Testigos de Cristo en el mundo

Quinta catequesis cuaresmal del Arzobispo de Sevilla, el 16 de marzo de 2012.

Después de hablar de la conversión en la primera catequesis, de la fe en la segunda, de la persona de Jesucristo en la tercera, y de la Iglesia en la cuarta, nos corresponde hoy hablar del testimonio y de la dimensión misionera de nuestra fe. «Testigos de Cristo en el mundo» es el título de esta quinta catequesis. Y lo primero que constatamos al abordar este tema es que el mundo occidental, incluyendo a España, se ha convertido en una verdadera tierra de misión. España, país de hondas raíces cristianas, en las últimas décadas se ha ido descristianizando progresivamente. Muchos conciudadanos nuestros han abandonado la fe o la práctica religiosa, mientras otros muchos viven un cristianismo sociológico, anclado en los aspectos tradicionales, folclóricos, culturales o costumbristas, que después tienen escasas repercusiones en su vida diaria.

Como nos dijera el Papa Benedicto XVI, en Occidente estamos alumbrando un mundo autosuficiente y orgulloso de sus avances técnicos, un mundo que se está construyendo sin Dios y sin Cristo, considerando al hombre como el centro y medida de todas las cosas, entronizándolo falsamente en el lugar de Dios. Para una parte notable de la cultura occidental, la sumisión a Dios entraña una alienación intolerable. Por ello, la cultura actual ha renunciado a la adoración y reconocimiento de la soberanía de Dios y, como consecuencia, ha perdido el sentido del pecado y de los valores permanentes y fundantes. «Pero –como afirma el Papa en su mensaje para las JMJ- la experiencia enseña que el mundo sin Dios se convierte en un «infierno», donde prevalece el egoísmo, las divisiones en las familias, el odio entre las personas y los pueblos, la falta de amor, alegría y esperanza». Sin Cristo, como decíamos anteayer, nuestro mundo carece de futuro.

Por todo ello, el Papa Juan Pablo II en 1983 desde Haití, convocó a la Iglesia a una Nueva Evagelización, nueva en su ardor, en sus métodos y en sus expresiones, invitación de nos ha reiterado repetidamente en estos años Benedicto XVI, ultimamente convocando el Año de la Fe, uno de cuyos aspectos es la Nueva Evangelización. La evangelización es la primera urgencia pastoral de la Iglesia, pues nada necesita nuestro mundo con más urgencia que a Jesucristo. En nuestro mundo son muchos los hombres y mujeres que padecen una tremenda ceguera espiritual, que necesitan el milagro de la fe, que necesitan esperanza, que necesitan, sobre todo, a Cristo, luz, camino, verdad y vida de los hombres. Y nosotros estamos llamados a ser luz para tantos ciegos que no han conocido el esplendor de Cristo; y a ser cayado de tantos cojos, que no tienen quien les sostenga y dirija en el camino de la vida.

El Nuevo Testamento nos conservan las últimas palabras de Jesús antes de subir al cielo el día de la Ascensión. Ellas contienen su último deseo, su último mandato para los Apóstoles y para todos nosotros. Nos las transmiten San Mateo al final de su Evangelio y San Lucas en el libro de los Hechos. En el primer texto nos dice Jesús: «Id y enseñad a todas las gentes, bautizandolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu santo, enseñándoles a guardar cuanto yo os he mandado» (Mt 28,19-20). En el segundo nos dice el Señor: «Sereis mis testigos en Jerussalén, en Judea, Galilea y hasta los confines de la tierra» (Hech 1,8). Estas palabras, que contienen el mandato misionero de Jesús, la llamada a la evangelización, no están dirigidas solamente a los Apóstoles y sus sucesores, los Obispos y los sacerdotes, sino que es un encargo y una gracia para todos los bautizados. No se puede vivir la fe en Cristo sin dar testimonio de ella. Este mandato misionero está dirigido también a vosotros, queridos hermanos y hermanas. La Nueva Evangelización no se podrá hacer sin vosotros, los laicos, como reconociera el Papa Juan Pablo II pocos meses antes de su muerte. En el bautismo fuistéis injertados en Cristo, sacerdote, profeta y rey; y en la confirmación recibistéis la fuerza del Espiritu Santo, que os habilitó y destinó a ser testigos de Jesucristo muerto y resucitado, a ser apostóles y evangelizadores.

