Creemos que los documentos antiguos recogen un pasado lejano que nada tiene que ver con nosotros. Sin embargo, la Historia forma parte de nuestras vidas más de lo que creemos, porque esos documentos son testimonios o fundamentos de lo sucedido a lo largo del tiempo y, por tanto, explican nuestro presente.
Una muestra la tenemos en los dos ejemplos siguientes, relacionados entre sí y vinculados a la Corona española y a la Catedral hispalense. A partir de ellos se iniciaron tradiciones que, siglos después, seguimos celebrando.
El primero nos remonta al 30 de diciembre de 1254 cuando, desde Burgos, Alfonso X por carta plomada en pergamino, conservada en el Archivo catedralicio, dotaba al Cabildo para celebrar el día de San Clemente (23 de noviembre), favoreciendo a la Catedral, por honra del “rey Don Fernando mio padre, que yace hi enterrado e por su alma, e por remisión de mios pecados”. Esta doble mención no es casual, porque en tal fecha el rey santo recuperó Sevilla para la cristiandad y su hijo, el rey sabio, celebraba su natalicio. Al parecer, en 1260 el propio Alfonso presidió ese día portando la espada de su padre y, desde entonces, se mantiene la que se cree es la procesión más antigua en Sevilla. Otros monarcas, asistentes y alcaldes han llevado, y llevan, la Lobera. Según cuenta Espinosa de los Monteros en 1627 “el día de S. Clemente se saca en solemnissima procesión por cima de las gradas, llevándola el Asistente levantada en alto por la punta, con un tafetán carmesí”. Salvo el año pasado, esta tradición de las gradas ha caído en desuso. Actualmente, tras la veneración del cuerpo de san Fernando y el rezo de coro, el deán, junto a los cabildos catedralicio y municipal, recorre el interior del templo, portando un concejal el pendón fernandino. Concluye con una misa solemne.
Casi cinco siglos después, Felipe V firmaba otro singular documento, una Real Cédula en papel, custodiada en el Archivo de la Capilla Real y fechada en 30 de junio de 1730 en Cazalla de la Sierra, cuando esta villa sevillana se convirtió por unos meses en Corte de España. Era su respuesta a una petición de los capellanes reales de abrir el frente de la nueva urna de san Fernando, para veneración de los fieles, tres veces al año: el 30 de mayo, día de su muerte; el 22 de agosto, último día de la octava de la Virgen de los Reyes, y el 23 de noviembre. Felipe V no sólo aprobó tal petición, sino que añadió otra fecha con un valor singular para él, el 14 de mayo, porque un año antes en tal día él presidió, como se recoge en el conocido grabado de Pedro Tortolero, una procesión solemne en torno a la catedral para festejar el traslado del cuerpo del santo rey a la urna de plata y cristal que todos conocemos, diseñada por Juan Laureano de Pina. Pues bien, hoy día se sigue cumpliendo anualmente tal mandato en esas cuatro fechas en la Capilla Real, siendo custodiado su patrono desde 1876 por una guardia de honor formada por tropas del Arma de Ingenieros de Sevilla.
Por tanto, cuando recemos ante nuestro santo patrón este próximo 22 de agosto, o los otros tres días mencionados, y asistamos a la procesión del 23 de noviembre, sintámonos unidos a tantas generaciones de sevillanos que le han manifestado su devoción y reconocimiento, con un lazo que se estrecha aún más al saber el origen de estas hermosas tradiciones.
Nuria Casquete de Prado, directora gerente de la Institución Colombina
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