‘La sencillez evangélica’- Formación permanente 08

Archidiócesis de Sevilla
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Sede metropolitana de la Iglesia Católica en España, y preside la provincia eclesiástica de Sevilla, con seis diócesis sufragáneas.

Octava sesión de la iniciativa de formación de la Delegación diocesana de Apostolado Seglar, que se hace eco del lema del pasado Congreso Nacional de Laicos que fue vivido por todos los que participaron como un renovado pentecostés. Con una periodicidad quincenal, se puede visionar en el canal de youtube de Archisevilla Siempre Adelante

IDEA CENTRAL

“Siendo rico se hizo pobre” (2 Cor  8,9)

“Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 5, 3)

“A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despides vacíos” (Lc 1,53).

NUESTRA FE

Cuando hablamos de la pobreza evangélica, nos referimos al estado en el que se dispone de lo indispensable para vivir, lo que permite al hombre conocer sus límites y abrirse al amor y al servicio a los demás. Se trata de una forma de vida fundamentada en el desprendimiento de los bienes materiales para poder alcanzar una visión más clara y profunda del sentido trascendente de la vida terrena. La pobreza se propone como un estado deseable que se asume voluntariamente. Con ella, se afirma radicalmente el ser sobre el tener y el dar sobre el recibir. Para los cristianos es un camino para asemejarnos a Jesús y servir a los demás. Así, la pobreza se convierte en un seguimiento, en una llamada a ser como Cristo, como Cristo pobre.

Cuando hablamos de la “pobreza extrema”, de la miseria, estamos señalando una consecuencia de la injusticia social, de una vida indigna. Con ella se carece de lo indispensable, viviendo con angustia lo que va a deparar el mañana.  No podemos olvidarnos de que el rostro de los pobres es el rostro de Cristo pobre y crucificado. La miseria no es una estadística; detrás de cada número hay una persona que sufre las consecuencias de una situación de injusticia. La falta de un trabajo digno, de libertad e igualdad, respecto al derecho a la educación, a la salud o al acceso a una vivienda digna son también parte de esta “pobreza extrema”.

Pero hay también nuevas pobrezas que afectan a menudo a ambientes y grupos con recursos económicos, pero expuestos a la desesperación del sin sentido, a las drogas, la soledad -al abandono de nuestros mayores, en la enfermedad-, a la marginación o la discriminación social (San Juan Pablo II, NMI, n.50). Más recientemente el Papa Francisco ha hablado de la “cultura del descarte”: “Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera” (EG, n.53)

La pobreza a la que nos debemos de abrazar se fundamenta en la llamada a seguir a Cristo pobre, sin ella no podremos estar junto a los pobres. Esta requiere el ejercicio del amor y es origen de una auténtica alegría. San Francisco de Asís nos acerca a la pobreza como valor energético: “Perseverar en ella hasta el fin”.

DIALOGAMOS JUNTOS

Mirada creyente

Cada día es mayor el abismo que se abre entre el mundo de los pobres y un mundo rico, que disfruta de mucho más que lo necesita. Junto a la injusticia de esta situación, aparece constantemente, en el imaginario popular, la llamada y el deseo de alcanzar como sea más bienes materiales. Los caminos son muchos: la corrupción en sus múltiples formas, los juegos de azar, las ganancias como signo del estatus social… El mundo mediático nos atrae con sus mensajes y sus ofertas hacia modos de vida opulentos… y vacíos.

La Doctrina Social de la Iglesia nos plantea estas preguntas: ¿Cómo es posible que, en nuestro tiempo, haya todavía quien se muere de hambre; quién está condenado al analfabetismo; quién carece de la asistencia médica más elemental; quién no tiene techo donde cobijarse? (…) ¿Podemos quedar al margen ante las perspectivas de un desequilibrio ecológico, que hace inhabitables y enemigas del hombre vastas áreas del planeta? ¿O ante los problemas de la paz, amenazada a menudo con la pesadilla de guerras catastróficas? ¿O frente al vilipendio de los derechos humanos fundamentales de tantas personas, especialmente de los niños? (CDSI, n. 5).

Reflexión desde la vida cristiana

En la Iglesia la opción preferencial por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica. La preocupación por los pobres es consecuencia de la experiencia de un Dios misericordioso manifestado en la Biblia y revelado en plenitud en su Hijo encarnado.

Jesús cumple las esperanzas mesiánicas y las supera, eliminando aspectos negativos, como el odio a los enemigos, en Cristo la pobreza es la pobreza de Dios. Dios que se compromete libremente en la historia asumiendo la condición humana en todos sus aspectos desde el pesebre a la cruz. No solo se compromete asumiendo para sí la situación del pobre, sino que se dirige con preferencia a los desheredados y oprimidos y asume su situación.

Cristo pobre es el que nos ofrece, en las bienaventuranzas, el camino y se presenta a sí mismo como modelo a seguir. El papa Francisco nos pide que no olvidemos cual es el “gran protocolo” por el que seremos juzgados: “Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme” (Mt 25, 35-36), como también nos recuerda el Venerable Siervo de Dios, Miguel Mañana.

Siguiendo el mensaje de Jesús y a la luz de este texto evangélico tendremos que preguntarnos: ¿Cuáles son los valores que tenemos que cambiar en nuestra vida para abrirnos a las necesidades de los demás? ¿Cómo podemos vivir como cristianos viendo a nuestro alrededor tanta necesidad, tantos necesitados?

Un compromiso abierto a los demás

¡Cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres! Con esta frase el papa Francisco, al inicio de su pontificado, manifestó un deseo para toda la Iglesia, que en Evangelii gaudium concretó: “Por eso quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos. Además de participar del sensus fidei, en sus propios dolores conocen al Cristo sufriente. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos. La nueva evangelización es una invitación a reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el centro del camino de la Iglesia” (EG, n. 198).

El deber del discípulo de Cristo es hacer suyos los sentimientos de los que sufren y luchar por la dignidad de los que padecen la pobreza extrema. La Iglesia desde sus inicios tuvo muy presente no solo la atención a los pobres, sino el que no hubiera pobres, así como la obligación de compartir los bienes (Hch 4, 34-35).

¿Qué me pide el Señor en relación con mi actitud ante los bienes de este mundo? ¿Qué pasos podemos dar en nuestra comunidad cristiana para que sienta y actúe como Iglesia de los pobres?

VÍDEO DE LA SESIÓN DEL FORO PERMANENTE ONLINE

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(*) Estos textos están inspirados en el Itinerario de Formación Cristiana de Adultos – Ser cristianos en el corazón del mundo-, de la Conferencia Episcopal Española, publicados por la Editorial EDICE.

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