Huellas de la pandemia en nuestras vidas: entrevista a Valentín Rodil, experto en el duelo

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Huellas de la pandemia en nuestras vidas: entrevista a Valentín Rodil, experto en el duelo

“Huellas de la pandemia en nuestras vidas”, es el título de la ponencia que Valentín Rodil, psicólogo, máster en counselling y duelo y miembro de la Unidad Móvil de Intervención San Camilo, impartirá en las IX Jornadas Andaluzas de Humanización de la Salud, que se celebrarán el 26 de mayo en el Salón de Actos de la ciudad sanitaria Virgen del Rocío.

La pregunta obligada. ¿Cuáles son las huellas o secuelas más evidentes que ha dejado en nuestras vidas la pandemia?

Cuando elegimos hablar de huellas de la pandemia en nuestras vidas lo hacemos para poder conjugar dos formas diferentes. Por un lado, la que deja el sufrimiento en tanto que secuela o cicatriz y, por tanto, de lo que nos queda tras el tsunami de lo vivido en este tiempo. Por otra parte, las huellas permiten recorrer un camino, marcan los puntos por los que alguien ha pasado.  Son el rastro que dejamos cuando pasamos por un camino o las que deja una presa de caza. En la playa o el desierto, las huellas se ven fácilmente, pero otras veces las huellas no son precisamente evidentes, sino que necesitan de atención, de mirada entrenada o quizás de la mirada de muchos.

Huellas no evidentes, por ejemplo…

Huellas no evidentes y mezcladas son la falta de confianza en el mundo adulto y en lo institucional. Los negacionismos de cualquier índole también. Un individualismo poscrisis que se ejemplifica incluso en el tratamiento de la enfermedad actual que requiere de autodiagnóstico y autotratamiento incluso de autocuarentena y que tiene la ventaja de hacernos responsables, y la cruz de una enfermedad vivida en soledad hoy día.

¿Cómo se abordan las huellas de la pandemia? No es lo mismo la muerte de una familiar que una aprensión por miedo al contagio. ¿Cuál es el abordaje a nivel psicológico?

Hay que prestar atención al rastro y, por tanto, lo primero es escuchar el relato para poder favorecer una narrativa personalizada y apropiada. Si lo que hemos vivido es una pesadilla, lo que corresponde es contarla para poder conocer esos vestigios en nosotros.  El abordaje psicológico pide por tanto narrativa comprensiva para poder entender nuestras reacciones actuales, una educación en las emociones, las vigilias adaptativas de nuestra salud mental que nos enseñen a amigarnos con ellas, es decir, un proceso de autocomprensión que permita insertar el trauma en el conjunto de la vida.

¿De alguna forma nos ha dejado ‘tocados’?

En términos psicológicos lo que hemos vivido es un trauma con todos los componentes de imprevisibilidad, de sensaciones e imágenes aversivas, de estado de alarma interno que deja el cerebro en alerta continua, generando un desgaste por estrés. Aunque no se abordan las secuelas de la misma, toda forma de acompañamiento psicológico tiene algunas claves comunes. En los humanos es importante comprender el significado de lo que se sufre o se vive y aún más importante es entender que todo lo que hacemos es un intento de adaptarnos. Esto es lo que llamamos resignificar un síntoma.

Volviendo al duelo, ¿cómo es el acompañamiento a largo plazo? ¿Cómo se vertebra?

Todo acompañamiento en duelo necesita que conozcamos y comprendamos el mapa del duelo. Necesitamos entender que un proceso de duelo transita por una serie de aceptaciones y adaptaciones que no son sencillas. El duelo lo vive una persona en primera persona y necesita que el acompañante sepa leer y escuchar por dónde va la persona, necesita que sepa hacerse una especie de boya en una travesía.

¿En qué momento de este duelo nos encontraríamos?

En un resumen metafórico rápido: La pérdida es un tsunami que arrasa la casa de nuestras vidas en las que nos encontrábamos a gusto y felices. Podemos distinguir diferentes momentos a la hora de afrontar esta pérdida: un momento de tomar conciencia de la casa en ruinas, un momento de salir de ella, otro de meternos en el agua helada del dolor y el sufrimiento y otro de vivir y encauzar los vientos emocionales que nos vienen, un momento de una navegación o travesía tranquila en la que nos preguntamos cómo vamos a vivir ahora y un salir del agua y llegar a otra orilla para construir otra casa en la que colocaremos algo de lo que hemos perdido pero no de la misma forma.

¿Cuál es entonces la misión del acompañante?

El acompañante conoce el mapa, lee el mapa, pero no obliga a seguirlo, aunque sí está atento a los atascos relacionados con la negación de la realidad, la culpa recurrente, los elementos de trauma atascados, la falta de apoyo social y la rabia consecuente, las dificultades para rehacer la vida por no saber cómo vivir roles nuevos y la dificultad para recuperar los recuerdos sin que estos nos maten de dolor.

Este año, el lema de la Pascua del Enfermo es «Acompañar en el sufrimiento». ¿Cómo viven esa presencia y cercanía desde el Centro San Camilo?

El Centro San Camilo vive la cercanía al que sufre a través de todos los niveles de atención que hemos decidido cubrir.  Acompañar es un verbo muy de San Camilo y hay que entenderlo con toda la dimensión integral que se contiene en él. Hablamos de hacernos cercanos al que sufre, pero no es solo hacer compañía es comprometerse con un proceso de apropiación de la enfermedad, de sanación de los sanable, de cambiar lo cambiable y de aceptar lo que no puede ser de otra manera. Acompañar en la vida y hasta la muerte supone ser testigos de resurrección porque vemos vidas que emergen tras estar hundidas para vivir una existencia nueva no siempre muy dichosa pero sí transformada. Acompañamos con la conciencia de que el resucitado no es un vivo 2.0, sino que porta las cicatrices y las secuelas y, por eso en la pandemia hablamos de huellas y no queremos olvidarlas como un mal sueño, sino que las queremos asumir como parte de un camino, aunque no sea fácil ni agradable.

 

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