“Hoy abrimos un espacio que lleva el rótulo de Noches con alma, un rótulo que puede parecernos poético a primera vista y que, sin embargo, encierra mucho de realismo en su interior. Y, aunque parezca paradójico, Noches con alma no es un proyecto que se inicia desde cero, sino que recoge las intenciones en marcha de un impulso que demanda el hombre de hoy”. Así se expresaba Juan Luis Calero al dar la bienvenida, realizada en el hall de entrada del Salón de Actos del Seminario, a la primera sesión de esta nueva iniciativa, una modesta modalidad del conocido “atrio de los gentiles”.
Todo había sido especialmente cuidado para la ocasión: la esperanza como telón de fondo, la ambientación simulando los muros de un campo de concentración, un árbol inicialmente sin hojas en el que los participantes pudieron luego depositar sus impresiones de la velada, un conjunto de fotos realizada por adolescentes y jóvenes de un centro educativo con la temática de la esperanza en el mundo de hoy, la obra y los intérpretes escogidos, la acogida y el ambiente cálido creado, el pequeño brindis final que dio pie al diálogo y al intercambio de impresiones y emociones.
El obispo Álvarez, había abierto este espacio de “diálogo y encuentro”, al tiempo que agradecía la asistencia de los presentes. Noches con Alma, desde el marco de la Misión diocesana, pone en marcha esta propuesta dialogante, que tendrá como sede habitual la Casa Mesa, ubicada en la calle Carrera, número 9, en La Laguna.
El propio Calero compartió los principios y criterios que subyacen en la experiencia que nacía, la cual “busca, precisamente, crear armonía a partir de dos voces, aun cuando estén en las antípodas sonoras, como el bajo y el soprano, que no necesitan difuminar sus contornos para hacer algo bello. El diálogo que se propone en Noches con Alma, como todo diálogo en la Iglesia, parte de la afirmación de la propia identidad, del compromiso con la verdad, que desencadena el deseo de buscarla con mayor plenitud aún, y no se contenta con medias verdades”.
“Se trata de una acción evangelizadora, una oferta abierta y generosa con una visión propia sobre la vida, el amor, la libertad, el sufrimiento, la muerte, la justicia. Partiendo de la autonomía de la Fe y la Razón, aboga por un diálogo posible entre ambas” – aseveró.
Ya en el interior del Salón, otro miembro del equipo impulsor del proyecto, Carlos Costa, presentaba la obra que se iba a interpretar: El Cuarteto para el fin de los tiempos de Oliver Messiaen. Partiendo del recuerdo de los músicos y amigos que estrenaron con el propio autor esta obra en exteriores y bajo la lluvia, el 15 de enero de 1941, durante su cautiverio en el campo de concentración de Stalag VIIIA, en la Segunda Guerra Mundial. “El campo de Görlitz, barracón 27b nuestro teatro, fuera de noche, la nieve, la miseria. Aquí un milagro. El Cuarteto nos transporta a un paraíso maravilloso, nos levanta de esta tierra abominable”.
Costa expresaba su deseo de que la obra y la Noche “mueva nuestro interior hacia una vida entregada a lo que hacemos con más plenitud y amor”. “Que todos los que estamos aquí nos sintamos transformados por estos sonidos” – subrayó.
La introducción didáctico-musical correspondió a uno de sus intérpretes, Cristo Barrios. El Cuarteto para el fin de los tiempos es una de las obras de cámara más aplaudidas el pasado siglo. La misma – nos indicó- pretende establecer un paralelismo muy claro entre los días de la creación, donde el séptimo es el día de descanso. Desea el autor transportar al oyente a una situación en la que se para el tiempo, de tal manera que establece un paralelismo con el concepto de eternidad.
Cuatro prestigiosos músicos interpretaron magníficamente la obra escogida, Khatleen Balfe- Violonchelo, Cristo Barrios- Clarinete, Javier Negrín- piano y Joaquín torre- Violín.
Una “Noche con Alma”, sin duda, emotiva y hermosa. La próxima cita será en marzo con la intención de seguir creando un espacio de encuentro “con aquellos para quienes la religión es algo extraño, para quienes Dios es desconocido y que, a pesar de eso, no quisieran estar simplemente sin Dios, sino acercarse a Él al menos como Desconocido”, (Benedicto XVI).