LECTURAS DEL DOMINGO 1 OCTUBRE
Primera lectura
Ezequiel 18, 25-28.
Cuando el malvado se convierte de la maldad, salva su propia vida.
Esto dice el Señor:
«Insistís: “No es justo el proceder del Señor”. Escuchad, casa de Israel: ¿Es injusto mi proceder? ¿No es más bien vuestro proceder el que es injusto?
Cuando el inocente se aparta de su inocencia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió.
Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él salva su propia vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá».
Salmo
Sal 24, 4bc-5. 6-7. 8-9
- Recuerda, Señor, tu ternura.
– Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador, y todo el día te estoy esperando.
– Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas; no te acuerdes de los pecados ni de las maldades de mi juventud; acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor.
– El Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes.
Segunda lectura
Filipenses 2, 1-11.
Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús
Hermanos: Si queréis darme el consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor, si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir.
No obréis por rivalidad ni por ostentación, considerando por la humildad a los demás superiores a vosotros. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás.
Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús.
El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres.
Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
Evangelio
Mateo 21, 28-32.
Se arrepintió y fue. Los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios
En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
«¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. Él le contestó: “No quiero». Pero después se arrepintió y fue.
Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor”. Pero no fue.
¿Quién de los dos cumplió la voluntad de su padre?».
Contestaron:
«El primero».
Jesús les dijo:
«En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis».
Comentario bíblico de Pablo Díez (Ez 18,25-28; Sal 24,4bc-5.6-7.8-9; Flp 2,1-11; Mt 21,28-32)
La queja del pueblo que recoge el profeta refleja una constante que se prolonga hasta nuestros días. El hombre cuestiona la justicia divina (Ez 18,25) y presenta la suya propia como una alternativa mejor. La justicia humana es distributiva, por ello plantea una especie de “media aritmética” entre las buenas y malas obras para medir el grado de virtud que arroja el total de la vida de una persona. Pero, desde la perspectiva de la justicia divina, el hombre se define por una postura total frente a Dios, que se pone de manifiesto en su actitud presente. Aunque es cierto que los actos del pasado influyen en la decisión actual y la condicionan fuertemente, no es menos cierto que la vida del hombre no está determinada por ellos (ni por los buenos ni por los malos).
El pasado no puede borrarse, pero puede superarse. Ezequiel no habla solo de dos casos contrapuestos paritariamente (perversión del justo y conversión del malvado). Su mensaje, aunque exigente, es optimista. Esto se pone de manifiesto en su confianza en la posibilidad de conversión del impío, dado que en ella se incluye también que el honesto que se corrompe pueda volver al buen camino. Lo que determina radicalmente esta posibilidad es la voluntad de Yahvé de que el hombre viva (Ez 18,32).
Tal como muestra el evangelio, un buen propósito, un arranque de buena voluntad, no garantiza obrar el bien (Mt 21,30). Del mismo modo, un mal propósito puede ser mudado en bueno mediante el arrepentimiento (Mt 21,29). Para que esto último sea posible es imprescindible la convicción del salmista de que Dios es salvación (Sal 24,5), porque revela, enseña, hace conocer al hombre sus caminos, es decir, su voluntad, de modo que pueda abrazarla como norma de vida. El orante, consciente de su fragilidad, se aferra a la solidez indestructible de la misericordia y el amor eternos de Yahvé que, acordarse del hombre (Sal 8,5), lo conserva en la vida. El proceso de conversión se cierra con la otra cara de la moneda, el olvido divino de los pecados pasados (Sal 24,7).