Como San Francisco Javier, que habiendo escuchado la invitación de Jesús a seguirle, deja su patria para predicar a Jesucristo en lejanos países; como San Juan de Ávila, que recorre sin descanso las tierras de Andalucía, predicando la conversión y la reforma de costumbres; como el Beato Juan Pablo II, que recorrió el mundo entero anunciando a Jesucristo y su Evangelio como servidor de la alegria y de la esperanza, también nosotros somos destinatarios del mandato misionero de Jesús. Como a los Apostoles, Jesús nos transmite su misión y nos hace heraldos de la Buena Noticia del amor de Dios por la humanidad. Nos encomienda enseñar lo que nosotros hemos aprendido, divulgar lo que a nosotros nos ha acontecido, que en nuestro encuentro con Jesús, Él nos ha devuelto la luz, la vida y la esperanza. Como los discípulos de Jesús después de Pentecostés, que llenos de entusiasmo misionero recorren el mundo entonces conocido anunciando a Jesucristo muerto y resucitado para nuestra salvación, hemos de acercarnos a tantos hermanos nuestros, que viven anclados en la angustia, la frustración y la desesperanza, llenos de heridas tan diversas y tan dolientes, para compartir con ellos nuestro mejor tesoro, Jesucristo.

Después de veinte siglos de cristianismo, en los llamados países de misión, y también en los países de larga tradición cristiana, Jesús y su Evangelio siguen siendo un tema pendiente en el corazón de millones de hombres y mujeres; y a nosotros se nos ha confíado su anuncio como fuente de sentido, como manantial de paz y de esperanza y como nuestra única posible plenitud. En virtud del bautismo y de la confirmación, todos estamos llamados a ser luz del mundo y sal de la tierra, a anunciar a Jesucristo, luz de las gentes, aquí y ahora, y hasta los últimos confines de la tierra. Y todo ello, con la palabra y también con el testimonio atractivo y convincente de nuestras buenas obras y de nuestra propia vida.

Queridos hermanos y hermanas: Sed apóstoles con la palabra explícita, clara y valiente. Que no os dé miedo ni vergüenza hablar de Jesús a los demás, a vuestros hijos y nietos, a vuestros familiares, amigos y compañeros de trabajo, a vuestros vecinos y a todas las personas que entretejen vuestra vida. Hacedlo con humildad, pero también con seguridad, valentía y convicción, con la conciencia de que es éste el mejor servicio que podéis prestar a vuestros hermanos.

No os olvideis nunca de que, como nos dijera el Papa Juan Pablo II, «la fe se robustece dándola» (RM 2). De lo contrario corre el riesgo de debilitarse hasta desaparecer. No os avergonceis nunca de Jesucristo y su Evangelio. En toda circunsancia, en casa, en la calle, en las vacaciones… gritad a todos a pleno pulmón que Cristo vive y que sólo Él es la esperanza para el mundo. Decídselo con las palabras de una canción bien conocida: No adoréis a nadie, a nadie más que a Él. Porque sólo Él nos puede sostener. No pongáis los ojos en nadie más que en Él. Porque sólo Él nos da la libertad, porque sólo Él nos da la salvación. No adoréis a nadie, a nadie más que a Él. Es posible que más de uno os tome por locos y os desprecie. También encontraréis personas que buscan a tientas la verdad, que buscan a Dios de forma inconsciene y que necesitan una voz amiga que les sirva de cayado y le señale el camino más pleno y auténtico de realización personal.

