Homilía de Monseñor José Ángel Saiz Meneses en la Catedral de Santa María de la Sede, Sevilla. 24 de diciembre de 2025. Lecturas: Is. 9, 1-3. 5-6; Salmo 95, 11-3.11-13; Tit. 2, 11-14; Lc 2, 1-14.
Queridos hermanos y hermanas que participáis en esta celebración: ¡Santa y Feliz Navidad! Cabildo de la Catedral, sacerdotes concelebrantes, diáconos, miembros de la vida consagrada y del laicado; también los que participáis a través del canal YouTube de la Catedral. “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande” (Is 9,1). Esta proclamación del profeta Isaías resuena de nuevo en esta noche santa. En medio de las oscuridades de la historia, Dios hace brillar una luz que no se apaga y que vence toda sombra: Jesucristo, el Hijo eterno del Padre, nacido de María Virgen en Belén de Judá. Esta es la noche en la que se cumple la esperanza de Israel y la humanidad entera reconoce que Dios ha venido a nosotros.
La liturgia de la Misa del Gallo nos invita a contemplar el misterio con la mirada humilde de los pastores y con el corazón fiel de María y José. Los textos bíblicos que hemos escuchado convergen en un mismo anuncio: ha aparecido la luz, ha brillado la gracia, ha nacido el Salvador. El profeta Isaías habla a un pueblo sometido por el peso de la incertidumbre, amenazado por invasiones y marcado por el pecado. Y en medio de esa situación, anuncia un tiempo nuevo: “Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado” (Is 9,5). Este Niño es el Mesías, el Enviado, “Dios fuerte, Padre perpetuo, Príncipe de la paz”.
A lo largo del año 2025 hemos sido testigos de muchas sombras: tensiones sociales, conflictos bélicos, heridas abiertas en diversos lugares del mundo, especialmente donde el odio y la violencia parecen tener la última palabra. Sin embargo, esta noche santa escuchamos de nuevo una verdad que sostiene nuestra esperanza: la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la ha vencido (cf. Jn 1,5). En la segunda lectura, san Pablo proclama que “ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres” (Tit 2,11). Aquel Niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre es la manifestación de esa gracia salvadora. No es una idea abstracta, no es un sentimiento, no es un mito: es una Persona viva, cercana, que entra en nuestra historia para transformarla desde dentro.
San Lucas nos ofrece en su evangelio la profundidad de la Encarnación. María da a luz a su Hijo primogénito en Belén, y allí, en el marco sencillo de un establo, entre silencio, pobreza y adoración, Dios se hace Niño. La señal para los pastores es un signo sorprendente: no la gloria del poder, sino la pequeñez de la ternura. Dios elige la pobreza para revelarse, elige lo humilde para confundir la soberbia, elige el silencio para hablar al corazón. El anuncio de los ángels se dirige a pastores, hombres sencillos de aquel tiempo. Y el mensaje es directo y universal: “Os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor” (Lc 2,10-11). Tres títulos que resumen la identidad de Jesús: Salvador, porque nos libera del pecado y de la muerte; Mesías, porque cumple las promesas del Padre; Señor, porque es Dios verdadero. A continuación, se une el coro celestial: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lc 2,14). He aquí la síntesis del misterio: gloria y paz; alabanza y reconciliación; adoración y fraternidad.
La Navidad no es un recuerdo sentimental del pasado; es un acontecimiento presente que renueva la vida del creyente y lo introduce en la dinámica del amor redentor de Cristo. Cada año, al acercarnos a este misterio, somos invitados a dejar que la luz penetre en nuestras oscuridades, para que todo en nuestra vida sea transformado por Él. Por eso, esta noche el Señor nos pide abrir el corazón: a la fe, a la esperanza y al amor. Nos llama a vivir la reconciliación en la familia, en el ambiente laboral, en la comunidad cristiana. Nos invita a renovar el perdón y la misericordia. Nos urge a poner en el centro a los pobres, a los que sufren, a los enfermos y a quienes más necesitan una palabra de consuelo.
