Homilía de Monseñor José Ángel Saiz Meneses en la Misa Funeral por el eterno descanso de S.S. Francisco. Catedral de Sevilla, 28-04-25
Lecturas: Hech 10, 34-43; Sal 22; Flp 3, 20-4,1; Ev. Jn 21, 15-19
- Nos encontramos reunidos en la Santa Iglesia Catedral para elevar nuestra oración por el descanso eterno del papa Francisco, que ya ha completado su peregrinación a la casa del Padre. Con emoción y tristeza recibimos la noticia de su fallecimiento; con el corazón lleno de esperanza y de profunda gratitud oramos hoy por su descanso eterno y por la Iglesia, que continúa su misión como Sacramento de salvación en medio del mundo. La celebración eucarística renueva en nosotros la certeza de que Jesús ha vencido a la muerte y por su resurrección nos abre las puertas de la vida inmortal. Saludo a todos los hermanos y hermanas presentes en esta celebración: Obispo Auxiliar, sacerdotes concelebrantes, diáconos; miembros de la vida consagrada, fieles laicos; excelentísimas autoridades y representantes de Instituciones.
- El 13 de marzo de 2013 el cardenal Jorge Mario Bergoglio se presentó en el balcón de la logia central de la basílica de San Pedro como el nuevo Papa, y uno de sus primeros gestos, una sencilla inclinación pidiendo la oración del pueblo, fue toda una declaración de intenciones. Desde entonces el mundo ha sido testigo de un pontificado fundamentado en Jesucristo, profundamente humano y cristiano, profético, y marcado por una espiritualidad contagiosa. Su vida ha sido una entrega generosa hasta el final, un testimonio de fe que ha dejado huella en creyentes y no creyentes. Ha recorrido su peregrinación en la tierra con una confianza inquebrantable en Dios, afrontando cada reto de la Iglesia y del mundo con valentía y parresía, con esa libertad del corazón que permite decir la verdad, también cuando resulta incómoda. A través de sus gestos y palabras ha ofrecido un ejemplo de vida sencilla, profunda, siempre exigente, que transmite el ideal de una existencia cristiana auténtica.
- En la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013, promulgó la exhortación apostólica Evangelii gaudium (La alegría del Evangelio), un texto programático en el que desarrollaba el tema del anuncio del Evangelio en el mundo de hoy, invitando a los cristianos a una conversión misionera, a ser “una Iglesia en salida”, capaz de responder a los desafíos del cambio de época que vivimos, capaz de emprender una nueva etapa de evangelización; una invitación a no vivir la fe como una carga, sino como el gozo inmenso que transforma la vida y contagia al mundo. Nos exhortaba a la renovación eclesial, a ser una familia abierta en la que nadie puede sentirse excluido del amor de Dios. Eso explica que haya explorado caminos constantes de diálogo, de escucha, de discernimiento comunitario, que nos urgiera a vivir en comunión, a trabajar en corresponsabilidad y sinodalidad, a caminar juntos como Pueblo de Dios, cada uno desde su vocación y su carisma, respondiendo a la llamada a la santidad en el mundo actual.
- Nos llamaba a una conversión pastoral, a una renovación eclesial que no admitía dilaciones, una reforma para la misión, en camino hacia las periferias geográficas y existenciales, haciendo nuestro el dolor del mundo, especialmente el de los pobres y excluidos. El Papa Francisco vivía profundamente la convicción de que el encuentro con Cristo resucitado no nos deja indiferentes ni tristes, porque quien ha conocido a Cristo está llamado a ser testigo alegre de la Buena Noticia. Esa alegría fue el pulso vital de su ministerio: se transparentaba en su sonrisa, en su cercanía, en su palabra cálida, en su abrazo a los niños, a los enfermos, a los migrantes. Hoy, al recordarlo, sentimos resonar su constante llamada: «¡No dejéis que os roben la alegría! ¡No dejéis que os roben la esperanza!» (EG, 2).