Pero además de anunciar a Jesucristo con la palabra, habéis de anunciarlo con el testimonio elocuente, atractivo, convincente y luminoso de vuestra propia vida, sencilla, alegre, laboriosa, limpia, piadosa, servicial, anclada en la verdad, la justicia, la misericordia y el perdón. Un sabio refrán castellano nos dice que las palabras vuelan y que sólo los buenos ejemplos construyen y edifican. Ot
ro refrán castellano nos dice que «obras son amores y no buenas razones». Que vuestra vida sea una transparencia cabal de Jesús, que mostréis con vuestras obras el rostro de Cristo para que vuestros conciudadanos se sientan invitados a conocerle, amarle y seguirle y a sentarse en la mesa ancha, cálida y familiar de la Iglesia.

En realidad, como nos dijera hace cuarenta años el Papa Pablo VI, el mundo de hoy necesita más de los testigos que de los maestros, y si necesita de los maestros es en cuanto que son testigos. Hoy es relativamente fácil ser maestro, pero es más difícil ser testigo. De hecho, el mundo bulle de maestros, verdaderos o falsos, pero son escasos los testigos. El testigo es quien habla con la vida. Así deben ser los sacerdotes ante sus fieles, los padres ante sus hijos, los educadores ante sus alumnos, y cada uno de vosotros, queridos hermanos y hermanas, en todas las circunstancias de vuestra vida, incluso en los tiempos de descanso y vacaciones, dispuestos siempre a dar razón de nuestra fe y de nuestra esperanza en todo lugar y ante quien os la pidiere.

El 4 de mayo de 2003, en la inovidable Eucaristía de la plaza de Colón, en la que Juan Pablo II se despedía de España canonizando a cinco beatos españoles nos dijo: «Recordad siempre que el distintivo de los cristianos es dar testimonio audaz y valiente de Jesucristo, muerto y resucitado por nuestra salvación». La noche anterior en Cuatro Vientos invitó a los laicos a comprometerse en la nueva evangelización:»El compromiso de la nueva evangelización… es una tarea de todos. En ella los laicos tienen un papel protagonista, especialmente los matrimonios y las familias cristianas». Algo parecido dijo esa misma noche a los jóvenes españoles: «No tengáis miedo de hablar [de Jesús], pues Él es la respuesta verdadera a todas las preguntas sobre el hombre y su destino. Es preciso que vosotros jóvenes os convirtáis en apóstoles de vuestros coetáneos». Más de uno de vosotros seguramente me dirá que ser apóstol no es fácil, que os da miedo hablar de Dios a vuestros familiares y vecinos, que las dificultades ambientales son muchas. Eso mismo le sucedía al profeta Jeremías, que dice al Señor: «Mira, Señor, que no sé expresarme, que soy un muchacho» (Jr 1,6). No tengáis miedo, no os desaniméis, porque no estáis solos: el Señor nunca dejará de acompañaros, con su gracia y el don de su Espíritu. Las dificultades que podáis encontrar no son mayores que las que tuvieron que arrostrar los Apóstoles y los primeros evangelizadores. Y, sin embargo, en muy pocos años evangelizaron el mundo entonces conocido, porque estaban enamorados de Jesús y confiaban en la compañía y en la fuerza de su Espíritu, que vive en nosotros, que camina a nuestro lado y que actúa a través nuestro… No tengáis miedo ni vergüenza de hablar de Jesús y de anunciarlo y mostrarlo con desenvoltura y sin complejos.

En su viaje a Brasil hace tres años, Benedicto XVI enviaba a los jóvenes brasileños «a la gran misión de evangelizar a los jóvenes que andan errantes por este mundo, como ovejas sin pastor. Sed –les dijo- los apóstoles de los jóvenes…». Les dijo también que «cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva (cf. Hch 4,12)». Mas recientemente, en el mensaje que os ha dirigido con ocasión de estas JMJ, os ha dicho que «Cristo no es un bien sólo para nosotros mismos, sino que es el bien más precioso que tenemos que compartir con los demás. En la era de la globalización, sed testigos de la esperanza cristiana en el mundo entero: son muchos los que desean recibir esta esperanza… Vosotros, si creéis, si sabéis vivir y dar cada día testimonio de vuestra fe, seréis un instrumento que ayudará a otros jóvenes como vosotros a encontrar el sentido y la alegría de la vida, que nace del encuentro con Cristo».

