El día 12 de octubre celebramos la fiesta de la Bienaventurada Virgen del Pilar, patrona de Aragón y símbolo clave de la Hispanidad. Ese día se realiza en la Catedral de Sevilla un responso ante el sepulcro de Cristóbal Colón y un Te Deum ante Nuestra Señora de la Antigua. Con ocasión de mi reciente viaje a Panamá este año me gustaría referirme al puente entre Sevilla y el Nuevo Mundo, construido a través de la devoción a Nuestra Señora de la Antigua, que constituye uno de los episodios más extraordinarios en la historia de la evangelización. No es casualidad que la primera diócesis en tierra firme de América, erigida en 1513, lleve su nombre: Santa María la Antigua del Darién. Éste es un hecho profundamente teológico. Significa que desde los albores de la misión americana la evangelización fue puesta bajo el signo materno de María. Ella fue rostro que recorrió el continente para alcanzar los corazones.
La historia narra que aquella advocación fue trasladada por marinos y clérigos desde Sevilla. En América, María se convierte en principio de inculturación. Los pueblos originarios descubren en ella cercanía, consuelo y belleza. La espiritualidad mariana ha permitido que la fe católica se viva en clave de inculturación porque tal como recoge el Documento Conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, que tuvo lugar en Aparecida (Brasil), “María, Madre de la Iglesia, además de modelo y paradigma de humanidad, es artífice de comunión”. María es la pedagogía viva, de una evangelización que se propone como belleza y consuelo.
La evangelización en América Latina, especialmente tras el Concilio Vaticano II y bajo la inspiración de los últimos pontífices, ha comprendido que el Evangelio no es ajeno a las culturas, sino semilla que se siembra en su seno. María ha estado presente en el proceso de evangelización del Continente, desde sus inicios, acompañando a los discípulos misioneros. Esta presencia se traduce en imágenes, en procesiones, en advocaciones como la de Nuestra Señora de la Antigua, que encarnan el Evangelio en símbolos comprensibles para los pueblos. En la traslación solemne de la pintura mariana en la Catedral de Sevilla, entre andamios, poleas y cortejos de eclesiásticos y laicos, se cifra un profundo mensaje eclesiológico: María es figura que se desplaza desde lo oculto hasta lo visible, desde lo marginal hasta el corazón del templo. En la misma clave, cuando María atraviesa el Atlántico, se produce un desplazamiento no sólo físico, sino cultural y teológico. La devoción a Nuestra Señora de la Antigua, pasó de las bóvedas góticas y del muro visigodo de la Catedral de Sevilla a las costas del Darién, a la cultura americana, convirtiéndose en rostro de un pueblo, cercano y maternal.
San Pablo VI nos advierte en Evangelii nuntiandi que la evangelización “no puede reducirse a la simple y estrecha dimensión económica, política, social o cultural, sino que debe abarcar al hombre entero, en todas sus dimensiones, incluida su apertura al Absoluto, que es Dios”. Evangelizar es una irradiación de la Verdad que viene de Dios. En este punto, María es modelo sublime. La historia de Nuestra Señora de la Antigua confirma este principio. María fue puente cultural, porque tradujo el Evangelio en lenguaje accesible.
No puede comprenderse la identidad panameña sin la figura de Nuestra Señora de la Antigua. Su nombre ha acompañado la fundación de ciudades, la consolidación de comunidades cristianas, y la configuración de una cultura mestiza. Ella es parte de la memoria colectiva, no sólo religiosa, sino social y cultural. Cuando en 1513 León X erigió la diócesis de Santa María la Antigua del Darién, se institucionalizó algo más que un territorio eclesiástico. Se declaró, implícitamente, que la misión en América debía tener rostro mariano. En la espiritualidad del pueblo panameño, Nuestra Señora de la Antigua sigue siendo lugar teológico, donde la fe se hace afecto, cultura y compromiso. Las romerías, los cantos y las procesiones son actos en los que un pueblo expresa su fe encarnada, su deseo de ser acompañado por la Madre que sabe sostener a Cristo y ofrecerlo.
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla
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