El pasado 14 de septiembre, en la Basílica de San Pablo Extramuros de Roma, el Santo Padre León XIV presidió una solemne Eucaristía en memoria de los mártires de todos los tiempos. En el marco del Año Jubilar de la Esperanza 2025, la Iglesia quiso rendir homenaje a quienes, en todas las épocas y lugares, han dado su vida por Cristo. Fue una celebración intensa y conmovedora, en la que resonaron las palabras del Papa: «Los mártires no son héroes de un pasado lejano; son testigos actuales de la esperanza, hombres y mujeres que han hecho del Evangelio su razón de vivir y de morir. En su entrega, la Iglesia reconoce el rostro luminoso de Cristo que vence al mal con el bien».
El papa León XIV recordó que la sangre de los mártires sigue siendo semilla de nuevos cristianos. La Iglesia de hoy —nos decía— «no puede olvidar su ejemplo ni dejar de beber en la fuente de su testimonio. Ellos nos enseñan que la fe, cuando se vive con radicalidad, transforma la historia y abre caminos de reconciliación y de paz». Su homilía nos invitó a mirar a los mártires no como figuras del pasado, sino como compañeros de camino que interceden por nosotros ante el Señor, fortaleciendo nuestra esperanza en medio de las pruebas del presente. El martirio —decía también el Papa— no es fruto del fanatismo ni de la violencia, sino del amor llevado hasta el extremo. «El mártir no odia, no se defiende con las armas del mundo. Ama hasta el final, perdona a sus perseguidores y confía su vida a Dios, que es rico en misericordia». En sus palabras se percibía el eco de los primeros testigos de la fe, de san Esteban, de los apóstoles, y de tantos discípulos de Cristo que, en los dos milenios de historia cristiana, han unido su sangre a la del Cordero.
Esta memoria jubilar de los mártires nos lleva inevitablemente a mirar hacia nuestra propia historia, hacia las páginas luminosas que la fe ha escrito también en nuestra tierra. En nuestra Santa Iglesia Catedral de Sevilla, el 18 de noviembre de 2023, tuvimos la gracia de celebrar la beatificación de veinte mártires sevillanos, hijos e hijas de esta Archidiócesis, que entregaron su vida por Cristo en el año 1936. Diez sacerdotes, un seminarista y nueve seglares: hombres y mujeres de fe recia, de amor profundo a Dios y a los hermanos, que no se avergonzaron del Evangelio y permanecieron fieles hasta el final. Fueron personas sencillas, de vida ordinaria, que en circunstancias dramáticas dieron un testimonio extraordinario. Sus nombres están inscritos en el corazón de la Iglesia de Sevilla y en la memoria agradecida del Pueblo de Dios. No murieron por odio ni por violencia, sino por amor, porque eran católicos, porque tenían a Cristo en el centro de su existencia. Como escribí entonces en mi carta pastoral con motivo de su beatificación, «no odiaban a nadie, procuraban vivir en paz y hacer el bien. Su apostolado era la catequesis, la enseñanza, la atención a los enfermos y la caridad con los pobres. A la crueldad de los perseguidores no respondieron con violencia, sino con mansedumbre y humildad»
La Iglesia los honra como testigos heroicos del Evangelio de la caridad, porque su vida y su muerte son una llamada permanente a la paz, a la fraternidad y a la reconciliación. Ellos encarnan aquella palabra de san Pablo: «No te dejes vencer por el mal, antes bien vence al mal con el bien» (Rom 12, 21). Con su entrega, los mártires levantaron un muro espiritual frente a la violencia, desarmaron el odio con el perdón y transformaron el sufrimiento en victoria. Cada año, el 6 de noviembre, la Iglesia en España celebra la memoria litúrgica de los mártires del siglo XX. Es una fecha que nos invita a recordar, agradecer y renovar la fe. La conmemoración no es un ejercicio de nostalgia ni de dolor, sino una afirmación gozosa de la esperanza cristiana. Los mártires no son los derrotados de la historia: son los vencedores, los que, por amor a Cristo, vencieron al odio con el perdón, a la muerte con la vida, a la oscuridad con la luz. Que, por intercesión de María Santísima, Reina de los Mártires, aprendamos a vivir con esperanza, fidelidad y alegría, sabiendo que el amor de Cristo vence siempre.
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla

 
                                    
