior», en un ambiente de estudio, oración y vida comunitaria, bajo la guía del equipo de formadores. Luego, el tiempo y la maduración personal le permitirán decidir libremente de un modo definitivo.

Para que haya sacerdotes necesitamos tener seminaristas, pero para que haya seminaristas necesitamos jóvenes capaces de recibir, con fe y alegría, la llamada de Cristo al ministerio. La semilla de la vocación necesita un terreno fértil para poder germinar. Por eso nuestra atención debe, también, centrarse en los primeros «seminarios» de las vocaciones sacerdotales: la familia, la parroquia, la catequesis, los grupos y movimientos juveniles.

Normalmente, llegada cierta edad, le preguntamos a los chicos y chicas, ¿tú, que quieres ser de mayor? Las respuestas expresan inmediatamente sus gustos y deseos personales. Piensan que es algo que tiene que nacer de ellos. Su desconocimiento del sentido cristiano de la vida les impide reconocer que el centro de su vida no son ellos, sino «los otros» y, sobre todo, «el Otro», Dios. La vida no se resuelve desde el «yo quiero» sino a partir del «que quieren los otros de mí» y, sobre todo, «que quiere Dios de mí».

Expresiones tan frecuentes en la cultura actual, como, «soy libre y hago lo que quiero», «soy dueño de mi vida y hago con ella lo que quiero», «soy dueño de mi cuerpo y hago con él lo que quiero», etc., nos están indicando hasta qué punto le puede resultar incomprensible a cualquier joven «el misterio de la vocación», que siempre supone la conciencia de pertenencia a Dios y la disposición para decirle, como la Virgen María, «aquí estoy, hágase en mí según tu voluntad». Sólo quien es capaz de estar «des-centrado de sí mismo» puede sentir y aceptar la llamada que Dios le hace al sacerdocio o a cualquier otra vocación específica en la Iglesia.

El lema elegido para el Día del Seminario de este año está inspirado en una expresión de Santa Teresa de Jesús, «¿Qué mandas hacer de mí?» Quiere situarnos en esta perspectiva de disponibilidad ante la voluntad de Dios. A un niño, adolescente o joven cristiano hay que educarle para que, ante la pregunta ¿tú, que quieres ser de mayor? pueda responder: «Lo que Dios quiera». Y enseñarle que, para saber lo que Dios quiere, hay que preguntárselo a Él, ¿Señor, que mandas hacer de mí? y pedírselo con entera disponibilidad y confianza en que lo que el Señor quiere de mí, es lo mejor para mi vida. A semejanza de Cristo, la vida del ser humano se realiza en la obediencia a Dios Padre. En un hermoso verso, la Santa de Ávila, lo expresa así:

«Vuestra soy, para Vos nací,

¿qué mandáis hacer de mí?»

Vuestra soy, pues me criastes,

vuestra, pues me redimistes,

vuestra, pues que me sufristes,

vuestra pues que me llamastes,

vuestra porque me esperastes,

vuestra, pues no me perdí:

¿qué mandáis hacer de mí?

Estamos celebrando los 500 años del nacimiento de Santa Teresa de Jesús. Ella lo tenía claro: «Vuestra soy, para Vos nací, ¿qué mandáis hacer de mí?». Esto es la expresión de una vida que se comprende como don del amor de Dios y ofrenda para él. Lo primero es reconocer que somos de Dios. No nos pertenecemos a nosotros mismos. «En la vida y en la muerte somos de Dios», nos enseña San Pablo. «Tú, Señor, eres nuestro padre, nosotros somos la arcilla, y tú, nuestro alfarero: ¡todos somos la obra de tus manos!» (Is. 64,7). Y ante esa verdad, que es el principio y fundamento de la existencia humana, con su libertad el creyente una y otra vez, repite ¿qué mandáis hacer de mí?

También, ante la realidad de nuestro Seminario Diocesano, todos debemos preguntarle al Señor, con el corazón abierto y disponible, ¿qué mandáis hacer de mí? ¿Qué quieres que haga?, ¿qué debo hacer por el Seminario? Y responder en conciencia a su llamada con generosidad. Los católicos deben sentir el Seminario como algo propio y participar en su misión promoviendo la vocación sacerdotal, estimando, acompañando y animando a los seminaristas, orando… y, también, con la ayuda económica. Nos lo pide el Señor. Confío en la generosidad de cada uno y de todos.

† Bernardo Álvarez Afonso

Obispo Nivariense

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