La Iglesia homenajea a monseñor Antonio Montero en sus bodas de oro episcopales

Archidiócesis de Sevilla
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Sede metropolitana de la Iglesia Católica en España, y preside la provincia eclesiástica de Sevilla, con seis diócesis sufragáneas.

La Catedral de Badajoz acogerá el próximo Martes Santo una misa crismal muy especial. Al clero de la Archidiócesis de Mérida-Badajoz se sumarán este año numerosos obispos españoles y sacerdotes de distintas diócesis para rendir homenaje a monseñor Antonio Montero, que, a sus noventa años, cumplirá las bodas de oro episcopales.

Once de estos años como obispo los dedicó a la Iglesia en Sevilla, siendo titular de la Archidiócesis hispalense el Cardenal Bueno Monreal. Ordenado sacerdote el 19 de mayo de 1951 en la Basílica de San Juan de Letrán, en Roma, fue nombrado Obispo auxiliar de Sevilla el 10 de abril de 1969 por el papa Pablo VI. Su consagración tuvo lugar un mes y una semana después en la seo hispalense.


Estrecho colaborador del Cardenal Bueno Monreal

Mano derecha del Cardenal Bueno Monreal en los años del postconcilio, fue decisivo en el desarrollo del Sínodo Diocesano de 1973, recorriendo todos los pueblos de la Archidiócesis en una tarea ímproba. Antonio Hiraldo fue secretario general de aquel Sínodo y recuerda esa experiencia como “un logro de comunión y participación de todo el pueblo cristiano. Fue –añade- un esplendor de la incorporación de los fieles al diálogo y la participación en la vida pastoral de la Iglesia”. De hecho, se abrió un camino nuevo de colaboración e integración entre sacerdotes, religiosos y laicos, “una experiencia muy grata que se recuerda con cariño, y en la que don Antonio se implicó de lleno”, recuerda.

Además, en el ámbito de la religiosidad popular sevillana se conserva un recuerdo agradecido al servicio del entonces Obispo auxiliar. Monseñor Juan del Río, actual Arzobispo castrense, subraya que “siempre mantuvo estrechos lazos con el ámbito de las cofradías, particularmente con la Hermandad de los Estudiantes”. De hecho, su pectoral representa el Cristo de la Buena Muerte, titular de la corporación universitaria cuyas misas de las mañanas del Martes Santo siempre presidió los años que permaneció en la capital andaluza.

El Arzobispo de Sevilla, que se recupera de una intervención quirúrgica, no podrá acudir a Mérida como habría sido su deseo. Monseñor Asenjo ha manifestado su aprecio personal por el homenajeado, de quien “siempre he admirado su carácter jovial, positivo y entusiasta. También su amor grande al Señor y la Iglesia, y su fino sentido pastoral”. El Arzobispo recuerda que en la Conferencia Episcopal “sus intervenciones siempre eran interesantes y de mucho calado pastoral”, y que “todos las seguíamos con mucho interés”. “La Iglesia en España le debe mucho en el campo de las comunicaciones sociales, que él siempre apoyó y promovió con pasión”, apunta.

Servidor a la Iglesia y la sociedad de su tiempo

Desde 1980, monseñor Montero ha estado estrechamente vinculado a la diócesis extremeña, lo cual no ha impedido que desarrollara una amplia y destacada labor en diversos frentes al servicio de la Iglesia en España. Y, en efecto, la comunicación ha sido, sin duda, uno de los ámbitos en los que monseñor Montero ha creado escuela, tanto dentro como fuera de la Iglesia, convirtiéndose en un referente de primer nivel junto a figuras destacadas como José Luis Martín Descalzo, José María Javierre o José María Cabodevilla.

En el monográfico del semanario Iglesia en camino dedicado a esta efeméride, el Obispo de Ávila, monseñor José María Gil, subraya que “don Antonio no ha buscado otra cosa que servir con pasión y coherencia personal y magisterial a la Iglesia”. De hecho, fue testigo directo del Concilio Vaticano II –un acontecimiento que cubrió informativamente para la revista Ecclesia– y, en consecuencia, asumió decididamente la misión de impulsar y propagar los aires renovadores que llegaban de Roma.

Sesenta y siete años después de su ordenación sacerdotal, y cincuenta desde que fuera nombrado obispo, don Antonio Montero recibirá el merecido homenaje por una vida ejemplar dedicada a la Iglesia. El cariño que le profesan quienes convivieron con él durante su paso por Sevilla avala una trayectoria que, sin duda, sigue dando frutos.

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