El nombre de Manuel González-Serna Rodríguez (Sevilla, 1880) encabeza la causa de los veinte mártires que serán beatificados el 18 de noviembre en la Catedral de Sevilla. Él fue uno de los sacerdotes que entregaron sus vidas por razón de la fe el verano de 1936. Sin sentido alguno, sufrieron de una forma especialmente cruenta el clima de violencia exacerbada que se apoderó de numerosas localidades de la provincia en las que inicialmente no tuvo éxito el levantamiento militar del 18 de julio. Hoy nos desplazamos a Constantina, Lora del Río y Guadalcanal para recuperar la memoria de tres presbíteros mártires de la fe.
La parroquia sevillana de Omnium Sanctorum fue el lugar elegido por Manuel González-Serna y Ana Rodríguez para que su hijo Manuel recibiera el sacramento del bautismo. Su formación religiosa culminó con la ordenación sacerdotal a los 22 años, y tras varios destinos en la provincia de Huelva obtuvo la Parroquia de Nuestra Señora de la Encarnación, de Constantina, nueve años después, compaginada con el cargo de arcipreste de Cazalla.
El padre González-Serna sufrió en Constantina la aplicación de la legislación laicista republicana de los años treinta, que, entre otros efectos, puso coto a la enseñanza religiosa, prohibió el ritual católico público en los entierros y otras manifestaciones religiosas. El 18 de julio de 1936 fueron destruidos todos los edificios religiosos del pueblo y quemados sus enseres. A las ruinas del templo fue conducido el párroco el 23 de julio, tras su detención cuatro días antes, y sufrir toda clase de vejaciones y maltratos. Lo que quedaba de la sacristía fue el lugar elegido por sus captores para acabar con su vida de dos disparos.
Este caso es similar al de Francisco de Asís Arias (Cantillana, 1875). Sacerdote desde los 26 años, obtuvo la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, de Lora del Río. Las diferencias con las autoridades locales arreciaron tras la proclamación de la II República, y el enfrentamiento subió de tono tras el fracaso del golpe militar en esta localidad de la Vega del Guadalquivir. La iglesia fue objeto de la violencia desatada, y a los pocos días el párroco fue detenido y encarcelado en Las Arenas, unas dependencias anexas al ayuntamiento, en compañía de su coadjutor.
Según testimonios de aquellos días, “demostraban mucha resignación, dirigían a las demás palabras de consuelo y muchos de los presos confesaron con ellos en los días y horas que precedieron a los fusilamientos”. No se instruyó causa judicial alguna, y su suerte fue decidida por los dueños de la situación loreña. Francisco Arias entregó su vida en las tapias del cementerio de San Sebastián el primero de agosto de 1936.
Pedro Carballo (Ubrique, 1886) recibió el orden del presbiterado el 18 de diciembre de 1910, a los 23 años. Nueve años después tomó posesión de la Parroquia de Santa María, en Guadalcanal, y su larga actividad pastoral, si bien no estuvo exenta de dificultades, fue muy fructífera. Al igual que en los dos casos anteriores, la sublevación de 1936 dio paso a una reacción violenta que se cebó de forma especial con la Iglesia, con los templos y enseres, y de forma particularmente cruenta con sus representantes.
El padre Carballo fue detenido en su domicilio y conducido a la cárcel el 20 de julio. La madrugada del 6 de agosto fue trasladado junto a otros 24 detenidos al cementerio de la población. Allí fue fusilado a las cuatro de la madrugada. Esa misma mañana, en la creencia de que pudiera estar aún vivo cuando iba a ser enterrado, fue rematado con un sable y disparos de pistola.
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