Queridos sacerdotes concelebrantes, diáconos; Madre General, Consejo, y Hermanas de la Compañía de la Cruz; familiares y amigos presentes; especialmente las Hermanas que en esta celebración hacéis la Profesión Perpetua, entregando vuestra vida definitivamente al Señor.
Nos reunimos en esta Casa Madre, en la que la gracia de Dios ha obrado con fuerza desde los días de Santa Ángela de la Cruz, y donde tantas generaciones de hermanas han ofrecido su vida “por amor de Dios y de los pobres”. Hoy es un día de alegría grande para la Iglesia, para vuestra familia religiosa y para toda la Archidiócesis de Sevilla, porque seis hermanas harán su Profesión Perpetua. No se trata de un rito más, sino de un misterio de consagración profunda, un acto de fe, de amor y entrega total. La Iglesia reconoce y bendice esta ofrenda, y hoy nos alegra acompañaros con la oración, la solemnidad y el afecto.
La primera lectura nos ha introducido en el corazón del misterio: la consagración religiosa es una historia de amor entre Dios y la persona consagrada. “Grábame como sello en tu corazón, grábame como sello en tu brazo” (Cant 8,6). Es un amor exclusivo, estable, definitivo. Un amor que imprime un sello interior, que da identidad. No se trata de un sentimiento pasajero, sino de un amor más fuerte que la muerte. Vuestra Profesión Perpetua es la respuesta a ese amor que os llamó, es la respuesta a la voz suave, insistente, misericordiosa del Señor Jesús, que un día os dijo: “Ven y sígueme”. El Cantar de los cantares es un canto nupcial: hoy la Iglesia contempla cómo Cristo graba su nombre en vuestro corazón, como sello definitivo. Y vosotras grabáis también vuestro nombre en el suyo, para siempre.
El Salmo 39 nos ofrece la expresión más pura de la consagración: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. En vuestra vida religiosa, esta voluntad de Dios se concreta en el servicio humilde, en la obediencia confiada, en la disponibilidad total, en la pobreza radical, en la entrega silenciosa. La espiritualidad de la Compañía es profundamente evangélica: Dios en el centro, los pobres en el corazón, la Cruz como escuela, la humildad como camino. El salmista dice también: “No has querido sacrificios ni ofrendas… entonces yo dije: Aquí estoy”. A Dios no le interesan los sacrificios vacíos, sino el corazón. Y vosotras habéis puesto vuestra vida a disposición del Señor. No basta con decirlo, hay que llevarlo a cabo. Y vosotras os comprometéis hoy a hacerlo para siempre.
San Pablo nos ha recordado que la lógica de Dios no es la del mundo. “Dios ha escogido lo débil del mundo para confundir a lo fuerte… lo despreciado, lo que no cuenta”. La consagración religiosa según el espíritu de Santa Ángela es una encarnación viva de esta palabra. Sor Ángela buscó siempre “lo pequeño”, lo escondido, lo que el mundo no suele valorar. Ese espíritu es el que hoy abrazáis definitivamente: ser pequeñas, ser servidoras, ser pobres entre los pobres, para mitigar la miseria, no sólo la pobreza material, sino la soledad, el abandono, la tristeza, la falta de esperanza. Vosotras hacéis profesión en una época en que se valora la eficiencia, el éxito, la imagen, el reconocimiento. Por eso vuestro “sí para siempre” es un signo profético, decidiendo caminar por el sendero del Evangelio puro, sin maquillaje, sin adornos, sin protagonismos; siguiendo a Cristo pobre y humilde.