Pero para evangelizar, queridos hermanos y hermanas, es preciso estar evangelizado. Es necesario que el apóstol esté convertido, que reconozca a Jesucristo como su único Señor y que aspire seriamente a la santidad. Debe sentirlo vivo y cercano, cultivar su amistad, crecer en su intimidad, sentir la experiencia de Dios en la escucha de su Palabra, en la oración y en la recepción frecuente de los sacramentos, especialmente la penitencia y la eucaristía. Nada de esto está pasado de moda, pues como nos dijera Juan Pablo II en la ya citada vigilia de Cuatro Vientos, «se puede ser moderno y al mismo tiempo profundamente fiel a Jesucristo».

Dejaos acompañar por la Iglesia. Como os decía ayer, hoy es muy dificil perseverar y ser fieles en solitario. Integraos en un grupo de adultos de vuestra parroquia, un grupo de oracion, de lectio divina, o de formación, que os arrope y os ayude. Buscad un buen sacerdote que os acompañe y os dirija espiritualmente, que os señale un plan de vida exigente y que os ayude a revisarlo periódicamente. Cultivad la vida interior, la oración, el trato y la relación con Jesucristo, que es la mejor garantía de vuestra perseverancia y de la fecundidad apostólica, pues de la misma forma que el sarmiento no da fruto si no está injertado en la vid, tampoco nosotros daremos fruto si no estamos injertados en Cristo. Como leemos en el salmo 126: «Si el Señor no contruye la casa, en vano se cansan los albañiles». Otro tanto nos dice San Pablo: «Ni el que planta es algo, ni elque riega, sino Dios que da el incremento».

La experiencia de Dios nunca disimulada, traducida en actitudes de esperanza y confianza en Jesucristo, Señor de la Historia, necesita además de la formación y de la profundización en los misterios de nuestra fe, pues nadie da lo que no tiene. Necesita también del complemento de la vida fraterna. El apóstol cristiano no es una isla, un solitario, sino un solidario, un hermano; sabe trabajar en equipo, busca la comunión y la comunicación con todos, sobre todo con sus hermanos cristianos, los miembros de otros grupos y sensibilidades, con los sacerdotes, con la parroquia, con el Obispo, con todos lo que buscamos el Reino de Dios. No es indiferente a ninguna necesidad y dolor y vive con los ojos bien abiertos a las necesidades de los más pobres, los preferidos del Señor, especialmente en esta coyuntura, en la que tantos hermanos y hermanas nuestros son víctimas del paro y de la pobreza, que genera sufrimientos sin cuento a tantas familias, como consecuencia de la crisis económica. El apóstol cristiano nunca separa la comunión con Cristo, de la comunión con sus hermanos, siempre animado por la fuerza de Jesucristo muerto y resucitado, que le comunica su Espíritu.

16. En esta hora de la Iglesia en España es más necesario que nunca robustecer la presencia de los católicos en la vida pública. El Señor en el Evangelio nos pide a los cristianos que seamos luz y sal. Nos pide además que no escondamos la luz debajo del celemín, sino que la pongamos sobre el candelero para que alumbre a todos los de casa. En los países de Occidente, y también en España, va creciendo la tendencia a considerar la vida religiosa como un asunto privado, que afecta únicamente a la vida individual y a la propia intimidad y que no tiene por qué traslucirse en las actuaciones públicas de los cristianos. Es lo que se ha dado en llamar la religiosidad vergonzante Esta concepción es un señuelo de la cultura secularizada, que querría ver desterrado el nombre de Dios de la vida pública. Queridos hermanos y hermanas: no caigáis en esa trampa, no escondáis la luz debajo del celemín. La Iglesia necesita hoy más que nunca hombres y mujeres confesantes; hombres y mujeres de una fe honda y de una vida espiritual profunda, que lleven su compromiso cristiano al mundo de la cultura y del arte, al mundo universitario, al mundo de los partidos y de la acción política, al mundo de la economía, al mundo del trabajo y de la acción sindical, al mundo del ocio y de los MCS para orientar estas realidades temporales según el corazón de Dios.