Celebramos esta Navidad dentro del Año Jubilar 2025 que está llegando a su conclusión. Un año de gracia en el que toda la Iglesia ha sido invitada a “peregrinar en la esperanza”. En este contexto jubilar, la Navidad recibe una significación particular: Cristo, que “ha aparecido para todos los hombres” (Tit 2,11), es la verdadera Puerta Santa por la que entramos en el misterio de la salvación. Él es la puerta del redil, la puerta de la misericordia, la puerta que nos conduce al Padre.
Nuestra Iglesia diocesana ha vivido intensamente este Año Jubilar. Damos gracias a Dios por tantos acontecimientos de gracia que han tenido lugar: las peregrinaciones a Roma, las celebraciones jubilares en la Catedral y en los otros templos jubilares, los encuentros diocesanos; la Misión en numerosos pueblos y barrios, especialmente la Misión de la Esperanza, que ha dejado una profunda huella evangelizadora; y las constantes iniciativas de formación, oración, de caridad, de adoración y misión, que han impulsado a tantos fieles a renovar su vida espiritual y su compromiso apostólico. Todo ello ha sido posible gracias al trabajo de sacerdotes, diáconos, seminaristas, religiosos y religiosas, laicas y laicos comprometidos, hermandades, movimientos, delegaciones y servicios pastorales. El Señor ha estado grande con nosotros, y esta noche santa es una ocasión privilegiada para agradecerlo.
No podemos contemplar el misterio del nacimiento del Señor sin mirar a la Sagrada Familia. María, con su fe sin reservas, nos enseña a acoger la Palabra de Dios con docilidad. Ella es la primera creyente, la mujer del “sí”, la Madre del Redentor. José, por su parte, es el custodio fiel, el hombre justo que cumple la voluntad de Dios en silencio y obediencia. Los dos nos muestran el camino para vivir nuestra vocación cristiana escuchando a Dios, también cuando no lo entendemos todo; confiando en Él, incluso en medio de las dificultades; sirviendo al prójimo, especialmente a los más pobres; protegiendo la vida, desde su concepción hasta su final natural; viviendo en familia la fe, sabiendo que la familia es la primera escuela del amor y la fraternidad.
La Navidad no termina en la belleza de la liturgia ni en los cantos de esta noche. La Navidad pide una respuesta. Dios se nos da para que nosotros también nos demos a los demás. Este año 2025 nos ha impulsado a salir, a anunciar, a celebrar, a servir. Hemos renovado nuestro deseo de vivir una Iglesia en salida, como insistió el Papa Francisco, una Iglesia que se deja mover por la misericordia y la esperanza. Por eso, la Navidad es también una misión: anunciar la alegría del Evangelio, llevar la luz allí donde hay oscuridad, sembrar reconciliación donde existe división, ofrecer amistad donde reina la soledad. La paz, que los ángeles proclaman esta noche, es un don y una tarea. Es un don que recibimos del Niño Dios, y una tarea que realizamos como discípulos suyos. Que en esta Noche Santa renovemos nuestro compromiso en la construcción de la paz, en nuestras familias, en nuestras comunidades, en nuestra ciudad, en nuestro país y en el mundo entero. La paz, por la que tanto clama el Papa León, especialmente ahora, en Navidad.
Queridos hermanos y hermanas, como los pastores, también nosotros vayamos a Belén. Vayamos con fe, con humildad, con actitud de adoración. Acerquémonos al pesebre interior de nuestro corazón para acoger al Señor. Dejemos que ilumine nuestras vidas, que cure nuestras heridas, que fortalezca nuestras debilidades. Dejemos que Él sea realmente el centro de nuestra Navidad. Contemplando a Cristo Niño, renovemos nuestra esperanza. Él es la gracia que ha aparecido, la luz que brilla, la paz que se da. En Él Dios se hace cercano para siempre. Pidamos a la Virgen María, Madre del Dios encarnado, y a san José, custodio del Redentor, que nos acompañen en este tiempo santo. Que nos preparen para concluir con fruto el Año Jubilar y para comenzar un nuevo año abiertos a la gracia, a la misión y a la esperanza que viene de Cristo. “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lc 2,14). Santa y Feliz Navidad.
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