El Evangelio nos regala una de las palabras más consoladoras de Jesús: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados… Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”. Aquí está la clave de vuestra vida: humildad y mansedumbre. Jesús no es un Maestro que impone, sino que acompaña; no exige sin antes sostener; no llama sin antes capacitar. Vuestro carisma es un reflejo perfecto de esta página evangélica. Santa Ángela aprendió de Cristo la mansedumbre que cura, la humildad que sostiene, la caridad que dignifica. Por eso fundó una Compañía que vive en el corazón del pueblo, compartiendo sus dolores y esperanzas, buscando en los pobres el rostro sufriente de Cristo. En vuestras manos se sostienen ancianos, enfermos, niños, familias agotadas; en vuestros pasos se camina hacia los patios, las casas, los barrios donde la vida duele; en vuestro silencio se levanta la súplica de la Iglesia. Y en vuestra pobreza se revela el Evangelio que libera.
La Oración de Bendición del Ritual de Profesión Religiosa dice en uno de sus pasajes: “Padre santo, creador del mundo… mira a estas hijas tuyas, que desean consagrarte toda su vida. Dales un corazón indiviso, para que te pertenezcan para siempre”. La Iglesia pide para vosotras un corazón indiviso, un corazón que no se disperse entre mil centros de interés, sino que se entregue en totalidad al único Señor. Esa es la verdadera libertad: pertenecer del todo a Dios. Y la misma oración ruega: “Que perseveren fielmente en tu amor y sirvan con generosidad a sus hermanos”. La vida consagrada no es intimismo espiritual, sino servicio generoso y concreto. Por eso santa Ángela y el P. Torres recalcan que en los pobres se encuentra a Dios, y que la mejor teología es la caridad, porque donde hay amor verdadero, allí está Dios. Hoy la Iglesia pide que perseveréis en ese amor, que no os canséis nunca de servir, que Él sea vuestra fuerza y vuestra alegría.
La Compañía de la Cruz nació para vivir el Evangelio con radicalidad, y vosotras, queridas hermanas, hacéis los votos en una familia que vive la pobreza no como teoría, sino como estilo de vida, que entiende la obediencia como un acto continuo de fe, que abraza la castidad como amor indiviso a Cristo, que hace del servicio humilde su camino cotidiano. El mundo de hoy necesita este testimonio. La pobreza evangélica es luz, el servicio es sanación, la humildad es verdad. Por eso vuestra Profesión Perpetua es un signo de esperanza en una sociedad marcada por la autosuficiencia, el individualismo y la comodidad.
La Archidiócesis de Sevilla contempla esta Profesión Perpetua con inmenso agradecimiento. Las Hermanas de la Cruz sois una presencia imprescindible en nuestra Iglesia: sois cercanía, sois consuelo, sois fe convertida en obras. Vuestra vida callada sostiene a muchos más de los que imagináis. La profesión de seis hermanas es una gracia que enriquece a todo el pueblo de Dios. Es una respuesta a tantos que buscan el sentido de la vida, un anuncio de que Dios sigue llamando, una semilla de evangelización, una caricia del cielo en la tierra. En este Año Jubilar que estamos concluyendo, vuestro “sí” se convierte en testimonio de esperanza. La Iglesia necesita hombres y mujeres consagrados que digan con la vida que Dios basta, que Dios es fiel, que la caridad es más fuerte que el egoísmo, que el amor es más fuerte que la muerte.
Queridas hermanas: hoy Cristo os toma de la mano para siempre. No tengáis miedo. La Compañía os abraza como madre, la Iglesia os acompaña, el Señor camina con vosotras. Que Santa Ángela os inspire siempre. Que su espíritu de humildad, sacrificio y alegría sea vuestra guía. Que el beato José Torres Padilla os enseñe a vivir en la presencia de Dios, en la paz interior, en la caridad ardiente. Y que María santísima os proteja cada día y os mantenga fieles hasta la eternidad. Pedimos al Señor que bendiga vuestra vida, vuestra entrega, vuestra consagración. Que vuestro “sí” sea fecundo, alegre y perseverante. Y que, viviendo pobres y para los pobres, transparentéis siempre el rostro luminoso de Jesucristo, manso y humilde de corazón. Así sea.
Mons. José Ángel Saiz Meneses, arzobispo de Sevilla
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