Cuando hablamos con el actual párroco de San Roque, Ramón Valdivia, intuimos que es una persona que ha sabido percibir a la perfección el paso de Dios en su vida. Si bien, no siempre en el momento presente, sino echando la vista atrás y viendo como Éste le ha ido dejado ‘migas de pan’ desde su concepción hasta el día de hoy.
No en vano, explica, “a los pocos días de mi nacimiento, tras el Bautismo, me puse muy enfermo y mi madre me ofreció al Señor”. Este fue el primer capítulo de una historia de amor entre Dios y Ramón que dura hasta el día de hoy, y que lo ha conducido desde una adolescencia algo convulsa hasta ser nombrado recientemente canónigo de la Catedral hispalense.
Orígenes
Ramón Valdivia procede de una familia religiosa y practicante, pero reconoce que, “tras unos años de adolescencia un poco complejos, percibí que la invitación de Dios a formar parte de su Familia era una cuestión personal e ineludible”.
Esta llamada individual, sin embargo, Ramón la sitúa mucho antes de esos años de juventud, cuando haciendo el Camino de Santiago con un grupo de Scout de Europa, “me encontré con el Señor, que me señalaba el sacerdocio como un horizonte vital que me llenó de ilusión. Tras esa peregrinación, el Señor me puso a personas excepcionales para cuidar la vocación que Él había sembrado en mi corazón”.
De estas personas destaca a d. Juan del Río, el que fuera director del Servicio de Asistencia Religiosa de la Universidad de Sevilla (SARUS) y, más tarde, Arzobispo castrense: “Con su capacidad de discernimiento puso los cimientos de mi formación sacerdotal a través del descubrimiento de la Liturgia de las Horas, la celebración de la Eucaristía diaria, el estudio serio y sereno y la implicación en la Pastoral Universitaria”.
Igualmente, no olvida a d. Javier Guajardo-Fajardo, “quien me presentó la vida del movimiento católico Comunión y Liberación, al que pertenecí muchos años. No podría comprender mi vocación sin sacerdotes cruciales como d. Javier Prades y otros de este movimiento en quienes veía la pasión por la Evangelización”.
“El silencio de Nazareth”
Esta ferviente actividad durante su vida universitaria, gracias especialmente al SARUS y al movimiento Comunión y Liberación, despertaron cierta expectación entre sus familiares y amigos porque “pasé de ser una persona demasiado pasiva a tener una fiebre de vida que conjugaba el estudio, los amigos y la vida cristiana con una alegría desbordante”. Pero tras este desbordamiento llegó “el silencio de Nazareth” durante su etapa en el Seminario. Al respecto, señala Ramón, “la vida oculta del Señor es apasionante y no muchas veces se comprende desde la perspectiva del silencio y la obediencia que marcaron la existencia de Jesucristo”.
De este periodo de formación también recalca “la libertad y responsabilidad” que le otorgaban los formadores, así como el testimonio de sus compañeros que “fueron decisivos en este camino”.
Ahora, tras 18 años como sacerdote, tiene un consejo para los seminaristas: “El enemigo es la imaginación. El peligro para la vida espiritual del seminarista es imaginarse cómo será su vida como sacerdote. Por eso, creo que lo más importante es vivir la realidad de cada día deseando que se cumpla la voluntad de Dios en nosotros”. En esta línea, insiste en que el Seminario “no puede ser simplemente una residencia de estudiantes, sino que es una escuela de vida cristiana privilegiada por la convivencia con el Señor y con quienes, al recibir la llamada, deciden seguirlo”.
Su servicio pastoral
Durante estas casi dos décadas de ministerio, Ramón Valdivia tiene palabras de agradecimiento para todos sus destinos pastorales.
En primer lugar, se refiere a su servicio diaconal en la Parroquia del Divino Salvador, de Dos Hermanas, como “una experiencia maravillosa que fraguó el contacto con el mundo de los más sencillos. Aquella realidad disipó lenta pero hondamente la imagen falsa que me había creado del servicio parroquial”.
