Carta Pastoral del Obispo de Tenerife, Mons. Bernardo Álvarez Afonso, con motivo del Día del Seminario 2011.
Queridos diocesanos:
Una vez más les escribo con motivo del Día del Seminario Diocesano que, en esta ocasión, tiene lugar los próximos días 19 y 20 de marzo. Ese fin de semana, aparte de rezar por los seminaristas y las vocaciones al sacerdocio, como ya lo hacemos a lo largo del año, en todas las misas haremos también la colecta para el sostenimiento del Seminario, colaborando así a la formación de los futuros sacerdotes. Además, el Día del Seminario es, también, una buena ocasión para reflexionar y tomar conciencia de la importancia de los sacerdotes para la vida de la Iglesia y, consecuentemente, valorar su ministerio como un regalo de Dios.
Como dice el lema elegido para este año, “El sacerdote, don de Dios para el mundo”, los católicos creemos que los sacerdotes son hombres que Dios elige, llama y consagra con el sacramento del Orden Sacerdotal para que, en nombre de Cristo y con su poder, sirvan a los demás. Son personas de las que Cristo se sirve para entregar su cuerpo y sangre en la Eucaristía, para perdonar a los pecadores, para consolar a los enfermos, para anunciar su Evangelio a todas las gentes… En esto radica la grandeza del sacerdocio católico y esto es lo que valora el pueblo cristiano en sus sacerdotes, aún reconociendo que, como hombres, están envueltos en debilidades y necesitan corregir sus defectos. Los sacerdotes son un regalo de Dios porque todo “lo que es” el sacerdote (su vocación) y “todo lo que hace” a favor de los demás (predicar la palabra de Dios, administrar los sacramentos y guiar la comunidad) se debe a que es Dios quien actúa en ellos y por medio de ellos.
En efecto, como dijo Jesús a sus apóstoles en la última cena: “No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca” (Jn. 15,16). Nadie puede darse el sacerdocio a sí mismo. Siempre es Dios quien llama y consagra. El elegido es una persona libre y, con su libertad, puede aceptar o rechazar la llamada. Si alguien acepta la llamada, la respuesta no puede ser meramente intencional, sino que ha de ser operativa, es decir, una respuesta que implica “vivir conforme a la vocación a la que ha sido llamado”. Para ello será necesario que conozca lo que lleva consigo la vocación al sacerdocio y se prepare para serlo de verdad.
La función del Seminario es, precisamente, la de formar a los que se sienten llamados, de modo que su repuesta sea consciente, libre y coherente, en línea con lo que Dios les pide. No se trata sólo de prepararles para que sepan hacer las cosas propias de un sacerdote sino, sobre todo, para que “sean sacerdotes” a imagen de Cristo, el único y verdadero sacerdote. El sacerdote que Dios nos regala es un sacerdote “al modo de Cristo”, el Buen Pastor que da la vida por la ovejas. Es un sacerdote que no sólo hace las cosas como un buen profesional sino que, como Cristo, en todo lo que hace se ofrece a sí mismo, sin buscar ni esperar otra cosa que el bien de los demás. Unido a Cristo, el sacerdote es un regalo para la vida del mundo y como en cualquier regalo lo que le caracteriza es que “es gratis”. Un sacerdote siempre tiene presente las palabras de Jesús a los apóstoles: “lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis”.
Pocas cosas tienen tanta importancia en la vida de la Diócesis como el Seminario. En él empleamos los mejores recursos de que disponemos: un gran número de sacerdotes, personas consagradas y laicos (formadores, directores espirituales, profesores, párrocos, amigos del seminario…), una instalaciones acordes con las necesidades propias de la formación sacerdotal (académicas, deportivas, residenciales…). Todo ello implica unos gastos considerables, pero están bien empleados porque son la mejor inversión que podemos hacer para el bien de todos los diocesanos. Sabemos y experimentamos lo importante y necesario que es un sacerdote para la vida cristiana en las parroquias y en todos aquellos ámbitos donde su ministerio es necesario (hospitales, centros de mayores, tanatorios, colegios…). Pero no tenemos sacerdotes suficientes. Las palabras de Jesús siguen siendo actuales: “El trabajo es mucho y los operarios pocos, rogad al dueño de la mies que envíe operarios a su mies”.