17. En esta hora es especialmente urgente el anuncio
de Jesucristo a los jóvenes, en tantos casos seducidos por ofertas engañosas, por mitos efímeros y falsos maestros, cuyas doctrinas sólo conducen al nihilismo y al hastío, las drogas, el alcohol, la violencia escolar e, incluso, la agresividad violenta con sus propios padres. En este contexto, es preciso que las parroquias y la Diócesis, también las Hermandades y Cofradías abran o potencien procesos efectivos de formación para que los jóvenes conozcan a Jesucristo y se encuentren con Él, pues nada necesitan los jóvenes con más urgencia que a Jesucristo, el único que puede dar respuesta a las aspiraciones más hondas de sus corazones juveniles.

18. No puedo terminar sin aseguraros que os encomiendo muy vivamente al Señor pra que no pongais trabas ni resistencias a la gracia de Dios, que como en una nueva Pascua, está pasando en estos días de Cuaresma a la vera de vuestros corazones y de vuestras vidas, para convertirlas y renovarlas. Él os llama a ser santos y a construir la nueva civilización del amor, un mundo más justo y fraterno, tal y como Dios lo soñó. Pues bien, la mejor forma de contribuir a la edificación de nuestro mundo según el corazón de Dios no es la indignación o la protesta, ya sea pacífica o violenta. En realidad, queridos hermanos y hermanas, la santidad es lo que más está necesitando nuestro mundo, desequilibrado por el egoísmo y la injusticia y herido por la desesperanza. Nuestro mundo no curará sus heridas desde las soluciones técnicas o políticas o desde el mero servicio asistencial, que no sanan el corazón del hombre, sino desde la revolución silenciosa de la santidad y del amor.

19. Termino ya, no sin antes brindaros un consejo: Leed las vidas de los santos, el más grande y genuino patrimonio de la humanidad, incluso desde una perspectiva puramente civil y social. Sus figuras son la encarnación más perfecta de los grandes valores humanos y cívicos, la solidaridad, la compasión, el servicio a los demás, el amor, el heroísmo, la paz, el perdón, el respeto a los semejantes, el respeto a la naturaleza, etc. Sus vidas, sobre todo, son el testimonio más emocionante de amor a Dios y a los hermanos. Sus vidas reflejan el rostro de Cristo y son el verdadero espejo en el que los cristianos debemos mirarnos, muy especialmente los santos de nuestro tiempo, aquellos que, desde todas las profesiones y estados, han vivido experiencias humanas muy cercanas a las nuestras. Ellos nos estimulan con su ejemplo en el camino de la vida y nos ayudan con su intercesión. Sus vidas nos alientan en nuestro camino de fidelidad.

20. A todos ellos os encomiendo en esta tarde, muy especialmente a los santos de nuestra Archidiócesis, las Santas Justa y Rufina, San Isidoro y San Leandro, Santa Ángela de la Cruz, Los Beatos Spinola y Manuel Gonzalez y Madre María de la Purísima. Os encomiendo a la Santísima Virgen de los Reyes y le pido que os lleve de la mano al encuentro con Jesús. Poned en sus manos vuestra vida, vuestras dificultades, vuestros anhelos y esperanzas. Pedidle que os conceda un corazón de apóstol. Ella es la reina de los Apóstoles. Ella fue la primera en mostrar a Jesús como luz de las gentes, en Belén, a los pastores y a los magos, en la presentación de su Hijo en el templo y en Caná. Que ella robustezca vuestro compromiso apostólico. Que Ella os bendiga a todos, que bendiga a vuestras familias, que os ayude a vivir cuanto habéis contemplado en estos días y os acompañe en vuestra Cuaresma y haga que sea para todos un acontecimiento de gracia y salvación.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

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