Más tarde, en la Parroquia de Ntra. Sra. de Valme subraya su atención en el confesionario y en las catequesis, también con los jóvenes de la parroquia y con su servicio en el Hospital del Tomillar a enfermos “que estaban muy cerca de su meta”.
Finalmente, tras un periodo de estudio en Roma, tuvo su primer destino como párroco de María de la Asunción, en Mairena del Alcor, donde encontró “una parroquia madura y con mucha labor”.
Finalmente, en 2015 fue nombrado párroco de San Roque, en Sevilla, una comunidad que describe como “madura, con instituciones eclesiales muy consolidadas y con un laicado muy formado, respetuoso y consciente de su misión”.
Roma y el conocimiento de la verdad
La Mano de Dios está presente en la vida de Ramón constantemente. Así, al menos, lo siente él cuando narra cada uno de los acontecimientos que han ido marcando su vocación y su ministerio sacerdotal.
Concretamente, cuando habla de sus estudios en Roma, apunta que “coincidió con un periodo verdaderamente excepcional en la vida de la Iglesia. Los últimos días ‘martiriales’ del Santo Papa Juan Pablo II fortalecieron mi carácter para responder con generosidad el estudio que se me pidió expresamente”. Asegura que, en un primer momento, “no estaba dispuesto a estudiar Filosofía, no comprendía aquella decisión que percibía como arbitraria y sin lógica alguna”, pero “la aspereza de aquellos primeros meses se limó con la ternura de la entrega de un Papa muy anciano que, en el Año de la Eucaristía, se arrodillaba con fe ante la Presencia del Santísimo. ¿Cómo no responder de la misma forma? Para colmo, la Providencia tenía preparado el regalo del pontificado de Benedicto XVI, que me llenó de inmensa alegría”.
De esta etapa sobresale también su estudio sobre Fray Bartolomé de las Casas, una figura de la que “procuro resaltar los elementos que hacen de él una aportación original y temprana de la concepción de lo que significa la Justicia, la Humanidad y el Derecho en el origen de nuestra modernidad. No creo hacer un mero trabajo arqueológico, sino demostrar cómo la influencia del Evangelio permite ofrecer los cauces de la nueva humanidad cristiana”.
Desde que volvió de Roma, no obstante, no se ha desligado del ambiente académico, más bien lo contrario, pues el Arzobispo de Sevilla lo nombró director del Centro de Estudios Teológicos (actual Facultad de Teología): “Jamás pensé en un servicio como este, y francamente, hubiera sido absolutamente imposible realizarlo sin la ayuda del actual decano-presidente Manuel Palma ni la eficacia de gestión de Carlos Manuel González”.
Precisamente a través del CET –primero- y de la Facultad de Teología –ahora-, la Archidiócesis hispalense promueve la formación permanente del clero y del laicado. Una cuestión fundamental, según Ramón, porque “el conocimiento de la verdad es un camino e interrumpirlo supone dejar la actitud de seguimiento por otra de afirmación personal”.
La “gracia inmerecida” de ser canónigo de la Catedral
Finalmente, entre los hitos recientes en su vida, es destacable cómo el pasado mes de junio Ramón Valdivia fue nombrado canónigo de la Catedral junto a una docena de sacerdotes diocesanos. En palabras de este presbítero, “pertenecer al Cabildo Catedral de Sevilla más que un honor, que supondría haber hecho algo para merecerlo, es un privilegio, una gracia inmerecida, no solo por la tradición que arrastra de excelentes sacerdotes que lo compone y de los que me precedieron, sino porque supone un compromiso más reforzado aún con el ministerio de la oración del sacerdote”.
En este sentido, argumenta que “dedicar las horas centrales de la mañana a rezar supondría, aparentemente, una pérdida de tiempo en nuestra frenética vida. Sin embargo, considero que es esencial e impresionante ver cómo cada mañana de domingo a domingo, se reúnen varios sacerdotes para el servicio divino. Quizá –concluye- lo que más necesite nuestro mundo tan seco sea precisamente el fruto incontrolable y poderoso de la oración de los sacerdotes”.