El arzobispo de Sevilla, monseñor José Ángel Saiz Meneses, presidió ayer, 26 de junio, la Eucaristía con motivo de la fiesta de San Josemaría Escrivá en la Catedral hispalense.
La Misa estuvo concelebrada por Javier Yániz, vicario de la Delegación de la Prelatura del Opus Dei para Andalucía Occidental y Extremadura, y por sacerdotes de la Obra. Destacó además la participación de cientos de fieles que llenaron las naves central y laterales del Altar del Jubileo, sumando casi 2.500 personas.
El arzobispo comenzó su homilía agradeciendo a Dios “el regalo de la santidad en la fiesta de san Josemaría Escrivá de Balaguer, cuya enseñanza y testimonio reavivan nuestro deseo de vivir la santidad en la vida ordinaria, en la familia, en el trabajo, en nuestros ambientes”.
Más adelante, hace referencia a la llama que “cada uno de nosotros ha recibido del Maestro; la llamada a la santidad, a vivir en unión con Cristo y la Iglesia, y la llamada al apostolado, a la evangelización”. En este sentido, recuerda cómo san Josemaría insiste en que “la santidad no es algo reservado a unos cuantos privilegiados, sino que se puede vivir en todos los caminos, en todos los estados, en todas las profesiones, en todas las tareas”.
Profundizando en este concepto, el arzobispo hispalense hizo referencia al Magisterio de la Iglesia. En primer lugar, mencionó la Carta Apostólica Novo millennio ineunte, en la que san Juan Pablo II recuerda que “el camino pastoral debía situarse en la perspectiva de la santidad, y que la santidad era el fundamento de la programación pastoral que correspondía al iniciar el nuevo milenio”. Igualmente, cita la exhortación apostólica del papa Francisco, Gaudete et exultate, en la que se asegura que “la misión es el impulso más fuerte que puede encontrar la Iglesia para redescubrir su propia santidad y volver a escuchar la vocación a ser más santa”.
Cómo ser santo
Monseñor José Ángel Saiz Meneses explicó en su homilía cuál era el camino de la santidad: “En primer lugar a través de la vida de fe: el cristiano ha de vivir su unión con Cristo por medio de la oración, de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía, y de la escucha de la Palabra de Dios. En segundo lugar, a través de la formación, siempre necesaria para profundizar y dar razón de la fe y de la esperanza. Y, por último, en virtud de una acción apostólica que deriva de la misma naturaleza del ser cristiano y del envío misionero de Jesús. El cristiano es santificado por Dios las 24 horas del día, porque en todo momento vive unido al Señor: en la oración y en el trabajo, en el estudio, en la sana diversión y también en el descanso”.
Finalmente, apuntó que “el esfuerzo humano es inútil sin la ayuda de Dios”, por eso, “el discípulo que vive en comunión con Cristo, recibe su gracia y da un fruto abundante. La unión con Jesús tiene la promesa de dar mucho fruto, mientras que la separación de él comporta una radical infecundidad”, concluyó.
Imágenes de Guillermo Aguilar
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