En nuestra Diócesis hay muchas parroquias sin sacerdote propio y, en la práctica, muchas no están suficientemente atendidas. Los sacerdotes son pocos en relación con nuestras necesidades. Los que hay están sobrecargados de trabajo, un buen número de ellos supera los 70 años y algunos tienen problemas de salud. Todos, de una forma o de otra, padecemos esta situación. ¿Cómo afrontarla? A mí, como obispo, me corresponde velar por el bien de todos y, como es lógico, sobre mí vienen todas las quejas y reclamaciones pidiéndome soluciones. ¡Cómo me gustaría poder contar con suficientes sacerdotes para cubrir todas las necesidades! Pero la realidad es que, en este momento, no los hay y que de cara a un futuro inmediato tampoco los vamos a tener. Los seminaristas también son pocos. ¿Qué podemos hacer? ¿Qué tenemos que hacer?
Yo creo que, ante todo, la situación debe servirnos para apoyar y ayudar más a los sacerdotes en su misión y tenerles en mayor estima por lo que son y el servicio que nos prestan. Hay cosas en la Iglesia que sólo puede hacer el sacerdote, pero hay otras muchas que son responsabilidad de todos, especialmente a la hora de transmitir y educar en la fe a los demás. Sin verdaderos cristianos no hay vocaciones al sacerdocio, ni seminaristas, ni sacerdotes. Éstos no caen del cielo, sino que salen de los jóvenes de nuestras familias, de nuestras parroquias y de nuestros movimientos apostólicos. Asimismo, tiene que dolernos la falta de sacerdotes porque eso debilita la vitalidad de la comunidad cristiana y la fe de mucha gente. Un dolor que nos hace clamar a Dios desde lo más profundo de nuestro corazón y pedirle por las vocaciones, por el seminario y los seminaristas, por los jóvenes, para que conozcan a Cristo y le sigan.
Cuando uno desea algo, lo busca, lo pide, lo compra… hace lo que sea para conseguir lo que quiere. ¿Queremos sacerdotes? ¿Qué podemos hacer para tenerlos? Los sacerdotes son un regalo de Dios para el mundo. Él es quien los tiene y los da. A Él se los tenemos que pedir. Orar es algo que podemos hacer todos, en cualquier tiempo y lugar, no importa la edad, si estamos sanos o enfermos, si somos niños, jóvenes o mayores. Todos podemos orar en la seguridad de ser escuchados. Aquí les ofrezco la oración que, desde el Seminario, nos han preparado para rezar este año:
Señor Jesús, que nos prometiste: «pedid y recibiréis, llamad y se os abrirá»,
regálanos las vocaciones sacerdotales que tanto necesita tu I
glesia y el mundo de hoy.
Haz que las familias sean el campo fértil donde puedan germinar.
Bendice el trabajo apostólico de catequistas y educadores,
para que logren despertar y madurar la vocación sacerdotal
en aquellos que tú, Señor, has elegido a tu servicio.
Ilumina la tarea educativa de los formadores del Seminario
para que creen un verdadero cenáculo donde el encuentro contigo
ayude a cada seminarista a configurar su corazón, de Buen Pastor,
con el tuyo.
Que Santa María, Reina de los Apóstoles, lleve de la mano a los seminaristas y sacerdotes para que sean realmente gloria de la Iglesia y un verdadero don de Dios para el mundo.
Amén.
Les invito a dar gracias a Dios por nuestro Seminario (Mayor y Menor), por los seminaristas que allí se preparan, por todas las personas que con su dedicación y entrega generosa trabajan en la formación de los seminaristas, por las personas que colaboran con el Seminario con sus donativos y donaciones y por todos los sacerdotes que, a lo largo de más de cien años, se han formado allí y, una vez ordenados, han entregado su vida al servicio de los demás, es decir han sido y -los que aún viven- siguen siéndolo, “un regalo de Dios para la Iglesia y la sociedad”.
De corazón les bendice y les desea la paz del Señor,
† Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Nivariense