- Con su predecesor Benedicto XVI escribió su primera encíclica, Lumen Fidei, en la que nos recuerda que la fe es luz para el camino, un don gratuito de Dios que ilumina la existencia y nos abre a la verdad y al amor. La fe no es una experiencia privada ni individualista, sino que nace de la escucha y está destinada a convertirse en anuncio, en testimonio, en comunión. En un mundo a menudo marcado por la oscuridad, la incertidumbre y el escepticismo, el papa Francisco nos animó a redescubrir la belleza de la fe, a dejar que la luz de Cristo penetre en todas las dimensiones de la vida, a vivir con humildad y confianza, sabiendo que Dios camina con nosotros. Nos invitó a mirar a Jesús y a dejarnos guiar por el Espíritu Santo, que hace posible confesar al Señor y vivir según su voluntad. La fe, nos decía, no es una herencia muerta, sino una llama viva que se transmite de generación en generación, que se renueva en cada corazón abierto a la gracia. Nos exhortó a ser lámparas encendidas en medio de la noche, portadores de esperanza y de sentido para quienes buscan respuestas y consuelo.
- Como camino privilegiado para construir un mundo más justo, más humano y pacífico, propuso la fraternidad y la amistad social en su encíclica Fratelli Tutti, recordándonos que todos somos hermanos, hijos de un mismo Padre, llamados a superar las barreras del egoísmo, del odio y la indiferencia. Nos exhortó a reconocer y amar a cada persona, más allá de la cercanía física, del origen o del estatus social; nos urgió a sembrar paz, a dialogar, a decir no a la guerra y sí a la inclusión social, a luchar contra la globalización de la indiferencia. El papa Francisco supo leer los signos de los tiempos y vio con claridad que la fraternidad humana y el cuidado de la creación son el único camino hacia el desarrollo integral y la paz. Nos dejó un mensaje de apertura, de ternura, de compasión, enseñándonos que la verdadera grandeza está en hacerse pequeño, en acercarse a los pobres, a los descartados, a los que sufren, en ser artesanos de reconciliación y de justicia.
- También nos recordó en su encíclica Laudato Si’ que la creación es mucho más que la naturaleza: es un don del amor de Dios, un proyecto en el que cada criatura tiene un valor y un significado. Nos invitó a contemplar el mundo como una realidad iluminada por el amor, que nos convoca a una comunión universal; nos advirtió de los peligros de una visión utilitarista y depredadora, que olvida la dignidad de las criaturas y la responsabilidad del hombre como custodio de la casa común. Denunció los males que afligen a la creación y propuso la ecología integral como instrumento de amor y respeto a todos y a todo, llevando un estilo de vida sencillo, solidario, agradecido, capaz de reconocer la belleza y la fragilidad del mundo, y de trabajar por un futuro más sostenible y fraterno.
- El papa Francisco será recordado como un mensajero incansable de paz, un hombre de diálogo, de reconciliación, de apertura a todos los pueblos y culturas. Su voz se alzó en defensa de la dignidad humana, de la justicia social, de la solidaridad con los más débiles y marginados. No dudó en denunciar las guerras, la violencia, el tráfico de armas, la explotación, la corrupción, la desigualdad. Su corazón estuvo siempre con los pobres, los migrantes, los descartados, los que sufren las consecuencias de la indiferencia y del egoísmo. Su legado es un testimonio de fe, de servicio y de compasión por los marginados de la vida. Con su palabra y su ejemplo mostró que la Iglesia no puede ser indiferente ante el dolor del mundo, que está llamada a ser hospital de campaña, casa de puertas abiertas, madre que acoge y acompaña. En Sevilla recordaremos de modo particular su magisterio y conocimiento de la piedad popular, así como su aliento y apoyo en los encuentros que mantuvimos con él para informarle sobre nuestro Congreso de Hermandades y Piedad Popular, y la Procesión de Clausura. Para siempre quedarán grabados en nuestra memoria y en nuestro corazón el afecto y la cercanía de Padre y Pastor con que recibió en audiencia privada hace un año a nuestros seminaristas, y el pasado 8 de febrero a la Comisión Ejecutiva del Congreso de Hermandades en su residencia de santa Marta.
- El papa Francisco ha sido y seguirá siendo un testigo creíble del Evangelio. Su pontificado ha mantenido fijo el rumbo de la Iglesia hacia lo esencial: la misericordia del Dios hecho carne en Cristo Jesús, que es el corazón del Evangelio. Pidamos al Señor que lo acoja en el gozo eterno y nos conceda la gracia de continuar su obra. Que María santísima, Madre de la Iglesia, a quien tanto amó y confió su ministerio, interceda por él y por nosotros, para que, guiados por la luz de la fe, vivamos con alegría el Evangelio, trabajemos por la fraternidad y cuidemos con esmero la casa común. Descanse en paz. Así sea.
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